Para dialogar en serio

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En el discurso de la apertura del curso 93/94 el rector de la Universidad de Navarra, Alejandro Llano, sostiene que el diálogo supone la existencia de una verdad objetiva y manifiesta la esperanza de poder llegar a ella mediante el ejercicio de la inteligencia. Ofrecemos algunos párrafos del discurso, publicado en Nuestro Tiempo (Pamplona, noviembre 1993).

Condición necesaria del diálogo es la aceptación del pluralismo. La realidad es compleja y no sólo autoriza sino que exige diversidad de perspectivas para abordar su entendimiento. Al propio tiempo los hombres y mujeres no somos sujetos puros, sino que nuestra pluralidad está configurada por distintas trayectorias vitales, diferentes fibras éticas y preferencias de muy vario linaje. Son muchos, por tanto, los senderos que convergen en el descubrimiento de las nuevas realidades y en el perfeccionamiento individual y social.

(…) Advirtamos que el pluralismo no equivale en modo alguno al relativismo, ni la actitud de diálogo a la indiferencia ante soluciones contrapuestas. Acontece, más bien, al contrario. Si hay posiciones diversas que entran en confrontación dialógica, es precisamente porque se comparte el convencimiento de que hay una verdad objetiva y la esperanza de que se puede acceder a ella por el recto ejercicio de la inteligencia.

Si se partiera, en cambio, de que la verdad es algo puramente convencional o inaccesible, las opiniones encontradas serían sólo expresión de intereses en conflictos, de manera que todas vendrían a valer lo mismo, porque en definitiva nada valdrían. Lo que imperaría, entonces, sería el poder puro, la violencia clamorosa o encubierta, tan dolorosamente manifestada en la actualidad internacional.

Ser universitarios es un modo de vida que consiste en pensar que el estudio, el aprendizaje, la conversación racional, es el mejor camino para la resolución de los problemas, para la mejora del mundo y de la sociedad. Quienes manifiestan tal convicción están expuestos al inmediato reproche de idealismo utópico. Pero lo malo de la acusación de utopía es que se vuelve contra quien la formula, ya que manifiesta el perfil de su propio escepticismo, es decir, la extensión de todos aquellos valores en los que realmente no cree.

Los universitarios son los que realmente creen en la vigencia del diálogo, es decir, en que el camino del logos -de la razón- es andadero. Al implicarnos en un coloquio nos dejamos conducir por una fuerza que supera nuestras individuales preferencias, que reduce nuestros prejuicios, que abre un ámbito de encuentro para nuestras inteligencias. La entera cultura occidental está basada en este convencimiento, al que responde la propia institución universitaria. Apartarse de él, por el contrario, es siempre una muestra de decadencia intelectual y de deterioro ético.

No somos nosotros los que poseemos la verdad, es la verdad la que nos posee. La verdad, dice el profesor Leonardo Polo, no admite sustitutivo válido. Y Ortega y Gasset afirmaba en 1934: «La verdad es una necesidad constitutiva del hombre (…). Este puede definirse como el ser que necesita absolutamente la verdad y, al revés, la verdad es lo único que esencialmente necesita el hombre, su única necesidad incondicional». Esa verdad necesaria no nos encadena: nos libra de la irrespirable atmósfera del subjetivismo y de la esclavitud a las opiniones dominantes, que representan obstáculos decisivos para el despliegue de un diálogo seriamente humano.

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