Es posible cambiar las tendencias que se oponen a la familia

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Juan Pablo II en el Jubileo de las Familias
Roma. Más que presentar un elenco de las amenazas que asedian a la familia, Juan Pablo II ha lanzado el mensaje de que es posible cambiar el rumbo de esas tendencias negativas. Sin ocultar los problemas, el Papa ha aprovechado el multitudinario Jubileo de las Familias para transmitir nueva esperanza a cuantos están convencidos de que el futuro de la humanidad pasa por la salud de la institución familiar.

Si el sol implacable del ferragosto romano contribuyó a que la Jornada Mundial de la Juventud, de Tor Vergata, tuviera todas las características de una genuina peregrinación penitente, el Encuentro Mundial de las Familias con el Papa ha debido afrontar una lluvia persistente, que ha hecho más meritoria la participación.

Muchos miles de personas -entre los que se contaban numerosísimos niños- pasaron más de cinco horas bajo la lluvia con ocasión de la misa de clausura del Encuentro y del Jubileo de las Familias, que celebró Juan Pablo II en la plaza de San Pedro el domingo 15 de octubre. Al final de la ceremonia, el propio Papa agradeció a los presentes su «perseverancia y valentía» para resistir lo que fue uno de los actos más «pasados por agua» de los veintidós años de pontificado, como lo definió de modo expresivo algún cronista.

Los colores del mundo

Ni las incomodidades ni tan siquiera la jungla de paraguas -con sus inevitables enganches y salpicaduras- consiguieron menguar el clima de alegría del encuentro. Un júbilo que ya se había manifestado, con momentos de intensa emoción, durante el festival de la vigilia, en el que una plaza verdaderamente multiétnica vibró al unísono con el Papa durante casi tres horas.

La misa y el festival fueron el broche final de una semana de actividades, entre las que destacó un congreso internacional sobre «Los hijos, primavera de la familia y de la sociedad», que contó con seis mil inscritos. En la vigilia del sábado -que tuvo lugar en la misma plaza de San Pedro con una temperatura bochornosa, que presagiaba el diluvio del día siguiente- participaron 250.000 personas, según las autoridades municipales.

La fuerza del testimonio

Con una fórmula ya bien experimentada, la vigilia consistió en una ágil sucesión de testimonios y actuaciones musicales que concluyó con el mensaje del Papa. Esas intervenciones de familias de todos los puntos cardinales consiguieron transmitir con gran viveza que debe ser la sociedad la primera interesada en contar con una institución familiar sólida, pues la familia regala a la comunidad social una columna vertebral y unos servicios que ninguna «estructura» puede dar.

Una muestra de ello la ofreció un matrimonio italiano, Giovanni y Elena Canale, que llevan veinticinco años casados. Relataron que hace catorce años, siendo padres de dos hijas, decidieron romper la monotonía de sus vidas y hacer algo más por los demás. En la actualidad tienen tres hijos adoptivos: Simona y Andrea, que padecen síndrome de Down, y Francesco, que nació sin brazos y sin piernas.

Supieron de la existencia de Francesco a través del periódico, cuando el chico tenía solo 40 días: «Escribimos al juez y le dijimos que no éramos una familia rica [él es aparejador y ella maestra], pero que si lo que teníamos en casa y en el corazón podía ser útil, estábamos dispuestos a acogerlo como hijo». Ahora Francesco, a pesar de que debe moverse en una silla electrónica -que demostró manejar con excepcional pericia-, estudia normalmente, sabe pintar con la boca, inventa historias, e incluso ha encontrado un sistema para jugar a la pelota con sus amigos.

«En 1998 -concluyó Elena-, el dolor llamó a nuestra puerta. A causa de un accidente de tráfico, nuestra hija Cecilia perdió la vida a la edad de 18 años. Pero nosotros sabemos que Cristo ya ha vencido a la muerte. Damos gracias a Dios por los ángeles que nos hacen compañía tanto en el cielo como en la tierra».

El silencio que se creó en la plaza y el conmovido aplauso que acompañó al momento en que el Papa abrazó a los tres pequeños, parecían manifestar que el relato había sido más eficaz que una disertación en torno a la familia como lugar donde cada uno vale por lo que es y no por lo que tiene o por su utilidad.

Encuentro televisivo

El encuentro tuvo otros momentos de gran fuerza emotiva, como la interpretación de la cantante palestina Amal, que actuó acompañada de músicos israelíes, precisamente en un momento de fuerte tensión en Tierra Santa. O el testimonio de un misionero dedicado a salvar niños de las redes de prostitución infantil en Sri Lanka; el relato de Anderson, un ex menino de rua de la periferia de Río de Janeiro; la bendición del Papa a cien «familias misioneras» del Camino Neocatecumenal que partirán hacia otros países, así como los saludos y canciones que ofrecieron familias de Portugal, Brasil, Angola, Australia, Venezuela, Bélgica, India, Estados Unidos, etc.

