Chalecos amarillos: una revuelta nacida en la red

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Chalecos amarillos

Hace un año, una marea de chalecos amarillos se manifestó y bloqueó carreteras por casi toda Francia, y logró la atención del público nacional y extranjero. Hoy, el movimiento es más bien historia, pero constituye un caso típico de un nuevo tipo de movilización social capaz de dar protagonismo a sectores que no contaban. Así lo muestra un estudio recién publicado.

El movimiento de los “chalecos amarillos” (gilets jaunes) se sirvió de las redes sociales, como la “primavera árabe”, Occupy Wall Street o, en Francia, La Manif pour Tous. Pero se distingue por ser de base fuertemente local y, sin embargo, haber conseguido alcance nacional.

Ha habido otras protestas durante la presidencia de Emmanuel Macron: contra la bajada del impuesto a las grandes fortunas, contra la liberalización del ferrocarril, contra las nuevas normas de ingreso en la universidad, contra la ampliación de la reproducción asistida a mujeres solas… Ninguna consiguió sus objetivos. En cambio, los “chalecos amarillos” lograron la satisfacción –total o parcial– de sus demandas.

El caso de los “chalecos amarillos” muestra cómo una multitud dispersa y sin influencia puede coordinarse mediante una red social para emprender una acción colectiva

La revuelta se originó por un motivo relativamente menor, movilizó a gente de la periferia, se gestó en Facebook. El gobierno no la vio venir; tampoco los sindicatos, los partidos o los medios de comunicación.

Un estudio realizado por especialistas del CREST, el centro de investigación de la École Nationale de la Statistique et de l’Administration Économique (ENSAE), revela cómo fue la génesis de ese movimiento.

Carreteras secundarias

Es común pensar que los “chalecos amarillos” nacieron para oponerse a la subida del precio de los combustibles. Ese, señala el estudio del CREST, fue el desencadenante; pero el origen estaba en otra medida, no incluida en el programa del gobierno y aplicada meses antes, particularmente dolorosa para un sector de la población poco visible hasta entonces. La medida era bajar de 90 a 80 km/h la velocidad máxima permitida en las carreteras secundarias, que entró en vigor el 1 de julio de 2018. El gobierno pretendía con ella reducir la siniestralidad viaria, pero no había pensado en las consecuencias para los habitantes de la Francia periférica, diseminados por localidades pequeñas: personas que tienen el trabajo más lejos y se desplazan por carreteras secundarias. Pocos prestaron oídos a las protestas de gente dispersa lejos de París y sin apoyo de una organización.

A su queja se sumó la que actuó de catalizador: la motivada por la subida de la “tasa carbono” sobre los carburantes, que estaba programada –con el favor de todos los partidos– para 2019. Después del verano, cuaja el movimiento en Facebook rápidamente. Del 10 de octubre es el llamamiento a una protesta nacional con bloqueos de la circulación. Una semana después aparece un videomanifiesto en YouTube. El 24 siguiente se propone el chaleco amarillo (el que es obligatorio llevar en los vehículos para casos de emergencia) como símbolo de la protesta. Se convoca una gran movilización para el 17 de noviembre, que se prepara online con un mapa de bloqueos organizados por los distintos grupos locales. La jornada fue el apogeo de los “chalecos amarillos”, con más de 300.000 personas que se manifestaron en las ciudades o interrumpieron el tránsito de vehículos en casi 800 puntos (sobre todo, rotondas: otro símbolo de la revuelta) del país.

Los “chalecos amarillos” llegaron en un mes a tener más de 1.500 grupos de al menos 100 miembros en Facebook: 4,26 millones de personas en total

El fervor –con estallidos de violencia en ocasiones– duró unos meses y luego fue decayendo. Pero el gobierno dejó sin efecto la subida de la tasa carbono –pese al Acuerdo de París contra el cambio climático– y permitió que municipios y departamentos restablecieran el límite de 90 km/h en ciertos casos.

La Francia periférica

Como anotan los investigadores del CREST, la originalidad los “chalecos amarillos” consiste en la combinación de acción online y en el terreno, con una coordinación espontánea, descentralizada, sin el concurso de sindicatos, partidos u organizaciones. No es un movimiento político, ni obrero, ni estudiantil; no es transversal ni internacional. Nació entre gente corriente, más modesta que acomodada, que reaccionó por un motivo muy cercano pero adquirió relevancia nacional. Facebook fue su instrumento.

En noviembre del año pasado, según el recuento del estudio, los “chalecos amarillos” sumaban más de 1.500 grupos de al menos 100 miembros en Facebook: 4,26 millones de personas en total. La red social les sirvió para difundir información y opiniones, y para coordinar los actos de protesta.

Que el movimiento se gestara en Facebook ya dice algo sobre los “chalecos amarillos”. A diferencia de Twitter, en la mayor red social están sobrerrepresentados los trabajadores de nivel medio-bajo y los votantes de candidaturas “populistas” (la Agrupación Nacional de Marine Le Pen, la Francia Insumisa de Jean-Luc Mélenchon). Están infrarrepresentados los profesionales más acomodados, los habitantes de la región parisina y los votantes de Macron.

Los “chalecos amarillos” se concentran especialmente en la periferia francesa. El número de sus miembros en Facebook es, en términos absolutos, mayor donde hay más densidad de habitantes, con la significativa excepción del área de París. Pero en términos relativos, es mayor en las zonas, menos pobladas, de los contornos.

La subida del combustible fue el desencadenante, pero el rigen estuvo en la reducción del límite de velocidad en las carreteras secundarias

Aunque haya entre ellos más votantes de los extremos y más abstencionistas, la postura política les identifica menos que la situación socioeconómica. Dos son los factores más relevantes: la desigualdad salarial y la distancia al trabajo. En efecto, los territorios más “amarillos” no se caracterizan por la tasa de paro, sino más bien por la proporción, más elevada, de trabajadores activos que han sufrido merma de ingresos. A la vez, son áreas con más dependencia del automóvil –por la mayor longitud de los recorridos y la escasez de transporte público– y con predominio de carreteras secundarias. Esto explica que sus habitantes fueran tan sensibles a la reducción de la velocidad máxima permitida y al encarecimiento del combustible.

Facebook sin burbuja

En otros casos se ha comprobado que las redes sociales –principalmente Twitter– han alentado y ayudado a organizar movimientos de protesta. Les dan visibilidad. Permiten convocar concentraciones y cambiarlas de lugar antes de que se entere la policía. Difunden eslóganes y suscitan solidaridad. El de los “chalecos amarillos”, nacido en Facebook, es singular por su descentralización. La investigación del CREST muestra cómo una multitud dispersa y sin influencia puede coordinarse mediante una red social para emprender una acción colectiva hecha de numerosas intervenciones locales.

Esto no quiere decir que el estudio sea un manual de agitprop para la era digital. El movimiento de los “chalecos amarillos” es espontáneo, surgido de un agravio muy concreto: no se habría podido manipular desde una oficina en San Petersburgo. Ningún difusor de bulos en las redes ha tenido tanto éxito como esos franceses de la periferia que iniciaron su conversación en Facebook pero no se quedaron metidos en una burbuja de opinión, sino que salieron al espacio físico y forzaron a que el gobierno diera su brazo a torcer.

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