Más titulados superiores, “movilidad educativa” ascendente, ¿mejor educación?

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Tricreative project / Shutterstock

El informe Education at a Glance, elaborado anualmente por la OCDE, es la recopilación de estadísticas educativas más completa del mundo (aunque deja fuera a la mayoría de los países en vías de desarrollo). Además de la “fotografía fija” que ofrece cada edición, la comparación con las anteriores permite observar la evolución de distintos indicadores. Aunque existen unas secciones fijas (sobre la financiación de las distintas etapas de la enseñanza, las condiciones del personal docente o la organización interna de cada sistema educativo, entre otras), cada informe se detiene especialmente en un aspecto.

El de este año ha puesto el foco en la educación terciaria, que engloba la enseñanza universitaria y la formación profesional de grado superior (por oposición a la de grados básico y medio, que se consideran parte de la etapa secundaria). El informe trae datos, por ejemplo, de qué porcentaje de la población adulta en cada país alcanza uno de estos títulos, cómo le va en el mercado laboral a cada grupo de titulados –tasa de empleo y salario medio–, o cuáles son los campos de estudio con más graduados.

Como novedad, el informe de este año también recoge las cifras más significativas de otro estudio de la OCDE, el PIAAC (Program for the International Assesment of Adult Competencies), que mide el grado de adquisición de las habilidades básicas –lectura, matemáticas, resolución de problemas– entre la población adulta, y cuya última edición se publicó a finales del año pasado. Así, se puede comprobar en qué medida haber alcanzado un título (secundario, universitario, profesional) deja una huella en forma de competencias: ¿leen igual de bien los universitarios españoles que los franceses o los suecos? ¿Cuál es la diferencia con respecto a los graduados en formación profesional en cada país?

Lectura: en España, “igualación por el medio”

En España, la diferencia de puntuación en lectura entre quienes no pasaron de la secundaria y quienes obtuvieron un título universitario es más pequeña que en la media de la OCDE: 50 puntos frente a 70. Esto es así no por una “igualación por abajo”, es decir, porque los resultados de los dos grupos sean mediocres –como sí ocurre, por ejemplo, en Polonia–, ni tampoco por lo contrario, una “igualación por arriba” –tal y como pasa en Estonia–, sino por un rasgo de la educación española que vienen revelando sucesivos informes: la igualación en el medio; es decir, que los peores no son tan malos como los de otros países, pero los mejores son claramente menos buenos.

Comparados con los de otros países, los titulados superiores en España obtienen mala puntuación en la competencia lectora

Aplicándolo a este caso, los adultos españoles que no pasaron de secundaria obtienen una puntuación en lectura similar a sus pares en sistemas educativos tan reputados como los de Finlandia, Japón o Países Bajos. Sin embargo, entre los universitarios europeos, solo los eslovacos, letones y lituanos muestran un grado de competencia lectora inferior al de los españoles. Así pues, al menos en lo que se refiere a la lectura, estudiar una carrera universitaria en España no parece que suponga un plus demasiado grande, cosa que sí ocurre en Estados Unidos, Francia, Alemania o Finlandia; en estos dos últimos países también es bastante grande el aporte que supone haberse quedado en el nivel intermedio, el de la “secundaria superior” (Bachillerato o formación profesional de grado superior).

La brecha generacional

Sobre si es verdad, como se escucha decir a veces, que la generación actual de jóvenes “es la más preparada de la historia”, o más bien, como se escucha otras veces, que “cada vez se enseña menos”, el informe trae algunos datos que permiten concluir que… ninguna de las dos afirmaciones es exacta. Cuando se divide a la población adulta estudiada (de los 25 a los 65 años) en cohortes, se observa que, en general, los universitarios de entre 25 y 34 años obtienen puntuaciones en lectura muy similares –solo 10 puntos más– a los que ahora tienen de 45 a 54 años (con alguna excepción, como Estonia, donde los más jóvenes sí leen bastante mejor). La misma poca diferencia se aprecia entre los que no avanzaron más allá de la enseñanza obligatoria en cada uno de los dos grupos de edad.

