León XIV y san Agustín

publicado
DURACIÓN LECTURA: 5min.
San Agustín
“San Agustín en su estudio” (1502), de Vittore Carpaccio

Desde el primer saludo y discurso desde el balcón central de la Basílica de San Pedro, León XIV, agustino, empezó a citar a san Agustín.

Citó una frase muy repetida, pero no prescindible, porque es, ya en el siglo IV, la vacuna contra el clericalismo. La cita completa, que es del sermón 340, dice: “Para vosotros soy obispo; con vosotros soy cristiano. Aquel nombre señala deber; este, una gracia. Aquel indica un peligro; este una salvación”. Llanamente se dice que el oficio de obispo es un peligro. ¿De qué tipo? De que se confunda el servicio que se debe -es un deber- a los demás, con un ejercicio de poder, no pastoral.

Porque el Poder tiende a extralimitarse. San Agustín llega a decir: “Esto es prescripción del orden natural. Así creó Dios al hombre. ‘Domine, dice, a los peces del mar, y a las aves del cielo, y a todo reptil que se mueva sobre la faz de la tierra’. Y quiso que el hombre racional, hecho a su imagen, dominara únicamente a los irracionales, no el hombre al hombre, sino el hombre a la bestia. Este es el motivo de que los primeros justos hayan sido pastores y no reyes. (…) Por eso en las escrituras no vemos empleada la palabra siervo antes de que el justo Noé́ castigara con ese nombre el pecado de su hijo. Este nombre lo ha merecido, pues, la culpa, no la naturaleza” (La Ciudad de Dios, XIX, 15).

Es inevitable que en la sociedad humana haya poder y quienes lo ejercen, pero el primer designio fue que nunca un ser humano dominara a otro ser humano. Ese sentimiento es el que está, por ejemplo, en las propuestas anarquistas pacíficas, irrealizables pero comprensibles.

Los tiempos difíciles

En el discurso a los periodistas, León XIV citó de nuevo a san Agustín, en el Sermón 80, 8: “Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros”. Una cita algo más extensa reza así: “Abundan los males, pero Dios lo quiso. ¡Ojalá no abundaran los malos y no abundarían los males! ‘Malos tiempos, tiempos fatigosos’ –así dicen los hombres–. Vivamos bien, y serán buenos los tiempos. Los tiempos somos nosotros; como somos nosotros, así son los tiempos”.

Es inútil esperar en esto soluciones globales o remedios universales. Ese “vivir bien” está dirigido a cada ser humano en concreto y solo la suma de muchas personas que hagan buenos los tiempos traerá un tiempo menos difícil.

Las dos ciudades

Es de esperar que, en algún momento, León XIV se refiera a la doctrina agustiniana de las dos ciudades, a veces tan mal interpretada que dio origen, en una etapa del medievo, al (mal) llamado “agustinismo político”, que defendía la superioridad política del poder de la Iglesia. En san Agustín, la ciudad de Dios no es la Iglesia (aunque la incluye), sino el conjunto de seres humanos que aman a Dios más que así mismos; y la ciudad terrena no es el Estado, sino el conjunto de los seres humanos que se aman a sí mismo hasta el desprecio de Dios. O, como se diría hoy mejor, hasta la insignificancia de Dios.

Pero san Agustín introduce algunos matices que no suelen ser tenidos en cuenta.

Hay paganos, dice, que, en su corazón, son de la ciudad de Dios; y hay gente que va a los templos y que parecen cristianos pero que en realidad son de la ciudad terrena. El matiz es tan importante que merece ser leído literalmente: “En la ciudad de Dios, mientras peregrina en el mundo, hay algunos que gozan hoy en ella de la comunión de los sacramentos, los cuales, sin embargo, no se han de hallar con ella en la patria eterna de los santos. De estos hay unos ocultos y otros descubiertos, quienes con los enemigos de la religión no dudan en murmurar contra Dios, cuyo sacramento traen, acudiendo unas veces en su compañía a los teatros y otras veces con nosotros a las iglesias. Pero de la enmienda de algunos de estos no debemos perder la esperanza, pues entre los mismos enemigos declarados vemos que hay encubiertos algunos amigos predestinados sin que ellos mismos lo conozcan. Porque estas dos ciudades en este siglo andan confusas y entre sí mezcladas” (La Ciudad de Dios, I, 35).

Hay un invisible trasiego en la singladura histórica de las dos ciudades. Nada está definitivamente fijado. O, en otras palabras, el amor a Dios es una tarea de cada día.

No quieras ir fuera

Es muy probable que León XIV se refiera también a otra de las más famosas frases de san Agustín, que se suele dar abreviada. En su integridad dice así: “No quieras ir fuera; entra dentro de ti mismo, porque en el hombre interior reside la verdad; y si hallares que tu naturaleza es mudable, trasciéndete a ti mismo, mas no olvides que, al remontarte sobre las cimas de tu ser, te elevas sobre tu alma dotada de razón. Encamina, pues, tus pasos allí donde la luz de la razón se enciende. Pues, ¿adónde arriba todo buen pensador sino a la verdad?”. (De vera Religione, 39, 72).

Parecería que ese llamamiento a la interioridad es el opuesto de ese salir fuera, de ese ir a las periferias, tan propio del pontificado del papa Francisco. Pero, aparte de que el término “periferia” es relativo (cada uno es periferia de algún otro), para comunicar el acercamiento a la fe hay que llenarse antes de fe, en la interioridad del alma. El amor al prójimo, práctico, concreto, es como el rebosamiento del amor a Dios. La Iglesia no es una simple oenegé solidaria y altruista: es un designio de salvación, la esperanza de una vida perdurable.

Eso está implícito en otra de las frases célebres de san Agustín, con la que se abre las Confesiones, la primera autobiografía espiritual:Nos hiciste para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti” (Confesiones, I, 1, 1), frase que repitió León XIV, el 18 de mayo, al principio de la homilía de la misa que con inauguraba su ministerio.

San Agustín vivió el fin de una época, en unos tiempos convulsos. Su pensamiento es de un valor inestimable en los cambios culturales que se están dando hoy insensiblemente con un predominio de la inmediatez y de la exterioridad y con un olvido, al menos en Occidente, del cultivo interior, de la profundidad humana, donde, muchas veces, el fondo es la superficie.

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Resumen de privacidad

Esta web utiliza cookies para que podamos ofrecerte la mejor experiencia de usuario posible. La información de las cookies se almacena en tu navegador y realiza funciones tales como reconocerte cuando vuelves a nuestra web o ayudar a nuestro equipo a comprender qué secciones de la web encuentras más interesantes y útiles.