Una pareja de recién casados amuebla su salón. Las dos butacas que colocan delante del ventanal van a ser testigos de muchos momentos compartidos. Pasan los años. A pesar de que no han vivido las aventuras que soñaban de jóvenes, una certeza se plasma mientras el marido pasa las páginas del cuaderno de su mujer: la mejor aventura fue su matrimonio.
Es difícil no emocionarse con la historia de Carl y Ellie, contada magistralmente en los primeros minutos de Up. Esa historia, sencilla y, a la vez, “de película”, se repite en otros matrimonios de carne y hueso. Parejas “maratonianas” que ofrecen un contrapunto ante las cifras de fracasos que pueden llegar a nublar el ideal que muchos anhelan.
“¡Se está tan bien casados!”, exclama Piluca, que lleva 28 años disfrutando de su matrimonio con Carlos. Cuando él le pidió salir, Piluca se vio envejeciendo a su lado. Ambos coinciden en que el secreto de la felicidad matrimonial está en valorar lo cotidiano. “Con la llave de tu casa, ya eres millonario”, subraya Piluca: “Todo lo que importa lo tienes dentro”. Volver al hogar después del trabajo es el mejor momento del día para ellos. Carlos cuenta que, como las escaleras de su edificio crujen, es fácil “sentir llegar”, y el que ya está en casa sale a recibir al otro a la puerta.
El 32% de los divorcios en España en 2023 se produjeron tras 20 años de matrimonio o más, según datos del INE, y la duración media de los matrimonios que se disolvieron fue de 16,4 años. En Francia, según recoge un artículo de Le Monde con datos del INSEE y del Ministerio de Justicia, casi el 50% de las parejas se divorcia, frente al 12% en los años 70. La autora del reportaje denomina “maratonianas” a las parejas que permanecen juntas más de quince o veinte años. Piluca y Carlos entran en la definición.
“No puedes casarte con mentalidad Disney y pensar que la relación, simplemente, ‘va a fluir’. Ya desde el noviazgo hay que construir un canal para que las aguas vayan por su sitio. Y se puede construir y cantar a la vez”, afirma Piluca. Son padres de cuatro hijos, pero, además, durante un tiempo se involucraron en la crianza de seis sobrinos, para ayudar a un hermano de Carlos cuando falleció su mujer.
“Quiero que me miren así”
Hace casi diez años, Rafa, un experto numismático con tienda en Albacete, estuvo muy grave debido a una hemorragia. Su mujer, Marisol, pasaba todo el tiempo a su lado. Paula, su hija mayor, pensaba entonces: “Yo quiero que me miren así. Como ella mira a mi padre. Con esa intensidad y ese brillo en los ojos”. Rafa salió de aquello y este julio harán 53 años de matrimonio. Paula se casó con Alberto tres años después de aquel trance, y, en el libro de firmas de la boda, unos amigos escribieron: “Que os sigáis mirando siempre así”.
A finales de 2024, un artículo de El País hablaba sobre cómo la Generación Z está cambiando sus prioridades a la hora de formar pareja: de las relaciones fugaces y el sexo casual a relaciones más estables. Según un estudio citado en el artículo, la mitad de los jóvenes afirmaban querer una relación romántica, aunque admitían que era difícil de conseguir.
El mito de la “media naranja” nace de aplicar el individualismo de nuestra sociedad a las relaciones de pareja
¿Por qué es tan complicado? Según comentaba el comunicador Pedro Herrero en una entrevista en Vozpópuli, una de las amenazas para el matrimonio “es la idea extraña de que casarse, decirle a alguien que quieres construir tu vida con él, no es una decisión solemne”, y, por lo tanto, se pospone, creyendo que saldrá “de forma espontánea”. Pero sostiene que “la vida es mucho más parecida a subir el K2 que a estar permanentemente de fiesta”, por lo que, al pensar en casarse, lo que se necesita “es alguien con la suficiente fortaleza moral como para afrontar una subida al K2. Alguien dispuesto a afrontar con entereza los sufrimientos, la decepción, el fracaso, la enfermedad o el miedo a la muerte”.
La visión de Herrero choca con la mentalidad de quien se instala en el mito de la media naranja o el alma gemela. Brad Wilcox, en Get Married, le dedica un capítulo a esta falsa creencia: en una sociedad individualista, el matrimonio se entiende como encontrar a aquella persona que nos completa y nos da la felicidad que buscamos. Según Wilcox, es un modelo “que coloca las necesidades, los deseos y los sentimientos personales en el centro” y en el que “si la conexión matrimonial se desgasta […] o se vuelve difícil de mantener, está bien ir en busca de una ‘alma gemela’ mejor”. Como señala el profesor de la Universidad de Virginia, un enfoque así “dificulta mucho más la transición de un amor romántico centrado en uno mismo hacia un amor matrimonial centrado en el otro”.