Se podría esperar que la brecha generacional fuera más grande entre quienes abandonaron los estudios tras la secundaria, porque muchos de ellos terminan desempeñando empleos con poca carga intelectual, que requieren menos tiempo de lectura; así, con el paso de los años, y si no existe un hábito de lectura por placer (cosa que es menos frecuente en este grupo que entre los universitarios), la competencia lectora de los mayores iría quedándose atrás con respecto a la de los jóvenes, que han terminado hace poco sus estudios. Esto pasa, señaladamente, en algunos países: si, como hemos comentado, la brecha general es de 10 puntos, en Francia, Alemania o Finlandia supera los 25, y en Estonia roza los 45.

Además de por el efecto del trabajo “no intelectual”, el hecho de que en estos países, y entre las personas sin estudios superiores, los jóvenes obtengan mucha mejor puntuación en lectura que los de una generación anterior también puede deberse a que la calidad de la enseñanza primaria y secundaria en esos sistemas educativos haya aumentado. Lo contrario podría deducirse de aquellos países donde la diferencia entre cohortes o es nula –el caso de España o Portugal– o incluso favorece a la generación más mayor, como ocurre en Suecia, Eslovaquia o Polonia.

Movilidad educativa

En global, el informe de la OCDE muestra que, de media –y el matiz es importante–, la diferencia en la habilidad lectora según el nivel de estudios es prácticamente igual entre las personas de 25 a 35 años que entre las de 45 a 55. No obstante, tras este aparente efecto nulo del elemento generacional, lo cierto es que hay países donde sí ha habido un cambio importante: en Finlandia, Alemania, Francia, Inglaterra o Estados Unidos, hay menos desigualdad en la cohorte más joven; mientras, en Eslovaquia, Suecia o España, ocurre lo contrario.

Junto a Alemania, Hungría o Eslovaquia, España está en el grupo de países donde un mayor porcentaje de jóvenes se queda “atrapado” en la baja titulación de sus padres

Otra forma de evaluar el progreso –o la regresión– y la equidad de los sistemas de enseñanza de cada país consiste en analizar la llamada “movilidad educativa” no a nivel de generaciones, sino individual: habrá movilidad ascendente (upward mobility) si un porcentaje significativo de los jóvenes ha logrado superar el nivel de estudios al que llegaron sus padres. Al contrario, habrá “estancamiento” o incluso movilidad descendente si la mayoría de los hijos repiten o empeoran lo que hicieron sus padres.

En términos medios, los países de la OCDE muestran una movilidad ascendente, aunque el peso de los estudios de los padres sigue siendo alto. Por ejemplo, el 70% de los jóvenes de entre 25 y 35 años con al menos un padre titulado en estudios superiores alcanzó ese nivel, cosa que solo ocurrió con el 26% de los que pertenecen a familias donde ninguno de los progenitores pasó de la educación obligatoria; una diferencia de 44 puntos porcentuales.

Con todo, también en esto hay importantes diferencias por países. Por ejemplo, la distancia pasa de los 60 puntos en Eslovaquia, Polonia, Hungría y Lituania, porque apenas llega al 10% la proporción de jóvenes “desaventajados” (en términos de estudios familiares) que completan estudios superiores. Así pues, en estos países se podría decir que la movilidad educativa es baja. No obstante, esto es matizable, porque en Polonia y Lituania –no en los otros dos– sí hay una importante progresión de padres a hijos, solo que se queda en un nivel intermedio: muchos hijos de padres que solo llegaron a la secundaria “inferior” (el equivalente a la ESO en España) escalan hasta la secundaria superior (Bachillerato o formación profesional de grado medio).

Quizás el dato más elocuente es el del porcentaje de los hijos que permanecen “atrapados” en el mismo nivel de secundaria inferior donde se quedaron sus padres. De media es de un 27% –prácticamente igual que el de los que suben hasta los estudios superiores–, pero supera el 40% –o incluso el 50%– en Alemania, Hungría, Eslovaquia y España, por lo que se puede decir que estos países aún tienen una importante tarea en cuanto a la movilidad educativa. En este indicador, y al contrario de lo que sucede con las competencias –una muestra más de que estas no se corresponden exactamente con los títulos–, en España no se da la “igualación por el medio”. Más bien lo contrario: sobresale tanto en el porcentaje de “atascados” como en el de “grandes escaladores”, los que vienen de familias con pocos estudios pero logran títulos superiores.

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