“Lux”: ¿Ha creado Rosalía el primer disco metamoderno?

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Presentación del álbum “'Lux”, de Rosal´ía, en Madrid, 20 de octubre de 2025 (Carlos Luján / Europa Press)

El 18 de marzo de 2022 Rosalía lanzaba su tercer álbum, Motomami, un producto típicamente posmoderno… con algunas grietas. El pasado 7 de noviembre la cantante catalana presentó Lux, un disco muy diferente desde el punto de vista musical y temático, y con un discurso que podría enmarcarse en lo que algunos pensadores llaman metamodernidad.

Desde hace más de dos décadas, numerosos filósofos –sobre todo en el ámbito anglosajón– vienen anunciando el final de la posmodernidad. Hay un cierto consenso en que vivimos una etapa en la que los postulados posmodernos teorizados por Lyotard, Foucault, Derrida y Jameson, entre otros, han sido superados y aportan muy poco en el siglo XXI.

Algunos, más críticos, se plantean incluso si esta filosofía ha llegado a aportar algo positivo, vistos sus frutos en forma de sociedades desestructuradas, polarizadas y consumistas hasta el hartazgo, o en ciudadanos desesperanzados y cínicos, solos y con graves problemas de salud mental.

Hay quien habla ya de metamodernidad. Otros la llaman pos-posmodernidad o neomodernidad. El artículo más importante en este sentido, que funciona como una especie de manifiesto inaugural, lo publicaron en 2010 Timotheus Vermeulen y Robin van der Akker. En sus Notas sobre el metamodernismo, los dos académicos tratan de dibujar los límites de este nuevo paradigma filosófico, que definen como una oscilación entre el compromiso de la modernidad y la ironía de la posmodernidad. Esta oscilación se extiende al resto de los “mandamientos” posmodernos: frente a la fragmentación, el relativismo, el individualismo, el rechazo de los grandes relatos y el absoluto emotivismo de lo posmoderno, la metamodernidad volvería a valorar la razón, exploraría el poder de la narrativa, aceptaría la existencia de una verdad (a veces simplemente veracidad) o rescataría la bondad de los vínculos. El texto se centra en algunas manifestaciones en la arquitectura o el cine, aunque concluye que todavía es pronto para establecer unos principios constitutivos. De momento, la metamodernidad –más que una propuesta afirmativa– se sigue definiendo por lo que tiene de denuncia contra las etapas anteriores.

La metamodernidad oscila entre el compromiso de la modernidad y la ironía de la posmodernidad, y que se define más como denuncia de las etapas anteriores que como propuesta alternativa

Pero mientras los filósofos, sociólogos y teóricos del arte se ponen de acuerdo, la vida y los productos culturales van por delante. Y aquí entra Lux, que puede leerse como un ejemplo de superación de la posmodernidad.

El álbum es especialmente interesante porque Motomami –con su individualismo, su fragmentación, su exaltación del hedonismo, del lujo y el consumismo, con su apuesta por la fisicidad, el presentismo y su defensa de la continua transformación– era precisamente un monumento a la posmodernidad. Aunque también es cierto, y lo señalamos en estas páginas, que algunos temas y referencias ya hablaban de una superación del credo posmo. Era el inicio de un camino que ha terminado con la publicación de Lux.

Un gran relato en 13 lenguas

En La condición posmoderna: Informe sobre el saber, el filósofo francés Jean-François Lyotard señalaba, como característica de la posmodernidad, la desconfianza hacia los metarrelatos; esas narraciones que –hasta el momento– proporcionaban un marco de sentido y significado común y permitían progresar a la humanidad. Abandonados los metarrelatos, surgen los microrrelatos: narrativas instrumentales, locales, mutables y efímeras que solo sirven para un país, un grupo, una identidad o un periodo de tiempo muy concreto. Una narrativa muy adecuada para un pensamiento fragmentario, relativista y líquido que ha sido el predominante desde los años 70 del pasado siglo.

Lux opera en una lógica absolutamente distinta al plantear el disco al servicio de un potente relato. Los 18 temas del álbum se estructuran en cuatro movimientos que cuentan el proceso de unión del alma con Dios. Un proceso que empieza con el desgarro entre el hombre espiritual y carnal –en Sexo, violencia y llantas– y termina con la aceptación de la muerte como un paso necesario para una nueva existencia –Magnolias–, pasando por la petición de redención a Dios –en Divinize o Berghain–, el perdón –La rumba del perdón–, o el desasimiento de lo terreno –en Sauvignon blanc–.

Todo el disco gira en torno a esa idea, que no es otra que la aspiración del hombre a la santidad. La creencia en un ser superior, creador, que se comunica con el hombre, o mejor dicho, que ama al hombre y que busca que el hombre le ame. Una relación personal capaz de colmar la insatisfacción del hombre. En una de las entrevistas más personales de Rosalía, la cantante catalana confesaba que hay un deseo interior que no ha conseguido llenar ni con el éxito, ni con lo material, ni siquiera con relaciones románticas y se pregunta si ese vacío solo se llena con Dios.