Crisis que son ladrillos
Según los datos de la encuesta General Social Survey que recoge Wilcox en su libro, las probabilidades de que hombres y mujeres estén “muy felices” con sus vidas son un 151% más altas entre aquellos que están casados, en comparación con los que no lo están. Y la calidad matrimonial es, con diferencia, el mayor predictor. El 60% de los cónyuges de Estados Unidos de entre 18 y 55 años afirma que están “muy felices” en sus matrimonios, un 36% dice que “bastante felices”, y un 4% declara que no están muy felices.
Conviene quitar a las crisis su aura trágica: bien vividas, aumentan la confianza y el conocimiento mutuos
“Me sentía muy triste en nuestro matrimonio. Y vi que esa tristeza profunda era una señal”, confiesa Laura, casada desde 2014 con Raúl (sus nombres son pseudónimos). No había nada especialmente grave en su relación: el cúmulo de mucho desgaste, cansancio, la pandemia, mudanzas, e “interferencias” de familias políticas y de algunos amigos. En un viaje en coche, en 2022, se hablaron muy mal y se dieron cuenta de que había que hacer algo: “O pedimos ayuda o nos perdemos”, pensó Laura. Así que decidieron acudir a Mercedes Honrubia, una de las directoras del Instituto Coincidir, donde acompaña a parejas y trabaja como mediadora.
Ante una crisis, el amor puede temblar, pero conviene despojar a esta palabra de su aura trágica. “Una crisis es una alteración en el equilibrio de la pareja. Cuando llega, hay que buscar cómo reajustarse para superar ese momento de cambio. Eso conlleva un modo distinto de hacer las cosas, que implica, a su vez, una oportunidad para crecer”, defiende Mercedes Honrubia. No todas las crisis están provocadas por un suceso desgraciado. Un cambio de trabajo, una mudanza, la llegada de un hijo… suponen momentos de crisis porque conllevan un cambio. Para capear las crisis, la experta en acompañamiento familiar enumera los ingredientes clave: la unión, la comunicación y aunar una base sólida con la flexibilidad para lo que sea necesario ajustar.
Tras dos años yendo a Coincidir, Laura afirma sentirse afortunada: “Hemos ganado un conocimiento que hace que demos los pasos más bonitos”. Raúl, por su parte, confiesa que este momento que viven ahora de “madurez de la pareja” es el más feliz de su vida. En 2024 celebraron su décimo aniversario de boda, y, antes de que terminara el año, renovaron sus votos matrimoniales en su parroquia, junto a una pareja que llevaba sesenta años casada. Luego festejaron la “reboda”, como dice Laura, con un aperitivo. Sus hijos, de cuatro y cinco años, pidieron un huevo Kinder.
Cuando los hijos llegan…
A veces parece que los hijos, fruto del amor de sus padres, erosionan esta unión. ¿Es realmente así? “La crianza tiene fases agotadoras, y el cansancio nos vuelve más vulnerables”, señala María Álvarez de las Asturias, abogada y canonista, que fundó en 2012 el citado Instituto Coincidir, que ahora codirige con Mercedes Honrubia. Propone afrontar esta etapa con humor, paciencia y sin dramatizar, además de cuidar el matrimonio con momentos a solas, incluso aprovechando las tareas cotidianas como “oportunidades de unión y de compartir”.
Wilcox dedica un capítulo en Get Married a “la falsa noción de que los hijos hacen miserables la vida y el matrimonio”. La caída de la natalidad en Estados Unidos se explica, según afirma, no solo por las crisis económicas sino por un cambio cultural: se ha ido extendiendo una visión “ambivalente, indiferente e incluso hostil hacia la paternidad”, con las élites intelectuales y los medios alimentando esa narrativa.
Pero, frente a lo que los medios puedan resaltar, los datos de la encuesta de 2021 de YouGov reflejaron que el 82% de los padres entre los 18 y los 55 años se consideran “muy felices” o “bastante felices” (especialmente pasados los primeros años de crianza, que implican más retos), frente al 68% de los adultos sin hijos.
Para Marisol y Rafa, algunos de sus momentos más felices como matrimonio están relacionados con los nacimientos de sus hijos. También para Lourdes y Tomás: 42 años de casados, siete hijos y catorce nietos (más uno en camino) después, Lourdes recuerda cómo Tomás se quedaba contemplando a los bebés sin cansarse, y sus domingos dedicados enteramente a jugar con los niños. También para estos matrimonios lo más duro que han tenido que vivir han sido dificultades relacionadas con alguno de sus vástagos. Piluca y Carlos recuerdan sobrecogidos el día en que su hija pequeña, que había nacido prematura, se quedó sin respirar. Tras quince días en la UVI con una meningitis vírica y sin saber si saldría adelante o no, finalmente pudieron volver todos juntos a casa en Nochebuena.
