El arte de hacer hogar

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Que nuestras casas son más que meros lugares de paso donde comer y dormir se ha vuelto patente en un escenario de pandemia y confinamiento. Pero, como señalan Carrie Gress y Noelle Mering, autoras de dos volúmenes sobre la “teología del hogar”, el interés que suscitan las “artes domésticas” contrasta con el escaso reconocimiento hacia la persona que se ocupa de la casa. Frente a una concepción del trabajo en términos de éxito y poder, en sus libros defienden la aportación única e indispensable de quien hace de la casa un hogar.

La pandemia nos ha colocado en una relación nueva con nuestras casas: al pasar tanto tiempo en ellas, comenzamos a percibir no solo sus carencias, sino también lo que veíamos mejorable para convertirlas en un lugar donde poder trabajar y vivir de la forma más agradable posible. No es extraño que las reformas tras el confinamiento hayan aumentado y, sin entrar en grandes obras, quien más quien menos haya introducido algún cambio en su vivienda.

Pero antes del covid ya se vivía una atención especial hacia el cuidado de las cosas relacionadas con la casa. Además, desde hace unos años, proliferan shows televisivos de reformas y cuentas en redes sociales de Do It Yourself con ideas variadas que impulsan a la gente al trabajo manual (preparar pan, restaurar muebles antiguos, confeccionar ropa…).

Hacer de la casa un hogar

Este aumento de las “artes domésticas” no va acompañado de una valoración proporcionada de las “tareas domésticas”, según señalan Gress y Mering. “Sigue habiendo una desconexión entre el amor hacia nuestras casas y el reconocer la importancia y el valor real de quien se encarga de las tareas del hogar”, afirman en el segundo tomo, Theology of Home II: The Spiritual Art of Homemaking, publicado en octubre pasado.

Su libro explora las causas de esta contradicción y quiere ser una invitación a conectar el amor por el propio hogar con el trabajo de cuidarlo. Entienden por tareas domésticas “el arte profundamente significativo de acoger y alimentar las almas de los demás, ofreciéndoles un lugar donde convertirse en las personas que Dios tiene pensado que sean”. Sus reflexiones van acompañadas de testimonios de mujeres, anécdotas personales e ideas para el hogar.

El primer tomo, Theology of Home: Finding the Eternal in the Everyday, publicado en 2019 y firmado también por Megan Schrieber, abordaba los elementos que conforman la casa: la luz, el alimento, la seguridad, el orden, la comodidad y la hospitalidad. Theology of Home II se centra en la persona que desarrolla esta labor de hacer hogar, quien “aporta el tejido conectivo entre lo material de la casa y quienes la habitan”.

“Cuando el hogar se siente como si fuera una prisión, no es porque le hayamos dado demasiada importancia, sino porque le hemos dado demasiado poca”

Para las autoras, el orden, la belleza y la paz visual –atributos presentes en las fotografías de distintos hogares que acompañan las páginas de sus libros– no son un fin en sí mismo, sino que entienden la belleza material como unas señales que apuntan a una necesidad profunda, “a nuestra nostalgia por una forma de belleza (…) que nos conecta con el pasado, con el presente, los unos con los otros” y que, asimismo, nos hace mirar a Dios.

El deseo de un hogar, como remarca Gress en un artículo publicado en The Catholic Thing, es un anhelo humano universal. Se ve en la preocupación por la mejora del hogar, pero también en las canciones, en la literatura –la vuelta a casa del héroe es una constante en la ficción desde la Odisea–, en los vídeos que llenan las redes sociales de personas que regresan a casa… Y en ese anhelo, las autoras también ven el deseo de un hogar perfecto: el Cielo.

Pero, ¿con esta “teología del hogar” no se estarían espiritualizando excesivamente las tareas de la casa y poniendo cargas innecesarias en personas que quizá no están interesadas en estas labores o ni siquiera pueden dedicarles tiempo? A esta objeción planteada en una entrevista, Gress contestaba: “No todas las mujeres hacen pan o cocinan caldo cada semana, pero la mayoría sí desean belleza, orden, comodidad, alegría y paz”. Además, añadía que sus reflexiones “no idealizan la rutina diaria; de hecho, hablamos de la monotonía y el aburrimiento. Pero una meta principal de nuestra vida espiritual es transformar las pequeñas tareas en ofrendas a Dios, haciéndolas con cuidado y poniendo amor en ellas”.

