Divorcio unilateral

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Otras iniciativas legales en favor del matrimonio en Estados Unidos son las propuestas, presentadas en varios Estados, de suprimir el divorcio a petición de uno de los cónyuges (ver servicio 46/96). Antes de que se reconociera esta modalidad, era necesario invocar un motivo justificante de divorcio, generalmente mala conducta por parte de alguno de los esposos. El así llamado «divorcio sin culpa», pensado para suavizar la ruptura, no ha traído las ventajas esperadas y ha tenido otras consecuencias más graves, explica Maggie Gallagher, del Institute for American Values, en la revista First Things (Nueva York, agosto-septiembre 1997).

Durante veinticinco años hemos discutido, escrito y legislado sobre el divorcio sin culpa como si supusiera un avance para nuestra libertad personal. Pero esto es una simplificación y una falsificación de la realidad, porque en la mayoría de los casos el divorcio sin culpa no es consecuencia del mutuo acuerdo, sino más bien de la decisión de una sola parte. Como hacen notar los autores del libro Divided Family, «cuatro de cada cinco divorcios son unilaterales». El divorcio sin culpa no aumenta la libertad de todos. Refuerza el poder de elección del cónyuge que desea abandonar, pero deja al otro desamparado, débil y abrumado.

(…) Ante los tribunales, tu compromiso matrimonial no vale nada. La única regla es: el que quiere abandonar, gana. Al vaciar de contenido el contrato matrimonial, el divorcio sin culpa ha hecho que casarse ya no signifique lo mismo que antes. El Estado ya no hará cumplir los compromisos legales permanentes contraídos con el cónyuge. De este modo, al menos formalmente, el divorcio sin culpa degrada el matrimonio, que pasa de ser una relación vinculante a ser algo que se podría definir más bien como una cohabitación con póliza de seguro.

Ventajas imaginarias

En los años 70 y comienzos de los 80, cuando el divorcio sin culpa se extendió a todos los Estados, sus defensores nos prometían dos grandes ventajas: 1) se reducirían los conflictos, porque ya no habría que alegar culpa alguna por parte de un cónyuge para poner fin al matrimonio; 2) se fomentaría el respeto por la ley, pues las parejas que quisieran divorciarse ya no tendrían necesidad, para conseguirlo, de cometer perjurio ni de formular falsas acusaciones de adulterio.

En realidad, la legalización del divorcio sin culpa ha causado algo decididamente más revolucionario. Más que trasladar a los esposos el derecho a decidir si el divorcio está justificado, lo ha trasladado al individuo. Llamarlo divorcio sin culpa es equívoco: sería más exacto llamarlo divorcio unilateral a petición.

¿Compromiso revocable?

Hoy no se discute que las parejas que deseen divorciarse han de poder hacerlo sin necesidad de acusaciones falsas (…). Lo que se plantea en el actual debate es otra cuestión: ¿El matrimonio es menos que un contrato legal entre dos personas? ¿Se puede hacer cumplir el contrato matrimonial, y cómo? Cuando nos casamos, ¿adquirimos un compromiso vinculante o un compromiso plenamente revocable (en caso de que «compromiso revocable» no sea una contradicción)? Si es revocable, ¿cuál es la diferencia, legal y moral, entre casarse y cohabitar? ¿Por qué tener una institución legal dedicada a hacer una promesa pública que la propia ley considera demasiado pesada para hacerla cumplir?

Sigue habiendo peleas

En cuanto a la segunda promesa de los partidarios del divorcio sin culpa -que se reduciría la conflictividad-, desafío a cualquiera que no sea abogado a llegar a esa conclusión.

(…) En el libro The Good Divorce (1994), Constance Ahrons hace una exposición decididamente optimista de distintos casos de divorcio en parejas de clase media. Sin embargo, la autora descubre que sólo el 12% de las parejas divorciadas son capaces, después, de entablar relaciones amigables y poco conflictivas. La mitad de esas parejas tienen conflictos abiertos y duros, propios de «socios enfrentados» o, lo que es peor, de «enemigos feroces». Cinco años después del divorcio, la mayoría de las parejas siguen enfrascadas en su hostilidad. Cerca de un tercio de los divorcios por mutuo acuerdo degeneran en conflicto abierto y airado.

(…) La teoría de que la ira y el daño producidos por el divorcio son fruto de lo que se desarrolla durante unos cuantos días en el juzgado, se basa en una interpretación notablemente superficial e improbable del corazón humano. Si algo ha cambiado en las disputas legales con el divorcio a petición, es que han pasado de versar sobre los motivos de queja a versar sobre la custodia de los hijos, lo que sin duda no ha sido para bien de los hijos.

Mujeres maltratadas

(…) Pese a los grandes saltos lógicos de la argumentación, es opinión compartida por muchos que suprimir el divorcio a petición podría poner en peligro a las mujeres maltratadas. (…) Si esa idea fuera verdadera, constituiría una seria objeción.

(…) Pero cuanto más sabe uno sobre la violencia doméstica, menos verosímil parece que los mecanismos formales de la ley del divorcio contribuya gran cosa a que las mujeres se libren de los maridos que las maltratan. Primero, porque, en la mayoría de los casos, quienes las maltratan no son sus maridos. Una encuesta del Departamento de Justicia, realizada en 1991, indica que más de dos tercios de los culpables de violencia doméstica contra mujeres eran novios o ex maridos, y sólo el 9% eran los esposos. Las mujeres en situación de mera convivencia son víctimas de violencia doméstica en proporción cuádruple que las mujeres casadas. (…) Sin embargo, la idea de que reforzar el compromiso matrimonial sería perjudicial para las mujeres que sufren malos tratos es uno de los mitos de la cultura del divorcio.

(…) Cuando la ley considera el divorcio como un derecho unilateral de uno de los cónyuges, es difícil que la mentalidad popular tome en serio la gravedad moral del matrimonio. Análogamente, cuando empecemos a afirmar de nuevo el ideal perdido del matrimonio, sin duda haremos que nuestras leyes sean congruentes con él.

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