… y cuando los hijos se van
El mayor número de divorcios en 2023 en España tuvo lugar en la franja de edad entre 40 y 49 años, tanto en hombres como en mujeres; y en los últimos diez años, los divorcios en mayores de 60 años han aumentado un 47%, y, a partir de los 50, un 40%. Uno de los motivos que señalan algunos expertos para estos “divorcios tardíos” es el síndrome del nido vacío. Tomás reconoce que está muy contento con la situación, mientras que Lourdes confiesa que le cuesta más, aunque disfruta muchísimo con sus nietos y “ejerce de abuela” todo lo que puede. Pero ambos han tenido claro desde el principio que el matrimonio es lo primero y han procurado siempre tener momentos de pareja, de manera habitual. Lo que más les gusta hacer juntos es… “estar juntos”. “Lo que hagamos es adjetivo. Estar con Lourdes es lo sustantivo”, declara Tomás.
Al hablar del síndrome del nido vacío, Álvarez de las Asturias indica que la marcha de los hijos de casa suele coincidir con otros elementos que pueden intensificar la sensación de “pérdida del equilibrio”: se está en una edad en la que los años pesan (en las mujeres puede coincidir con la menopausia); se ve más cerca el fin de la vida laboral, aunque la jubilación no sea inminente; aumenta la necesidad de cuidar de la generación anterior y, relacionado con esto, empieza a percibirse la muerte como algo más próximo. En todo caso, según la experta, hay que contar con un proceso de adaptación, en el que la comunicación es básica.
Reilusionarse
Cada vez acuden más matrimonios de estas edades al Instituto Coincidir, algunos con una relación ya muy deteriorada, porque sus problemas vienen de lejos. En las sesiones, Honrubia recurre a su pasado en común “para buscar un anclaje que les permita reilusionarse”, y destaca la importancia de la comunicación y el perdón. Al verbalizar lo que sienten, surge un “cambio de mirada” desde donde se puede empezar a reconstruir y desde donde “empiezan a reconocerse”.
La comunicación que necesita cualquier matrimonio es algo más profundo que simplemente hablar
Honrubia especifica que la comunicación es “algo más que hablar”, y apunta a una comunicación profunda, en la que se llega a entender al otro y a conocer su manera de ser, de reaccionar; “solo así podemos alcanzar la aceptación y el conocimiento mutuos que se necesitan para afrontar un conflicto”.
Tomás Melendo, el marido de Lourdes, pedagogo y catedrático de Filosofía, añade que, siendo la comunicación una herramienta importante para la pareja, el origen de los problemas suele estar un paso antes: lo necesario es una mejora “desde la raíz, procurando amar más y mejor; porque, si se aplican unas técnicas, pero no hay un cambio en la actitud, no se avanza”. Honrubia también destaca el amor como ingrediente principal para un matrimonio que dura feliz: un amor que es necesario actualizar cada día; y, en esa tarea, la comunicación es clave: “Al hablar, nos reencontramos”.
Cuando Raúl y Laura acudieron al Instituto Coincidir, se encontraban muy lejos interiormente el uno del otro, pero, en palabras de Laura, “con la confianza de saber que íbamos a poner toda la carne en el asador. Siempre hemos creído en el amor para toda la vida, pero no como algo mágico, sino como algo que trabajas”. El compromiso y cómo se percibe el grado de compromiso del cónyuge es el predictor más sólido de un matrimonio de alta calidad, según estudios mencionados en Get Married. En una de las encuestas analizadas, los hombres y mujeres casados que declaraban estar “completamente de acuerdo” en que el compromiso era mutuo tenían cinco veces más probabilidades de ser muy felices en su matrimonio, y cuatro veces más de considerar “nada probable” que su unión terminase en divorcio, en comparación con otros matrimonios con menor nivel de compromiso.
El reportaje de Le Monde aporta datos también en esta línea: fuera del matrimonio, las separaciones son más frecuentes y ocurren cada vez más temprano. Según un estudio del INSEE y el Ined, entre las parejas que comenzaron su relación alrededor de 1990, el 17% de los matrimonios y el 30% de las uniones de hecho se habían roto antes de celebrar el décimo aniversario.
Matrimonios como los de Lourdes y Tomás, Piluca y Carlos, Raúl y Laura, o Marisol y Rafa reflejan el anhelo del ser humano. En redes sociales triunfan los vídeos de parejas de ancianos intercambiando gestos de cariño: jugando a salpicarse en la orilla de la playa, paseando cogidos de la mano, esperando al cónyuge en el aeropuerto con un ramo de flores… “Yo también quiero algo así”, se repite en los comentarios de esos vídeos. Y así implica no solo envejecer juntos, sino la cercanía, la ternura, la felicidad que transmiten esos “maratonianos del amor”.
Un comentario
El tono equilibrado facilita compartirlo. Ok