Repensar el trabajo fuera y dentro de casa

En la misión de revalorizar el trabajo doméstico, Carrie Gress y Noelle Mering no son voces aisladas. En su obra nombran a las radical homemakers, un movimiento no religioso nacido a partir de un libro del mismo título escrito por Shannon Hayes. Esta autora, cansada de un estilo de vida consumista y que la alejaba de poder vivir su día a día con su familia, se fue a vivir al campo con su marido y sus hijas, donde trabajan en una granja y realizan artesanías. Hayes reclama el título de “ama de casa [homemaker]” no como una carga opresiva –como se entiende en la cultura general–, sino como algo noble y elegido conscientemente.

Gress y Mering también mencionan ciertos movimientos que pretenden recuperar la figura del ama de casa de los años 50, pero explican que la propuesta de Theology of Home no tiene nada que ver con ellos, ya que suelen quedarse más en una imitación de ciertos hábitos y costumbres, atascándose en un plano superficial.

En un artículo para The Catholic World Report, Carrie Gress cuenta asimismo que no se trata de volver a la época anterior a la revolución industrial, pero que sí podemos y debemos pensar más sobre la naturaleza del trabajo y lo que significa para las mujeres y las familias, más allá de la disyuntiva “trabajar sí o trabajar no”. Según Gress, una de nuestras pérdidas en los últimos cincuenta años ha sido que en vez de que las mujeres exigieran a sus trabajos que facilitaran la conciliación, han adaptado sus familias a su trabajo. Gress se pregunta también cómo podemos ayudar a las mujeres a potenciar sus talentos, siendo conscientes de que no existe una respuesta única, sino que hay que buscar lo que sea más útil para toda la familia, porque eso servirá a cada uno más y mejor que enrocarse en los extremos. No es un “o todo o nada” –de hecho, en el mismo texto cita un estudio del sociólogo Bradford Wilcox que afirma que las mujeres más felices son las que están en casa con los niños pero también tienen algún tipo de trabajo fuera de casa–.

Sobre repensar la noción de trabajo hablan Gress y Mering también en su segundo libro: “Se trabaja por algo grande, no para servir la meta privada de autorrealización de un individuo. En el matrimonio, la confianza de que el trabajo del otro está hecho para realzar, no para subestimar la importancia de la familia, animará a todos los miembros a crecer en generosidad y cooperación hacia las ocupaciones de cada uno, sabiendo que ellos sirven a una meta común compartida”.

La casa es para quienes la habitan, y quien se ocupa de ella no está dedicándose sin más a realizar una lista de tareas más o menos repetitivas (limpiar, poner lavadoras, cocinar…), sino que está “construyendo vidas a través del lenguaje universal del hogar”. En el primer capítulo, las autoras proponen la defensa de un paradigma de la fecundidad (fruitfulness es el término que usan, con un significado no meramente biológico) frente al paradigma de poder y control, en una sociedad donde predomina la utilidad y la moral del éxito. La fecundidad –tanto de la naturaleza como del trabajo del hogar– tiene un proceso que suele estar escondido, oculto, y esto, como apuntan en su libro, es difícil de entender “en una cultura que enfatiza la vida activa y visible”.

“La noción del trabajo como poder es una errónea visión de la realidad”, señaló Maria Pia Chirinos en el congreso “Happy Homes, Happy Society?”, organizado en noviembre por la Home Renaissance Foundation. Chirinos explicó que, en los años ochenta, algunas feministas se dieron cuenta de esta concepción errónea y promovieron diferentes formas de entender el trabajo, desarrollando la ética del cuidado.

Otra noción que subrayó Chirinos vinculada al cuidado es la empatía: “Los seres humanos podemos descubrir necesidades en otros, necesidades de las que puede que ni ellos mismos sean conscientes y por eso no están pidiendo ayuda. A esta necesidad que descubrimos se reacciona con el cuidado”. Y el mejor sitio para aprender esa empatía, según la ponente, “es el hogar, la familia, la vida y las tareas ordinarias, las relaciones entre los miembros de la familia”.

Ese buscar el bienestar de quienes nos rodean, de nuestros seres queridos, es lo que en la “teología del hogar” se llama “servicio” y nos aleja del ansia de poder y control. El verdadero liderazgo, según Gress y Mering, “tanto para hombres como para mujeres, consiste en servir”.

