La familia no está tan mal

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La tantas veces mencionada crisis de la familia no puede hacer olvidar que para la gran mayoría de la gente no hay nada que le ocupe y le preocupe más que la propia familia. Así lo recuerda Ellen Goodman en un artículo publicado en International Herald Tribune (21-X-94).

Cuenta que estaba en su casa, muy ocupada preparando la comida del Día de Acción de Gracias, cuando sonó el teléfono. Era una periodista de la televisión: quería que participara en un programa para comentar la crisis de la familia. «Lo siento -contestó-, pero he prometido a mi madre que esta tarde iría a verla. Mañana vienen los primos de California. El día siguiente es nuestro aniversario de boda. El martes llegan los chicos. Y tenemos problemas para cuidar de una tía mayor». Después de colgar, Goodman reparó en «la ironía que supone estar demasiado ocupada con la familia para comentar la crisis de la familia».

«Me pregunto cuántos somos los que vivimos en esta dualidad. Estamos convencidos de que la familia, entendida como entidad genérica y amorfa, se está desintegrando. Al mismo tiempo, estamos ocupados en sostener a la familia.

«Se oye un tantán de desesperación sobre los ‘valores familiares’. La abrumadora mayoría de los norteamericanos -el 98%, según una encuesta- piensa que otros no viven de acuerdo con sus compromisos. Pero en la misma encuesta, sólo el 18% creen que ellos mismos son irresponsables.

«Dondequiera que voy, cuando la gente habla de lo que le importa, el tema es la familia. Cuandose encuentran unos amigos, incluso unos extraños, la conversación gira en seguida en torno a noticias sobre los padres, los hijos, los cónyuges. En la vida cotidiana, trabajamos en la familia y por la familia. Si a las cuatro de la madrugada nos despertamos preocupados, es por la familia».

Lo que ocurre quizá es que atender bien a la familia resulta ahora más difícil en algunos aspectos. «Hoy tenemos que afrontar mayores exigencias como padres de hijos pequeños y exigencias más prolongadas como hijos de padres mayores». La sensación de crisis tal vez viene, en parte, de nuestro mismo deseo de hacerlo bien.

Pero también influye «una especie de publicidad negativa de la familia. Los periódicos sacan en primera página historias de horror que, como son tan extraordinarias, poco a poco han empezado a ser tenidas por ordinarias».

Goodman precisa que no es su intención presentar un panorama idílico. «No ignoro los agobios que padece la ‘generación sandwich’, en su intento de cumplir con jefes, padres, hijos, cónyuge. Sé que no hay familia sin problemas. En alguna que otra ocasión, bajo alguno que otro punto de vista, todos parecemos funcionar mal. Pero el hecho es que la mayoría de nosotros funcionamos. Y nos queremos».

Y la autora concluye: «El Día de Acción de Gracias siempre ha tenido más que ver con la familia que con la comida. Es cuando los americanos se ponen en camino a través de aeropuertos, autopistas y zonas postales, para apretujarse en torno a la mesa familiar y descubrir cuántos adultos pueden sentarse en un banco de piano. De pie en mi cocina, rodeada de las pruebas caseras de mis excesos de las fiestas, me pregunto si los que estamos unidos por lazos de ADN, matrimonio, cariño y, sobre todo, compromiso, podemos olvidar por un rato que se supone que nos estamos desmoronando».

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