A pesar de esos elementos «dramáticos», que lo hacían muy apto para la transmisión televisiva, fueron pocas las emisoras de televisión -la mayoría de inspiración católica- que ofrecieron el acto en directo. Para algunos periódicos, incluso de países bien representados numéricamente en la plaza, el acto simplemente no existió. Como tampoco en agosto había existido la Jornada de la Juventud de Tor Vergata.

«Miedo al hijo»

El Papa se refirió a la metáfora contenida en el título del encuentro -los hijos, primavera de la familia y de la sociedad-, y citó dos aspectos negativos de la situación actual: por un lado, el triste escenario de una infancia ultrajada y explotada, y por otro -menos doloroso, pero mas extendido-, el miedo al hijo. «Paradójicamente, en los países de mayor bienestar, traer al mundo hijos se ha convertido en una opción realizada con un gran desconcierto, algo muy distinto de la prudencia que es necesaria para la procreación responsable. Se diría que a veces los hijos se sienten más como una amenaza que como un don».

Pero el mensaje fue positivo: «Estáis aquí esta noche para dar testimonio de vuestra convicción, basada en la fe en Dios, de que es posible invertir la tendencia». El Papa recordó otros puntos relacionados con el bienestar de los niños, como la importancia del papel de la figura paterna y materna. A ese propósito subrayó que «no es un paso adelante en la civilización seguir las tendencias que oscurecen esta verdad elemental y que pretenden afirmarse incluso con leyes». Mencionó también las huellas psicológicas que el divorcio deja en los hijos.

Elogio de la adopción

Aunque no lo presentó así, el Papa ofreció una clave muy útil para juzgar sobre cuestiones relacionadas con la paternidad y maternidad: es preciso colocar al niño en el primer lugar. En ese sentido, resaltó que «la tendencia a recurrir a las prácticas generativas moralmente inaceptables pone de relieve la absurda mentalidad de un ‘derecho al hijo’, que ha ocupado el lugar del justo reconocimiento de un ‘derecho del hijo’ a nacer y crecer en un ambiente plenamente humano». De ahí su llamamiento a favor de la adopción, que definió como «un verdadero ejercicio de caridad que mira antes al bien de los hijos que a las exigencias de los padres».

En la homilía de la misa del domingo, el Papa añadió que es misión de la Iglesia recordar el designio de Dios para el hombre, contenido en la Revelación: la Iglesia, añadió, no esconde la dificultad que conlleva, pero al mismo tiempo muestra que es un designio verdadero y que es posible ponerlo en práctica. Los esposos cristianos cuentan, además, con la fuerza de la gracia que les proporciona el bautismo.

Una buena confirmación de las palabras del Papa la constituía la bulliciosa multitud presente en la plaza, que demostraba con los hechos otra afirmación que había hecho durante la homilía: los hijos no son un «accesorio» o un optional, sino un don precioso inscrito en la misma estructura de la unión conyugal.

Durante los días del Jubileo de las Familias se vio muy gráficamente que la concepción cristiana del matrimonio y la familia no está ligada a un territorio o a una cultura, sino que tiene una proyección verdaderamente universal. Un momento simbólico, en ese sentido, lo constituyó la misa del domingo, durante la cual recibieron el sacramento del matrimonio parejas procedentes de Estados Unidos, Corea, Australia, México, Camerún, Italia, Filipinas y Polonia.

La promoción de la familia en los foros internacionales

Durante su discurso en la vigilia del sábado, el Papa expresó su esperanza de que tanto los gobiernos y los parlamentos nacionales, como las organizaciones internacionales, especialmente la ONU, no olviden que hay dos valores fundamentales que forman la «gramática» del diálogo y de la convivencia humana: la defensa del valor de la familia y el respeto de la vida humana desde el instante de la concepción.

Algunos de estos aspectos se abordaron durante el congreso que se celebró en el Aula Pablo VI durante el Jubileo de las Familias. El punto de partida era la conciencia de que la elaboración de esos textos (con diversos grados de obligatoriedad) se ha convertido con frecuencia en terreno de confrontación de concepciones del hombre antagónicas. De ahí la importancia de que la Santa Sede haya adquirido un papel cada vez más activo en estos foros internacionales, pues de hecho lo que hace es presentar la voz de millones de personas.

