¿Quién dice que no soy “pardo”?

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En 2012 Brasil adoptó una política de discriminación positiva en las universidades públicas para favorecer el acceso de grupos tradicionalmente menos representados, como negros, de raza mixta e indígenas. Pero en un país donde el 43% de la población se considera de raza mixta, no es fácil establecer divisiones netas entre razas. Así que la política de cuotas está dando lugar a muchas polémicas en campus, tribunales y sector público en general.

Los Comités de Evaluación Étnica han decidido fijarse solo en los rasgos físicos, al margen de que el candidato se sienta o no de una raza

Tradicionalmente, Brasil ha tenido a gala ser un país abierto a todas las combinaciones raciales. Las relaciones entre los pobladores blancos y las mujeres indígenas fueron algo normal. A diferencia de otros países, como EE.UU., desde la abolición de la esclavitad en 1888 ninguna ley impedía la participación en la vida política y social por motivos de raza. Todo esto ha dado lugar a una gran mezcla racial, manifestada en la variedad de adjetivos para designar el espectro de colores de la piel: blanco, negro, pardo, cobrizo, marrón oscuro… El 43% de la población se autodefine como de raza mixta y el 30% de los que se consideran blancos tienen algún ancestro negro. Pero la tendencia ha sido que cuanto más clara tengas la piel, mejor.

Cuotas raciales

También es evidente que la mezcla social ha sido más limitada que la de la sangre. Los negros y los de raza mixta componen tres cuartos del 10% de la población con menos ingresos. Todavía hoy solo el 13% de los jóvenes negros y de raza mixta de 18 a 24 años están en la universidad. Por lo general, en la enseñanza primaria y secundaria, las escuelas públicas son de menor calidad que las privadas, y esto hace que sus alumnos tengan más dificultades para acceder a la enseñanza universitaria, especialmente a estudios más demandados, como Medicina o Derecho. A diferencia de otros países, en el alumnado de las universidades estatales y federales, que tienen criterios académicos más selectivos, predominan los hijos de familias más acomodadas; mientras que las universidades privadas se nutren en buena parte de los que no han podido obtener un puesto en las universidades públicas.

Para romper esta inercia, el gobierno de Dilma Rousseff aprobó en 2012 la ley de cuotas, que obliga a reservar la mitad de las nuevas plazas en las universidades estatales para estudiantes de las escuelas públicas, cualquiera que sea su raza. Dentro de estas plazas reservadas, la mitad se dedican a hijos de familias con bajos ingresos (menos de 1,5 veces el salario mínimo) y a miembros de minorías raciales, en proporción a su presencia en el estado donde se encuentre la universidad.

La ley despertó la tradicional polémica que suelen originar las políticas de cuotas. Los adversarios dijeron que lo que habría que hacer es mejorar la calidad de la escuela pública, para que sus alumnos pudieran ponerse al nivel sin darles ventajas que podrían rebajar la calidad de la enseñanza universitaria. Los partidarios aseguraron que la insuficiente participación de los alumnos negros y mestizos en la universidad reflejaba una clara discriminación social y racial, que se perpetuaba por la selección universitaria. Y en una época en que toda minoría tiene motivos reales o supuestos para sentirse agraviada, jugaron a fondo sus cartas.

Fijarse en los rasgos físicos

Pero el mayor problema de la política de cuotas en Brasil no es que se discuta su legitimidad; lo más conflictivo es determinar quién puede beneficiarse de ella.

Estudiantes blancos aseguran tener algún ancestro negro para acceder a plazas reservadas a minorías raciales

Según la ley, es el candidato quien dice cuál es su raza. Esto permite que jóvenes que claramente tienen la apariencia exterior de blancos aleguen que son de orígenes negros o mestizos, lo que les da una preferencia para entrar en los estudios elegidos.

Los estudiantes de minorías raciales se quejan de que hay mucho fraude, de modo que en cursos donde hasta una docena de alumnos han entrado en virtud de la cuota racial, apenas se ve uno de color. Pero en un país tan mezclado, no es difícil encontrar en el árbol genealógico un ancestro negro, sobre todo ahora que no se trata de reclamar un título nobiliario sino de acceder a un título universitario. Como dice un alumno: “Si la ley estipula que es el candidato quien informa de su raza, ¿quién puede decir que está mintiendo?”

En algunos centros lo puede decir el Comité que se ha creado para examinar los orígenes raciales de los candidatos que exigen un puesto en razón de la política de cuotas. En al menos tres centros han empezado a funcionar estos discutidos comités. Pero ¿en qué criterios se basan? ¿Cómo distinguen a las verdaderas minorías raciales? ¿Qué factores tienen en cuenta?

Por los datos filtrados a la prensa, los comités han recibido instrucciones de atenerse al fenotipo, a los rasgos físicos visiblemente evidentes. En estos tiempos en que la biología parece que ya no cuenta a la hora definir el género, y en el que los sentimientos son más decisivos que la fisiología, los comités raciales han optado por lo que se ve a simple vista. Los argumentos sobre el abuelo negro ya no cuentan. El hecho de “sentirse” de una raza no implica que uno lo sea. Los “trans” raciales no son de recibo para el ingreso en la universidad. Hay que fijarse en cómo son los labios y la nariz del candidato; si su mandíbula inferior es prominente; qué tipo de pelo tiene; qué nos dice la forma de su cráneo; el color de su piel…

En un país con gran mezcla racial no es fácil decidir quién es de una raza o de otra

Aunque la cirugía no puede arreglar estas cosas, los candidatos hacen lo que está en su mano para afirmar su negritud. Rogério Reis, profesor de antropología y jefe del Comité de Evaluación Étnica, declara: “Vemos las situaciones más increíbles. Gente que se afeita la cabeza, que lleva gorra, que se broncea… Toda una serie de estrategias para parecer negro”. Un estudiante descartado se queja de que el comité le preguntara cuándo empezó a sentirse “pardo” y si había participado en el movimiento activista negro.

Las revisiones de estos comités han tenido consecuencias: a finales del pasado año, 24 alumnos de la prestigiosa Facultad de Medicina de la Universidad de Pelotas, que habían entrado en función de las cuotas raciales, fueron expulsados por ser blancos. Siete apelaron a los tribunales, que les autorizaron a volver a su Universidad, y ahora es este fallo el que está recurrido.

Al final será el Tribunal Supremo el que deberá pronunciarse, como ocurrió en EE.UU. El asunto de la acción afirmativa en la Universidad se ha convertido también en un motivo de confrontación política, explotado en las luchas electorales. Lo que se presentaba como un medio para nivelar las desigualdades puede convertirse en un ariete que aumente las tensiones raciales.

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