Un proyecto de dos

Aunque el segundo volumen de Theology of Home está especialmente dirigido a mujeres, Noelle Mering, en su artículo “How the Theology of Home Makes Men Heroic”, afirma que priorizar el hogar al trabajo es una llamada tanto para ellos como para ellas, y esto “no quiere decir que el trabajo no sea importante o que no debamos cultivar nuestras aptitudes profesionales o buscar avanzar en nuestras carreras”.

El hogar, para el hombre, “no es una mera lanzadera para alcanzar el éxito en el mundo sino que su éxito en el mundo está al servicio del bien del hogar”. Esta jerarquía debe expresarse en la vida diaria, no es una bonita declaración de intenciones: si se quedara en eso, tendría un nocivo efecto dominó, primero en la familia y luego en la sociedad. Si el hombre empieza a ver a su familia como una carga y un obstáculo en su carrera, la misión de la madre se trivializa, y esto conduce finalmente a la disolución del proyecto común, al resentimiento que puede llevar al marido y a la mujer a ser competidores en vez de aliados, según expone Mering.

Construir hogar es ser capaz de hacer de la casa un lugar donde no se rechaza la vulnerabilidad, sino que se acoge y se cuida

“Ante la imagen en la cultura popular del hombre distante y dominante y la mujer anticuada y oprimida, ambos queriendo romper con el tedio de los valores de la clase media, la explicación moderna ha sido que hemos sobrevalorado el hogar”, cuenta la autora. Pero, en su opinión, este diagnóstico se equivoca, porque “cuando el hogar se siente como si fuera una prisión, no es porque le hayamos dado demasiada importancia, sino porque le hemos dado demasiado poca”.

El lugar donde ser uno mismo

El 18 de marzo de 2020, cuatro días después de que se decretara el estado de alarma en España, Ikea lanzó el anuncio “Tu casa tiene algo que decirte”: “Sigo siendo el espacio donde han crecido tus hijos, donde has celebrado las buenas noticias y te has refugiado de las malas. Soy el lugar donde eres tú mismo”. 

Con ideas similares, describe el hogar Carrie Gress en una entrevista en The Catholic World Report: “Nuestros hogares son mucho más que un lugar donde comer y dormir. Ahí suceden cosas muy significativas que nos ayudan a crecer y a llegar a ser personas completas, sanas y maduras”.

Una característica de todas las imágenes presentes en las páginas de Theology of Home II es que siempre aparecen personas en ellas. Y no es una decisión arbitraria. El hogar tiene que ver con las personas. Hannah Arendt llamaba a su marido “mi hogar portátil” y “mis cuatro paredes”. “Home is wherever I’m with you” dice el estribillo de una canción de Edward Sharpe & The Magnetic Zeros. Una de las autoras del libro cuenta que supo que se casaría con su marido cuando empezó a sentirle como su hogar.

El hogar tiene que ver con las personas y, por tanto, con las relaciones, algo que cobra especial importancia en una sociedad donde escasean las comunidades en las que las familias y las personas puedan apoyarse, y donde el problema de la soledad alcanza cifras preocupantes. “Pero los seres humanos nos necesitamos unos a otros. (…) Negar nuestra vulnerabilidad no borra nuestra vulnerabilidad. Simplemente nos aísla, dejándonos solos y sin ancla. Nos encontramos perdidos, y lo que quiere una persona perdida es un hogar”, declaran Gress y Mering.

Construir hogar es, entonces, ser capaz de hacer de la casa un lugar donde no se rechaza la vulnerabilidad, sino que se acoge y se cuida. Donde, como explicaba Chirinos, se ven las necesidades de los otros y se sale a su encuentro. En este acoger la vulnerabilidad, tiene un papel clave la ternura: una virtud que nos permite “tratar con delicadeza las cosas delicadas”, como dicen en su libro, y especifican que el primer paso para poder cuidar a los demás hasta en sus aspectos más frágiles, es reconocer la propia vulnerabilidad.

El hogar es, además, el sitio donde vemos a los demás con todo su verdadero potencial y con esa mirada descubrimos también el nuestro. Las autoras lo relacionan con ver a los otros como hijos de Dios, con una mirada “que cree que ellos son capaces de grandes cosas”, y de este modo les ayuda a conocer su potencial, “no con un optimismo ingenuo, sino con un optimismo profundamente anclado en la realidad”.

Un comentario

  1. El artículo devela verdades profundas acerca del gran potencial que tiene el hogar, cuando se vive la ternura, el cuidado amoroso de los demás, donde toda persona da y recibe el amor auténtico que llena de sentido la vida.

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