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Frente a quienes –escépticos, y sí, probablemente, posmodernos– fruncirían el ceño para decir “claro, el Dios consuelo o ibuprofeno”, Rosalía estampa en la carátula del disco la contundente frase de Simone Weil: “El amor no es consuelo, es luz”. Por cronología, la filósofa francesa no conoció la posmodernidad, pero su crítica al materialismo, su compromiso con los necesitados y su profunda espiritualidad hubieran comulgado poco con esta corriente.

Ni Weil, ni seguramente Rosalía, entienden la aspiración al amor de Dios como un simple placebo autorrecetado, sino como una revelación, una luz. Y una verdad. Una verdad capaz de colmar el corazón pero también la inteligencia del hombre. En varias entrevistas, Rosalía ha mostrado su prevención ante un mundo lleno de estímulos, de ruido, de posverdad y creaciones de la IA subrayando que “es más necesaria que nunca una fe, una certeza”.

El carácter de metarrelato –o gran narrativa– se subraya en Lux, además, al utilizar Rosalía trece lenguas (catalán y español, junto con árabe, inglés, francés, alemán, hebreo, italiano, japonés, latín, mandarín, portugués y ucraniano). Este plurilingüismo es una manera de manifestar que la faceta espiritual y religiosa del hombre es un relato que puede entenderse en cualquier idioma. Que Rosalía introduzca en el disco no solo a santas cristianas sino a místicas hindúes o islámicas amplía aún más los límites de la narrativa. La sed de Dios que manifiesta Rosalía en el álbum es una experiencia común a cualquier ser humano, da igual la edad, la lengua, el país e incluso la religión (o no) que profese.

“Lux” es un álbum trascendente, que sólo puede entenderse desde la óptica de que el ser humano tiene un futuro después de la muerte

El relativismo posmoderno, en definitiva, queda herido de muerte ante la afirmación de una verdad universal: la existencia de un Dios que ama al hombre.

Frente al presentismo, apertura a la trascendencia y reconocimiento del pasado

El horror de la Segunda Guerra Mundial, el declive de los mitos que parecían salvadores y la sospecha ante la razón y las instituciones dejaron al hombre y la mujer de la segunda mitad del siglo XX enojados con el pasado y profundamente desesperanzados respecto al futuro. Por eso, se instalan en el presente. Vale el hoy y el ahora. Ni raíces, ni tradición, ni futuro o expectativas.

Lux opera en otra órbita. En la recuperación del pasado, en una oscilación que no viaja hasta la modernidad, sino hasta la Edad Media. En el valor de la Memoria (el precioso fado). Y en la esperanza en el futuro.

Rosalía “viaja” a la Edad Medía –era dorada de la mística femenina cristiana– para buscar a las protagonistas de su disco, y bucea en los siglos XVIII y XIX, en Verdi, Vivaldi, o Bach para construir sinfonías que nos conectan con los siglos de oro de la música clásica. Se entiende el entusiasta comentario del presentador Risto Mejide: “Creo que gracias a este disco, mucha gente está apareciendo de repente en el siglo XVII y XVIII y descubriendo un Vivaldi, un Händel, un Bach… Seguramente, música que no habría escuchado de otra manera; y ya solo eso me parece un milagro”.

En cuanto al futuro, Lux es un disco absolutamente trascendente, que sólo puede entenderse desde la óptica de que el ser humano tiene un futuro. Que después de la muerte hay algo. No es el final. Es un paso, importante, pero un paso, como se percibe en el tono y en la letra de Magnolias, donde Rosalía imagina su propia muerte. Lux es un viaje hacia una tierra futura –el Cielo– más satisfactoria. Un viaje que el alma tiene que emprender después de haberse desasido de lo material.

Con el rolls-royce que quemaré

Es lógico que un hombre volcado en el presente, ajeno a la trascendencia e indiferente hacia el futuro, trate de colmar sus deseos y aspiraciones con lo material. Y, en ese sentido, el binomio posmodernidad-capitalismo resulta muy comprensible. Una vez que hemos desistido del progreso moral, el único que queda es el económico. Y, sin ideales trascendentes, es fácil que el hombre se vuelque en placeres más terrenales. De todo ello hablaba Motomami; desde el sexo, el lujo o, en un escalón superior, la fama. Sin embargo, el último tema, Sakura, ya sonaba como advertencia de lo efímero de estos placeres, de la brevedad del tiempo, de lo fútil del éxito.

