La utopía como aspiración

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La utopía como aspiración

La casi totalidad de las utopías políticas han sido de matriz comunizante o socializante: Platón, Tomás Moro, Campanella, los socialistas utópicos criticados por Marx y alguna más. El socialismo-comunismo persistente sigue siendo utopía. No me refiero a los arreglos políticos que funcionan con el nombre de socialismo. Me refiero al fondo utópico de cualquier tipo de socialismo, se llame sociedad sin clases, socialismo con rostro humano, autogestión, nueva sociedad o de cualquier otra forma.

Una crítica a este socialismo fue hecha en 1880 –tres años antes de la muerte de Marx–, por Nietzsche: “El socialismo es el fantástico hermano menor del despotismo, casi difunto, cuya herencia quiere recoger; sus esfuerzos son, en el más profundo sentido, reaccionarios, porque desea para el Estado una plenitud de poder como solo la tuvo el despotismo; trabaja en el sentido del aniquilamiento formal del individuo, que le parece un lujo injustificable de la naturaleza”.

Por eso el socialismo necesita presentarse con slogans trillados, como “socialismo es libertad”. Nada más falso. Hasta ahora el socialismo, cuando se ha empleado a fondo, ha terminado en dictadura, como la que instauran Lenin, Stalin y sus sucesores hasta el derrumbe soviético. A veces, desde el socialismo se va a una dictadura fascista: la del duce, Mussolini. El lema fascista es rotundo: “Tutto nello Stato, niente al di fuori dello Stato, nulla contro lo Stato”. Sin olvidar que el invento de Hitler fue aunar nacionalismo con socialismo. En todos los casos, con un Estado fuerte y omnicontrolador.

Sigue Nietzsche: “Cuando su ruda voz se mezcla con el grito de guerra: ‘la mayor entidad posible de Estado’, este se hará más poderoso que nunca; pero bien pronto estará con igual fuerza el grito contrario: la menor cantidad posible de Estado”. Lo que deseaba Nietzsche era “una sociedad más fuerte que el Estado”, basada en la existencia de singularidades dinámicas, que no se prestan a ser dominadas. O en román paladino: gente que dé la cara.

¿Es eso otra utopía? Sí y la más difícil de realizar, porque no cuenta con el Poder del Estado sino solo con la suma de las libertades individuales y de sus modos: de expresión, de reunión, de prensa, de asociación.

Otro modo de ver esto: el Estado no es nunca un ser abstracto; siempre tiene los nombres y los apellidos de quienes actúan y gobiernan en nombre de algo que, en teoría, es de todos los ciudadanos. No es el Estado el que gobierna, sino personas concretas. Por eso, la defensa de la libertad frente al despotismo de Estado han de ser acciones de personas concretas, también con nombres y apellidos.

Cuando nombre y apellidos se hacen con las principales instituciones del Estado, con una actitud conservadora –es decir, de conservar el poder a toda costa– y, según Nietzsche, reaccionaria, la única revolución posible es la suma de las libertades individuales. Reconquistar la sociedad para poner límites al Estado. Límites no para favorecer a quienes controlan el mercado, sino para que el bien de ser en sociedad llegue a cada uno de sus integrantes, empezando por quienes más lo necesitan. Es cuando, toda la justicia cumplida, están presentes también la finura de la amistad y el don de la caridad. Hoy por hoy, utopía. Pero aspirar a una utopía de concordia, de justicia y de bienestar es quizá lo más digno que se puede pensar y hacer en política.

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