Benedicto XVI, a favor de la “estimulante competencia” entre centros educativos diversos

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El pasado 29 de mayo, el Papa recibió a la plenaria de la Conferencia Episcopal Italiana. Los obispos italianos se habían propuesto para este año centrar sus reflexiones en torno a la evangelización y educación de los más jóvenes. En Italia, desde hace años preocupa la calidad de la educación en escuelas e institutos. En la patria de Dante, escuece especialmente verse abocado año tras año a posiciones muy retrasadas en los informes comparativos de excelencia educativa en los países de la OCDE.

Lejos de circunscribirse a las fronteras de un único país, el Papa encuadró esta realidad de la enseñanza en el más amplio escenario de lo que considera un gran enemigo de la civilización occidental: la dictadura del relativismo. “En Italia como en otros países -dijo- se advierte una auténtica emergencia educativa”. Benedicto XVI definió así este fenómeno: “Cuando en una sociedad y en una cultura marcada por un relativismo penetrante y a veces agresivo parece que se tambalean los pilares fundamentales y los valores y las esperanzas que dan sentido a la vida, se difunde fácilmente entre los padres y los educadores la tentación de renunciar a sus obligaciones”.

El Papa hablaba a los obispos italianos y aludiendo, por tanto, a la educación italiana. Pero los problemas que allí preocupan no son ajenos a otras naciones: inadecuada valoración de la familia como elemento necesario en la educación de los jóvenes, empobrecimiento de la exigencia, adaptación de los programas en torno a una gris mediocridad… Estas condiciones dan lugar a la emergencia de la que habla el Papa: “Los niños, los adolescentes, los jóvenes -si bien rodeados de muchas atenciones y quizá excesivamente protegidos de las pruebas y dificultades de la vida- se sienten finalmente abandonados frente a las grandes preguntas que nacen inevitablemente en su interior, ante las esperanzas y los retos que sienten levantarse frente a su futuro”.

Benedicto XVI explicó la necesidad de hacer frente a uno de los grandes aliados de este empobrecimiento de la enseñanza, el relativismo laicista, que intenta sacar a Dios de las aulas. Según el Papa, no es posible atender a esa emergencia educativa desde “una cultura que pone a Dios entre paréntesis, que desanima toda elección costosa y en particular las elecciones definitivas, para privilegiar por el contrario, en los diversos ámbitos de la vida, la afirmación de uno mismo y la satisfacción inmediata”.

El Papa animó a responder a la emergencia educativa mediante la libertad de elección, la familia y la educación moral de los jóvenes. Y defendió el papel que la educación católica puede desempeñar en un escenario así construido: “En un Estado democrático, que se honra de promover la libre iniciativa en todos los campos, no parece justificada la exclusión de un adecuado apoyo al esfuerzo de las instituciones eclesiásticas en el campo de la escuela”. Para el Papa, “es legítimo preguntarse si no ayudaría a la calidad de la enseñanza la estimulante competencia entre centros educativos diversos, suscitados por iniciativas sociales múltiples, preocupadas de interpretar y satisfacer las elecciones educativas de las distintas familias”.

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