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Autocrítica pedagógica

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Contrapunto

Hay discursos que, según quien los diga, serán tildados de reaccionarios o de inconformistas, de estéril nostalgia del pasado o de diagnóstico clarividente. Un buen ejemplo, a propósito de la educación en España, son las declaraciones de Fabricio Caivano, fundador y director hasta 1997 de la revista Cuadernos de Pedagogía, punta de lanza de la renovación pedagógica considerada progresista. Con motivo de haber sido galardonado con un premio de periodismo educativo, hace unas declaraciones a El País (21-IV-98).

«La disciplina y la autoridad son los dos temas del futuro», asegura Caivano. «Son problemas de orden público. La desintegración de la familia, la falta de socialización primaria, provoca una debilidad ética, y los maestros son los que han de rellenar estos fallos». Si dijera lo mismo la ministra Esperanza Aguirre, El País encontraría motivos para denunciar que el gobierno pretende convertir a los maestros en policías para meter en cintura a los jóvenes; pero, como quien habla es Caivano, el periodista se limita a decir que «no le importa caer en lo políticamente incorrecto».

Tampoco hace falta ya ser un retrógrado para coincidir con el diagnóstico de Caivano cuando afirma que «la escuela progresista ha patinado en muchos aspectos. Por ejemplo, parece claro que el niño no debe ir a la escuela a divertirse. Los resultados de la escuela progresista no son buenos». Hoy Caivano propone que la escuela vuelva a enseñar lo básico: «enseñar a leer, a escribir, a contar en términos numéricos y a interpretar moralmente el mundo». Porque, aun sin ser enemigo de la reforma educativa se puede advertir que «los niños españoles no saben articular un discurso, explicarse. Y esto no sucede en todas partes: los niños franceses o alemanes, por citar algunos, sí que disponen de un orden para poder explicarse».

¿Tradicional Caivano? Por supuesto, «hay que repensar la tradición, modernizarla». Pero denuncia que «se ha perdido casi todo el hilo de la transmisión de los conocimientos más elementales acumulados por la sociedad». Actualmente «no hay tradición ni siquiera en la etapa de crianza. Se ha roto la cadena de la transmisión oral de la tradición. Ya no hay madres o abuelas, o lo que sea, que transmitan a sus hijas los principios básicos de la crianza».

Es más, ni tan siquiera es verdad que fuera de la izquierda y de los sindicatos ya no haya salvación para la escuela. «La izquierda tiene que hacer una profunda autocrítica de su manera de interpretar la escuela. De la misma manera que hay que ir con mucho cuidado en los casos en que se produce un seguidismo inflexible de los intereses sindicales, en perjuicio de los intereses generales». Alguien puede pensar también que Caivano sugiere entregar la escuela a las leyes del mercado, pero no por eso deja de avisar que el sector de la educación debe tener muy en cuenta que «se le acerca una reconversión, tan fuerte o más que la que sufrió la industria».

Un buen comienzo de la reconversión sería perder al miedo a reconocer que ciertas reformas propuestas en su día como progresistas han supuesto una marcha atrás. En esto Caivano es un adelantado.

Juan Domínguez

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