La rebeldía de los aburridos

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La policía arresta a manifestantes propalestinos tras irrumpir en el campamento que instalaron en la Universidad de California San Diego (Foto: K.C. Alfred/San Diego Union-Tribune/dpa/EuropaPress)

El aburrimiento mata. A ver, no directamente, aunque con cierta frecuencia alguien la palma o sale malparado como resultado de elegir el entretenimiento equivocado, dígase hacerse selfies al borde de un acantilado o querer pegarse unas vacaciones tropicales con una de esas tribus de dieta no tradicional en la Polinesia.  

Decía Pascal –aunque se pasaba su poquitín– que toda la desgracia de los seres humanos provenía de una cosa: de no saber permanecer en reposo, tranquilitos, en una habitación. Al parecer, la ausencia de problemas perentorios, del tipo ¿qué voy a ponerles de cena a mis hijos con esta miseria de sueldo? o ¿cómo llegaré al colegio sin que me secuestren los yihadistas?, que mantienen entretenida a la gente unos pocos cientos de kilómetros al sur; esa feliz ausencia de tragedias cotidianas, digo, tiene la capacidad de movilizar al que, teniéndolo todo, se aburre, y lo empuja a buscarse líos. O a crearlos. Si, además, hay rondando alguna causa colectiva a la que apuntarse –verbigracia, el rechazo a la incursión armada israelí en Gaza en respuesta a la agresión terrorista de Hamas en octubre pasado–, no se diga más. ¡A las barricadas!

Pero antes prepararse, claro. Primero enrollarse al cuello una kefiya blanquinegra, con cuidado de no asfixiarse; preparar lemas contundentes que animen al personal, al estilo de “¡Que Tel Aviv arda hasta los cimientos!”, y currarse una buena pancarta multipropósito: la barra de madera para, llegado el caso, atizar al que se interponga, y la cartulina, para rotular en ella ese eslogan pegadizo, combativo, que reza “¡Del río al mar!”.

Convendría al enardecido activista enterarse previamente, por supuesto, de qué río y de qué mar se habla. Una encuesta realizada en estos revueltos días deja entrever que, cuando acaben las protestas antiisraelíes –o directamente antijudías– en las universidades estadounidenses, a los estudiantes les hará bien cursar un intensivo en Geografía y Política Internacional, pues solo un 47% de los consultados acertaron con el Jordán y el Mediterráneo. El resto no dio pie con bola, aunque aportó su humor, y se agradece: unos dijeron que “entre el Nilo y el Éufrates” –¿cuál de los dos es el mar?–; otros, que si “el Caribe”, que si “entre el mar Muerto y el Atlántico”… Menos de un tercio sabían quién había sido Yasser Arafat, y una cuarta parte no había oído hablar jamás de los Acuerdos de Oslo, de 1993. Alguno incluso se habrá quedado pensando en qué parte de Palestina queda Oslo…

En fin, peccata minuta cuando se tienen ganas de revolución. Los rebeldes aburridos y “con  posibles” –como la hija de alguna congresista y otros chicos well-off que han levantado tiendas sobre el césped–  se irán a hacerla sí o sí, no sin cerciorarse debidamente de que protestan en el lugar correcto, a saber, en un país democrático, de ley y orden, no vaya a ser que les suceda como a dos jóvenes latinoamericanos que, a mediados de los ochenta, mientras denunciaban públicamente a la dictadura de su país, la policía los arrestó, los molió a golpes y, de propina, los roció con gasolina y les prendió fuego.

No, no: inmolaciones, las justas. ¿Manifestarse? Sí, pero solo si hay claridad en que al campus podrán acceder, en medio de la redentora trifulca, los repartidores de Le Pain Quotidien con los bocadillos veganos y los croissants gluten free que encarguen los manifestantes. ¿Alzar el puño? Perfecto, pero únicamente si el dueño del brazo sabe que, por mucho que llame “asesino” o “cómplice de genocidio” al gobierno del país en cuestión, quedará en libertad al final de la tarde, sin un rasguño, y podrá reunirse puntualmente con los colegas en el Starbucks para contarles, con heroicos ademanes, cómo los policías lo despeinaron salvajemente cuando le arrebataron la barra de acero con la que él quería reventar la puerta del Rectorado. O sea, los mismos modales que mostraron los extremistas del 6 de enero de 2021 en el Capitolio de Washington, pero en plan progre, disculpable, comprensible. “No somos como aquella turba…”.

En efecto, son otra: la de los saciados, la de quienes no pueden estarse tranquilamente sentados, pero que tampoco saben a derechas en qué parte del mapa queda aquel trozo de tierra por el que quieren levantarse y salir a hacer el urbanita rebelde.

Son la de los aburridos. Chicos sin cascos adornados con cuernos, sin gorras MAGA, pero sí: muy aburridos.

Un comentario

  1. Lo de la ignorancia de los Norteamericanos en geografía no es noticia ni ha supuesto hasta ahora impedimento para liderar el mundo. La ignorancia, en democracia, no despoja del derecho a voto. Aunque históricamente ha habido algunos han discutido esto. En cuanto a la justicia de la respuesta a los 1.200 muertos por terroristas mediante los 35.000 muertos actuales, supuestamente responsables de ese acto terrorista. No hace falta mucha geografía para posicionarse.

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