Mariolina Ceriotti Migliarese reflexionaba recientemente en su columna de Avvenire sobre el embarazo de la mujer, un período de profunda transformación: revela una feminidad que desarrolla dimensiones inéditas del yo.
La expresión “esperar un hijo” refleja que va a llegar alguien y hay que prepararse para acogerlo. “La mujer pensaba en tener un hijo y de repente percibe que no es algo que ella hace, sino más bien algo que se hace en ella”. Ese vínculo tiene una fuerza inesperada, imprevista e inquietante, con necesidades que pueden asustar. Acoger a un hijo requiere un salto cualitativo. Supone una discontinuidad, una novedad que, aunque provenga de nosotros, nunca podremos controlar. Es una apertura a lo nuevo y a lo desconocido, con imprevistos, esfuerzos y peligros.
La ambivalencia de la mente se refleja también en el cuerpo de la madre, a veces con pequeños trastornos. “La frontera entre el yo de la madre y el del niño es lábil, y el cuerpo debe hacer espacio a una criatura suspendida entre el yo y otro yo”. De la madre llegan al hijo lo necesario para su cuerpo y gran cantidad de sensaciones: “La madre es como un terreno que puede proporcionar (o no) pleno bienestar, preparando (o no) de la mejor manera posible al niño para el encuentro con ella que tendrá lugar después del nacimiento”.
Un embarazo bien vivido es también una gran oportunidad para la madre y para la pareja, a pesar de una forma de interpretar lo femenino que valora poco su especificidad. “Nos vemos inducidas a vincular la idea de un hijo (cuando deseamos traerlo al mundo) con la idea de hacer y de no perder ni por un momento el control de la verdadera vida. El ‘tiempo de espera’ se convierte así en ‘tiempo perdido’; como mucho, se puede dedicar tiempo a los aspectos organizativos, precisamente, sobre el hacer”.
“Sin embargo, aceptar ser el terreno fértil de una nueva vida no es una condición pasiva, ni representa un estado de total disponibilidad a las necesidades del hijo vivido como inquilino invasivo; la mujer que “espera” no es pasiva, y su acogida no es subordinación ni sumisión. El embarazo es (o puede ser) un tiempo extraordinario de crecimiento, un tiempo en el que incluso el inconsciente, a través de nuestros sueños, habla de la posibilidad de desarrollar dimensiones inéditas del yo”. En ese periodo, “podemos reconocer y experimentar que poseemos un poder específico, bueno y generativo, capaz de multiplicar el potencial femenino, enriqueciendo a la mujer con competencias que puede aplicar en todas las relaciones: familiares, laborales, sociales”.
“El tiempo no es nunca igual a sí mismo, y el embarazo representa un período de discontinuidad: un período potencialmente extraordinario, precioso e irrepetible para el niño y para la madre”. La mujer “trabaja” de forma muy intensa, y no solo para sí misma: está preparando el futuro y las bases para el mejor desarrollo del hombre y la mujer del mañana. El mensaje jubilar sobre el descanso de la tierra es “una invitación a respetar nuestros ritmos vitales, a dar importancia a lo que realmente la tiene, a tomarnos el tiempo necesario para que la vida se desarrolle y las relaciones florezcan. Una batalla de civilización para hombres y mujeres juntos”.