Mons. Renato Martino, observador permanente de la Santa Sede ante las Naciones Unidas, hizo un repaso de las actuaciones de la delegación vaticana durante la Conferencia de El Cairo sobre población (1994), la Conferencia Mundial sobre la Mujer de Pekín (1995), así como de las reuniones que se han tenido cinco años después para evaluar la marcha de sendas conferencias (reuniones conocidas como «Cairo+5» y «Pekín+5»). Relató que durante «Pekín+5», con gran sorpresa de los grupos que hasta entonces habían asumido buena parte del protagonismo, las ONG pro vida y pro familia fueron más numerosas y activas que los grupos antagonistas (en una proporción de diez a uno).

Mons. Martino añadió que para la próxima cumbre de las Naciones Unidas sobre la Infancia, no cabe duda de que algunos países y grupos intentarán dar carta legal a lo que suponga minar el papel, los derechos y la responsabilidad de los padres para con sus hijos, y que se pretenderá que los niños y adolescentes puedan acceder a servicios de salud sexual y programas de educación sexual sin conocimiento de sus padres.

Crear redes internacionales

Otro de los ponentes del congreso, la profesora Janne Haaland Matláry, de la Universidad de Oslo, abordó algunas de estas cuestiones en una intervención realizada al margen de las sesiones. Se refirió a cómo la gran mayoría de esas normas y recomendaciones internacionales influyen en las políticas interiores de los países según el uso estratégico que de ellas se haga: es decir, si hay o no gente interesada en invocarlas. El estatuto de esas recomendaciones sin fuerza estrictamente vinculante, las ha convertido en instrumentos para promover determinados valores. Los actores no son solo los Estados sino también las ONG, como se ha visto en las últimas conferencias de la ONU.

Para la profesora Haaland Matláry, la promoción en esos foros de los valores relacionados con la familia se puede realizar apoyándose en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. En este terreno es preciso hacer propuestas, y no caer en la simple reacción. Mostró la importancia, para cuantos promueven la ley natural, de crear redes internacionales con personas e instituciones que sostengan los mismos ideales. Dijo que no hay que temer la acción de algunos gobiernos, cuyas delegaciones a veces reciben las líneas de actuación camino del aeropuerto, ni de ONG que no representan a nadie.

Leyes sobre la familia

Desde el plano de la fundamentación jurídica, el profesor Francesco D’Agostino, catedrático de filosofía del Derecho en la Universidad de Roma Tor Vergata, constató que, paradójicamente, cuanto más se extiende la legislación sobre la familia, más se extiende la idea de su disolución jurídica. «Se tiene la impresión de encontrarnos ante sistemas normativos que en este tema son muy bonitos pero desoladoramente vacíos».

Es preciso superar la perspectiva del jurista servidor del poder político, un técnico que se limita a dar forma a cualquier tipo de norma que venga del legislador o de la «sociedad», con lo que él mismo acaba contribuyendo a legitimar esas tendencias. Es necesario que el jurista haga referencia a los principios jurídicos propios de su saber, independientemente de que coincidan o no con los principios de la opción política o ideológica del momento. «Si la familia tiene derechos, no los tiene porque el Estado se los conceda benignamente o porque sean congruentes con las tendencias del tiempo, sino porque esto es el modo en que se manifiesta su estructura jurídica fundamental».

Corresponde al Derecho, dijo, garantizar que no queden sin protección posiciones personales que sean merecedoras de tutela pública; y, por el contrario, no garantizar indebidamente posiciones o intereses privados que no tienen ningún título para reivindicar tutela pública.

En este sentido, refiriéndose a un tema de actualidad en Europa, dijo que «la convivencia homosexual, por el solo hecho de no poder estar objetivamente abierta a la finalidad procreadora, no tiene ninguna relevancia pública. Debe ser respetada socialmente, como relación interpersonal (obviamente, cuando esté libre de condicionamientos y violencias, tanto físicas como psicológicas), pero no merece ser reconocida institucionalmente ni ser tutelada por el Derecho».

El profesor Francesco D’Agostino señaló a este propósito que la resolución del Parlamento Europeo de febrero de 1994, «que ha auspiciado que los ordenamientos jurídicos europeos no solo admitan como legítima la unión homosexual, sino su derecho a ser padres, es una mera opción ideológica. En ella, los homosexuales no son considerados por lo que son, sino por lo que querrían ser y no pueden ser. Quien interpreta la resolución como una aportación a la lucha contra la discriminación manifiesta tener una visión reductiva del Derecho. El Derecho no es una técnica para la felicidad, o para la satisfacción de determinadas instancias psicológicas. Y, menos todavía, un instrumento para adquirir una identidad. El Derecho reconoce la identidad, pero no puede crearla ni destruirla».

Diego Contreras

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