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No siempre una imagen vale más

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Las ilustraciones que se usan como complemento pedagógico de los textos no ayudan a que los niños que están aprendiendo a leer comprendan las palabras escritas. En muchos casos, a los pequeños les cuesta entender los dibujos y relacionarlos con los vocablos que han de aprender, y así las imágenes estorban más que ayudan a desarrollar las aptitudes específicamente lingüísticas. Esta es la tesis que la especialista en educación Pamela Protheroe propone en su libro Vexed Texts: How Children´s Books Promote Illiteracy («Textos fastidiosos: Cómo los libros para niños fomentan el analfabetismo»). En un artículo publicado en junio en la revista británica New Scientist, la autora explicaba las líneas generales de su obra.

En su opinión, hacía falta un estudio riguroso sobre la metodología empleada en los libros que se usan para enseñar a leer. Sorprendentemente, no hay ninguna prueba de la utilidad de las ilustraciones, mientras existen demostraciones de lo contrario. Los niños aprenden mejor a leer si prestan atención sólo a las palabras y crean imágenes propias relacionadas con aquéllas, que si se limitan a unir palabras con múltiples imágenes presentadas en ilustraciones anexas al texto.

Protheroe afirma que la principal preocupación de un profesor debe ser ayudar a los lectores principiantes a desarrollar no sólo la capacidad para reconocer palabras, sino también la aptitud para comprender su significado. La presentación de los primeros libros de lectura es muchas veces maravillosa, pero las ilustraciones hacen que el texto resulte redundante y poco atractivo, con lo que los niños no necesitan imaginar nada al leer esos libros. Según la autora, mirar atentamente una ilustración impide que los niños menores de nueve años creen una imagen mental, y lo dificulta en los mayores de esa edad.

En palabras de la autora, «cuando los niveles de dominio de lectura y escritura descienden, aumenta el atractivo visual de los libros». Para aprender a comprender lo que leen, los niños necesitan acostumbrarse a extraer un significado a los textos y ejercitar su capacidad imaginativa. De otra manera, cuando crecen, muchos niños rehúyen los libros sin imágenes, y esta situación se agrava cuando la cultura en que se vive se hace más visual, como ocurre actualmente. Los niños menos despiertos son los más vulnerables, pero incluso los más inteligentes se ven afectados. La respuesta de los educadores a esta situación ha sido, curiosamente, extender el uso de libros ilustrados y simplificar el lenguaje, incluso en niveles superiores de enseñanza.

Pamela Protheroe aporta en su artículo los resultados de diversas investigaciones llevadas a cabo en Canadá y Estados Unidos, que muestran cómo las ilustraciones de los libros menoscaban la rapidez y precisión de la lectura. También concluyen estos estudios que los niños que prestan poca atención a los dibujos aprenden más palabras que los que se fijan en ellos, aunque menos que los niños que leen libros sin ilustraciones. La autora es consciente de que su tesis puede provocar gran revuelo, por lo que aclara en su artículo que no propone la desaparición de los libros infantiles ilustrados, sino solamente excluirlos en los primeros niveles del aprendizaje de la lectura.

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