Lo que en Motomami era solo una referencia, se desarrolla en Lux como un eje vertebrador. Cualquier tratado de mística –y Rosalía ha leído algunos en estos tres años– habla de la importancia del desasimiento o el ayuno para conseguir la unión con Dios. En Sauvignon blanc, recurre a Santa Teresa, que lideró en los carmelitas una reforma en pro de una pobreza más estricta, para cantar la superioridad de los bienes espirituales sobre los materiales. Algunas estrofas –Ya no quiero perlas ni caviar / Tu amor será mi capital / Y qué más da si te tengo a ti / No necesito nada más– suenan absolutamente retadoras en tiempos de consumismo compulsivo. Son un órdago a una sociedad que calma su vacío existencial llenando carritos de la compra en Amazon.

Frente al gnosticismo, una fe encarnada en santas

El hombre posmoderno no es necesariamente ateo. Y, de hecho, la posmodernidad ha convivido bien con la religiosidad popular y el gnosticismo. Una religión líquida que cree en las energías y participa en procesiones, pero que reniega de las instituciones y de una fe que tenga consecuencias en el día a día.

No es esta la fe de Lux.

Rosalía cuenta que se encerró tres años a investigar las vidas de las santas, la mayoría cristianas. En esa investigación descubrió que, como decía Oscar Wilde, todo santo tiene un pasado. Y no siempre ejemplar. Quizás el caso más radical es el de Santa Olga de Kiev, que inspira el tema De madrugá y que, antes de convertirse, vengó la muerte de su marido con el asesinato de miles de drevlianos.

Leyendo vidas de santas, confiesa que descubrió también que es posible una amistad profunda y a la vez desprendida cuando se comparte el mismo amor. Es el caso de Santa Clara y San Francisco, enamorados del crucificado. La amistad de los dos santos y su devoción al Cristo de San Damián (el que ordenó a Francisco: ve y repara mi Iglesia) inspiraron a Rosalía el aria Mio Cristo piange diamanti. Un tema en el que trabajó durante un año buscando, entre otras cosas, la aprobación de su abuela. “Para ella, lo auténtico era la música clásica y las voces con formación clásica. Yo pensaba: Algún día voy a componer una canción que hará que mi abuela diga: ¡Vale, ahora sí que lo has pillado!“. Efectivamente, su abuela le mandó un audio (los famosos audios de la abuela de Rosalía) para decirle que le había encantado el aria.

La fe que muestra Rosalía en Lux es una fe encarnada en personas, en las santas, y la relación con Dios es una relación también encarnada y absolutamente personal. El Dios de Lux es un Dios amante. Más aún. Casi un acosador, como se le define en la divertidísima Dios es un stalker. Es el tema más bailable… y también el de mayores referencias religiosas: desde el Cantar de los Cantares, hasta la Suma Teológica de Santo Tomás. Todo muy canónico y nada gnóstico.

Por otra parte, un posmoderno nunca hablaría del demonio. Lux habla dos veces. Y las dos para señalar la superioridad divina. El Dios stalker tiene al diablo pressed, apretao, y la protagonista de La yugular dice “mira que no tengo tiempo para odiar a Lucifer… estoy demasiado ocupada amándote a Ti, Undibel [Dios en caló]”.

Sólido frente a lo líquido

Quizá habría que haber empezado por aquí, pero, si la posmodernidad se ha caracterizado por el auge de lo líquido –en el pensamiento, las relaciones o el trabajo–, de lo fragmentario y del emotivismo (las tres cosas están relacionadas), la oscilación metamoderna tendría que venir por un esfuerzo de cohesión, solidez y sentido. Y esto es, en cierto modo, Lux. Un álbum que ha llevado tres años de un trabajo casi monástico (nunca mejor dicho), de documentación, de buscar un hilo conductor. Un disco que tiene sentido como unidad, como historia, con las canciones siguiendo un orden.

Y un álbum que se ha trabajado desde la emoción y los sentimientos, por supuesto, pero también desde la intuición y la razón. En las numerosas entrevistas que ha concedido Rosalía en la promoción, ha insistido en que lo importante de Lux son las letras, que en lo que más trabajó fue en la escritura. Sólo después de dedicar mucho tiempo a leer y escribir entró la música; y lo atribuía a un principio unificador, citando nada más y nada menos que el inicio del Evangelio de San Juan: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios”. Hay pocas frases más sólidas, contundentes e integradoras en la Escritura… Y menos posmodernas.

En definitiva, después de la posmodernidad de Motomami, Rosalía ha elaborado un álbum sobresaliente desde el punto de vista musical y que supone una oscilación que podría llamarse metamoderna.

De hecho, quizás Lux sea la primera manifestación musical importante de esta incipiente metamodernidad.

Si todavía quieres seguir ahondando en el disco, puedes escuchar el capítulo especial de Para no hablar del tiempo.

Ana Sánchez de la Nieta
@AnaSanchezNieta

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