¿Qué lleva a gente de la más variada edad y condición social a conectar con la obra del poeta y sacerdote polaco Jan Twardowski (1915-2006)? La crítica y los lectores coinciden: el encuentro con una poesía sencilla, amable, que aporta a sus vidas belleza, bondad y esperanza. Netflix le ha hecho un hueco en su catálogo, y ahora sus versos brillan con luz propia junto al anime, el true crime o los dramas coreanos.
“Apresurémonos a amar a las personas, ya que desaparecen tan pronto”. Este verso de uno de sus poemas más conocidos sirve de puerta de entrada a un documental delicado e intenso: Jan Twardowski: El cura poeta (2015), disponible en la plataforma desde el año pasado. En 38 minutos asistimos a un parto en directo, a una misa, a la lectura de una decena de poemas, a numerosos silencios y a otros tantos testimonios que vuelven a dejarte callado…
“Trabajo de maquinista. Debería haber trabajado en esto toda la vida. Me hace muy feliz y me siento muy realizado, porque siempre me ha gustado ayudar a los demás”, explica un conductor de tranvías, de mediana edad, que descubrió los versos de Twardowski gracias a su mujer. Con ellos, ha aprendido a ver la realidad de otra manera.
En la siguiente escena, se ve al hombre trajinando con su hijo en el jardín. Fabrican un columpio casero. “Me gustaría enseñar a Michał a tener compasión; a ser un hombre bueno, que no se rompa bajo la presión del mal o de los problemas que tenga. Tarde o temprano, la bondad acabará triunfando. Estoy seguro”.
El maquinista lee Oda a la desesperación, un poema en el que se hace patente el empeño de Twardowski por acercarse al dolor concreto sin soluciones de manual ni respuestas correctas:
¡Pobre desesperación,
íntegro monstruo!
Aquí te atormentan terriblemente:
los moralistas te ponen la zancadilla,
los ascetas te dan patadas,
los médicos recetan pastillas para que te marches,
te tildan de pecado…
Y sin embargo, sin ti
yo acabaría sonriendo sin parar, como el lechón bajo la lluvia,
caería embelesado cual ternero,
me volvería inhumano (…)
Para Twardowski, la fe y la compasión van de la mano. Lo explica en el documental el sacerdote que le ayudó durante 15 años en la Iglesia de los Visitantes: “Me enseñó, como hombre y como sacerdote, una cosa muy básica. En primer lugar, que hay que ser humano. Luego, que es bueno ser cristiano. Y, finalmente, sacerdote. El padre Twardowski decía que ese debía ser el orden de las cosas. (…) Siempre fue muy humano”.
Esa humanidad permite a Twardowski tratar de tú a tú y sintonizar con gente muy variada. Una madre primeriza –la del parto en directo– conecta con la alabanza a la imperfección que hace en el poema Un ángel sin hijos, todo un balón de oxígeno frente a las maternidades impolutas de Instagram. Una estudiante muy aplicada aprende en el poema Nada a no tomarse todo tan en serio. Un adolescente aficionado al kárate y a la poesía agradece a Twardowski que le haya ayudado a comprender el valor de cada persona. Una traductora de 24 años, que se va a vivir con su novio, dice que la poesía de Twardowski le “ha hecho sentir que el mundo y la gente son amables por naturaleza”…
¿Convierte Twardowski a sus lectores? No sabemos. Y tampoco está claro que lo pretenda. Lo que sí quiere es llevar a todo el mundo –no solo a los creyentes– una poesía cordial, de mirada compasiva más que censora, llena de humor y de agradecimiento por la vida, como la describen Anna Sobieska y Antonio Benítez Burraco en el estudio preliminar de la Antología poética que publicó Rialp.
Una poesía –prosiguen– que surge de “la teología del Dios que sonríe”, en palabras del crítico literario Andrzej Sulikowski; que invita a sus lectores a descubrir no solo la huella de Dios en todo lo creado, sino también las mil maneras que tiene de hacerles llegar su ternura. Se ve en el poema Lo más cercano: “Dios te ama a través de esa carta cordial que recibiste (…)”. O en el poema Sentí miedo:
Sentí miedo. La vista me falla: ya no seré capaz de leer;
pierdo la memoria: ya no seré capaz de escribir;
temblé como el redil zarandeado por el viento.
Dios Te lo pague, Señor, porque me ofreció su pata
el perro que ni lee libros ni escribe poemas.
Son poemas desprovistos de elocuencia, que conmueven por su sinceridad. Twardowski emociona porque se muestra tal cual es. Un buen ejemplo es el poema Explicación:
No he venido a convertirle:
hace mucho que cualquier docto sermón se esfumó de mi cabeza,
hace tiempo que ando desnudo de cualquier forma de brillantez (…);
no voy a darle la lata
preguntándole su opinión acerca de Merton;
cuando discutamos, no me daré aires como un pavo,
siempre con esa nariz de payaso puesta sobre el pico; (…)
me limitaré a sentarme junto a usted
y a confiarle mi secreto:
yo, un sacerdote,
creo en Dios como lo haría un niño.
Cierra el documental una anciana profesora universitaria, tan entrañable como poco complaciente: “Se supone que tengo que decir algo sobre el papel del padre Twardowski en la literatura polaca. Muchos poetas e historiadores de la literatura valoran la profundidad y la diversidad de su obra, pero también su increíble talento de ser capaz de llegar a la gente normal. Hace poco, no sé quién me contó que tuvo una conversación sobre Twardowski con un taxista. Resulta que el taxista leía a Twardowski y le encantaban sus poemas. (…) Muchos polacos necesitan y anhelan poesía como esa”.
¿A qué se refiere? El propio poeta dio una pista en un libro titulado de forma expresiva Anonadado por la gracia. Mis recuerdos felices: “El Evangelio es esperanza frente a la desesperación y yo querría escribir poemas que se le parecieran. Poemas así son necesarios en el mundo de hoy. (…) Mi objetivo es hablar de fe a un mundo que carece de ella; de esperanza, a un mundo que nada espera; de amor, a un mundo donde este amor no existe. Escribo sobre la gente con que me encuentro a diario, en el confesionario y en la calle. Lo importante es inclinarse hacia el hombre y abrirse también a otra realidad, que es invisible y que está más allá de nuestra experiencia”.
Nota
La traducción de los poemas citados en este artículo, distinta a la del doblaje del documental, es de Anna Sobieska y Antonio Benítez Burraco.