Nueva Orleans: un huracán de rumores

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Los medios de comunicación difundieron noticias espantosas de saqueos y violencia en Nueva Orleans tras las inundaciones causadas por el huracán Katrina. Esas informaciones han resultado ser falsas o exageradas. Michael Cook (www.mercatornet.com, 14 octubre 2005) resume las nuevas conclusiones del principal diario de Nueva Orleans, «Times-Picayune» (26 septiembre 2005)

El dramatismo es la especialidad de los medios de comunicación, y eso es lo que los medios sirvieron al informar sobre las inundaciones de Nueva Orleans. Cuando miles de ciudadanos evacuados se aglomeraban en la Dome y en el Convention Center, el mundo recibía noticias estremecedoras: francotiradores disparaban contra helicópteros de rescate; cientos de cadáveres se apilaban en el Convention Center; se violaba a mujeres, niños y bebés; se mataba por comida y agua; centenares de pandilleros enloquecidos y armados se habían hecho con la ciudad. El alcalde, Ray Nagin, dijo a Oprah Winfrey que su ciudad había quedado reducida a un «estado casi bestial». Era una imagen espantosa que quedará grabada en la memoria del público.

Solo hay un pequeño problema: no era cierta. En un largo informe, el principal diario de Nueva Orleans, el «Times Picayune» (26-09-2005), examinó gran parte de las noticias de desmanes y las halló disparatadamente exageradas. «Todo se adornaba, todo se exageraba -dijo un oficial de la policía-. Si uno decía que había visto seis cadáveres, después otro decía haber visto los mismos seis, y los vio otro más, entonces los seis se convertían en 18».

Esta es la verdad sobre algunas de las noticias más morbosas que circularon por el mundo. La mayoría giraban en torno a las condiciones caóticas e insalubres en la Dome, donde se alojó a 30.000 evacuados, y en el Convention Center, donde hubo entre 10.000 y 20.000.

Disparos contra soldados en la Dome. En una refriega, un soldado de la Guardia Nacional se dio un tiro en la pierna accidentalmente. «Estuvimos patrullando la ciudad 24 horas al día, y nadie oyó un solo disparo más», dijo un oficial de la Guardia Nacional.

Cientos de cadáveres amontonados en la Dome. No se mató a nadie en la Dome. Hubo seis muertes confirmadas: cuatro por causas naturales, una por sobredosis y un suicidio.

Violencia desatada. Los soldados que tomaron el mando del Convention Center fueron bien recibidos por la multitud. No encontraron pruebas ni testigos ni víctimas de homicidios, violaciones o palizas. Un equipo de SWAT investigó unas diez denuncias de tiroteos, pero no apareció ninguna víctima. Se registró cuidadosamente a unos cuantos sospechosos, pero no se les encontró arma alguna.

Violaciones por docenas. El «Times-Picayune» señalaba que, como es bien sabido, muchas violaciones no se denuncian, por lo que pudo haber algunas. Pero no hay indicios firmes de que se cometiera ninguna. Un hombre intentó abusar de una joven, pero fue entregado a la policía. No hubo violaciones de niños.

Saqueos. No hubo saqueos masivos, según un artículo del «New York Times» (9-10-2005). «Se dijo que habían asaltado la tienda de Ace Hardware, en Oak Street, derribando el muro con una carretilla para palés; pero la tienda resultó estar intacta, como la mayoría de las otras y todas las casas» -explica Michael Lewis, autor del artículo.

¿Por qué se difundió semejante desinformación?

La razón más clara es la irresponsabilidad e incompetencia del alcalde y del jefe de policía, que, como cargos públicos, deberían haberse mostrado firmes, serenos y fiables. En cambio, amontonaron rumores y los inflaron hasta convertirlos en pesadillas. El alcalde advirtió que podría haber 10.000 muertos. [Los últimos datos indican que en Luisiana hubo 1.035 muertos]. Habló a Oprah Winfrey de «centenares de pandilleros armados» que mataban y violaban en la Dome. El jefe de policía, Eddie Compass, mencionó violaciones de «bebés» y se jactaba de que él y sus agentes habían visto a 30 criminales pegando tiros en la Dome. Pero el jefe del equipo de SWAT dijo que él y sus hombres habían oído disparos y visto fogonazos una sola vez.

Pero sin duda gran parte de la culpa recae sobre los periodistas que completaron los rumores con sus propias invenciones. «Los Angeles Times» publicó que soldados de la Guardia Nacional «tomaron posiciones en los tejados para controlar a los francotiradores y turbas armadas, mientras abajo bullían multitudes de refugiados, desesperados por huir. A lo lejos se oían disparos». Después, el diario reconoció que esa crónica era muy exagerada.

La gente tiende a exagerar cuando está sometida a tensión, y los periodistas deberían saberlo. Por ejemplo, Carl Quintanilla, de NBC News, dijo lo siguiente en el informativo Jim Lehrer’s NewsHour (27-09-2005), de la PBS, a propósito de una entrevista con una mujer en el Convention Center. «Uno de nuestros informadores dijo a una mujer: ¿de verdad lo ha visto?; ¿puede llevarme hasta la mujer a la que han violado? Ella respondió: claro. Él insistió: ¿puede llevarme hasta ella, ahora mismo? La mujer dijo: bueno, en realidad lo oí contar a otra persona». Por desgracia, muchos otros periodistas parecían más interesados en repetir rumores que en comprobarlos.

Otra explicación de la mala información puede estar en los prejuicios. Como la mayoría de las personas aglomeradas en la Dome y en el Convention Center eran pobres y de raza negra, quizá los periodistas no esperaban mucho del comportamiento de ellas en la tragedia. Keith Woods, afroamericano él mismo, antiguo periodista del «Times-Picayune» y hoy profesor de periodismo, dijo a NewsHour: «Con la delincuencia que tenía Nueva Orleans antes del huracán, estoy perfectamente dispuesto a creer que podría estar ocurriendo todo aquello dentro de la Dome o del Convention Center: ¿por qué no?».

Sin embargo, no es que el nivel de delincuencia del que se habló se levantara solo un grado sobre el horizonte (de hecho, la tasa de homicidios no varió): es que ni siquiera salía en el radar.

Sea cual sea el motivo de su credulidad, los periodistas que convirtieron los telediarios en «Grand Auto Theft: New Orleans» hicieron un gran daño a su país.

Lo que impresionó a los extranjeros no fue la inundación, ni la incompetencia en los trabajos de rescate, ni el perjuicio a la economía de Estados Unidos y del mundo; sino las ahora desacreditadas informaciones sobre comportamientos viles y bárbaros. El historiador británico Timothy Garton Ash se refirió a la «descivilización» de Nueva Orleans: «Lo que aquí está amenazado es nada menos que la civilización, la delgada capa que extendemos sobre el hirviente magma de la naturaleza, también la humana. Nueva Orleans abrió un pequeño agujero por el que pudimos atisbar lo que siempre hay debajo». Los extranjeros se inclinarían a concluir que debe de haber algún fallo fundamental en una sociedad que de la noche a la mañana retrocedía a un estado hobbesiano de barbarie.

Quizá el mejor comentario a esa penosa información fue el del general criollo del ejército norteamericano Russel Honoré, que tomó el mando del plan de asistencia a las víctimas en Luisiana. El general replicó a un periodista en estos términos: «No seáis tan aficionados a estupideces, periodistas. Estamos haciendo progresos. Y haced el favor de no confundir a la gente. Sois parte del mensaje al público: ayudadnos a que el mensaje llegue bien».

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