Bambi y la nueva versión “adult-friendly”

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© Walt Disney Co.

Dos de los momentos más épicos de la historia filmográfica de Disney son también dos de sus momentos más trágicos.

Uno de ellos es la muerte de Mufasa en El Rey León. Una escena grabada a fuego en el imaginario común de todos los que nacimos o crecimos en los noventa y que, aún pequeños, aún inocentes, nos mostró dos realidades en toda su plenitud: la muerte de un padre y la culpa de un hijo. Y aunque la muerte fuese aún una idea ajena al propio ser, ese sentimiento de tristeza que agarraba el pecho y esa sensación de tragedia que se expandía hasta la punta de los dedos eran más reales que el mismo VHS con el que se estaba viendo la película.

El segundo momento es la muerte de la madre de Bambi, muy anterior al Rey León y también mucho más sutil. “Mamá. Mamita”. Esa llamada de un Bambi que corre solo por un bosque helado y que no encuentra a su madre, pero sí a su padre que le dice, sin ningún ápice de ternura o compasión “Tu madre no podrá venir ya más”, son los únicos indicios de una muerte, que, sin ser explícita, resulta incluso más sobrecogedora que la de Mufasa.

Dos escenas y una realidad, que, tal vez, no sean aptas para niños.

Es por ello que Lindsey Anderson Beer, una de las guionistas de la adaptación realista de Bambi que abandonó el proyecto por problemas de agenda, sugirió en una entrevista para Collider que se representase la muerte de la madre de otra forma. Digamos que más kid-friendly. Porque, según explicaba en la entrevista, toda una generación de jóvenes había crecido sin ver Bambi precisamente por la representación de esa muerte. Porque los padres de hoy en día son más sensibles a este tipo de contenido que los de antaño y, por ello, habían preferido no mostrar el filme a sus hijos. Para protegerles, según se sobreentiende. O, tal vez, para protegerse a sí mismos y evitar la conversación que inevitablemente le sigue, porque ¿cómo se le explica la muerte a un niño?

Supongo que resulta bastante más sencillo plantearse esta pregunta cuando no se tienen hijos ni se está en la posición de tener que hacer frente a unos ojos temerosos que preguntan con un hilillo de voz “¿tú también vas a morir?”. Y tampoco hace falta tenerlos para saber que no debe ser sencillo verse en estas. Pero, igualmente, resulta inevitable preguntarse si se crece más traumatizado por ver estas escenas o si se crece más traumatizado precisamente por no verlas.

François Fénelon, escritor y teólogo francés, escribió que “la muerte solo será triste para los que no han pensado en ella” y parece que hemos hecho un pacto común para evitar siquiera mencionarla. Y no nos engañemos, no es por los niños.

Es innegable que estamos en un constante proceso de higienización de la vida, tratando de limar sus aristas, de mitigar cualquier exposición al dolor, para, en apariencia, protegerles a ellos. Por su bienestar mental; porque aún no están preparados para estas emociones, para esta cruda –y muchas veces cruel– realidad. Pero creo que, no tanto los niños, como los adultos, somos los que estamos cada vez menos preparados para hacer frente a lo que significa vivir y, por ende, morir, creando un clima cada vez más adult-friendly –es decir, selectivo con la realidad– y tomando como única referencia nuestra propia sensibilidad.

Es más sencillo darle la espalda a aquello que nos incomoda, que nos altera, que nos molesta o que nos duele, y vivir exclusivamente de cara a lo sencillo, plano, cómodo y homogéneo. Pero, para qué vamos a engañarnos, también es un tostón.

Porque la superficie lisa queda muy bien para una estantería de diseño minimalista, pero no para una historia que contiene toda una existencia, con anhelo y emoción y cariño y tristeza y un corazón encogido por el dolor y henchido por el amor y el entusiasmo. Y por la vida. Y por la muerte.

Por ello, tal vez, no nos vendría mal como sociedad alejarnos un poco de la noción comodona y evasiva de la vida, y acercarnos más al planteamiento que hizo Edgar Allan Poe de que a la muerte se la toma de frente con valor y después se la invita a una copa.

Helena Farré Vallejo
@hfarrevallejo

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