Francia: “Le Point” y “L’Express” cambiarán de manos

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La noticia no lleva grandes titulares. Le Point, el semanario político francés, ha sido comprado por el grupo Artemis, del financiero François Pinault. La pregunta es qué lleva al propietario de los grandes almacenes Printemps y Fnac, y la marca líder en venta por correspondencia La Redoute, a pagar unos 200 millones de francos (5.000 millones de pesetas) por el semanario fundado por Jean-François Revel.

Pinault, que ya era accionista minoritario de Le Monde, compró Le Point al grupo Havas -publicidad, prensa especializada y editoriales- y Génerale des Eaux (GdE). Ese grupo controla además L’Express, aunque también lo ha puesto en venta y ya tiene una oferta de compra de Le Monde y el diario español El País (hace unos meses, Le Monde ofreció 400 millones de francos, pero Havas quiere más dinero).

Prestigio, influencia, hacer un favor a los amigos políticos, tener un medio para defenderse de posibles ataques, son las razones que pueden llevar a empresarios ajenos al mundo de la información a lanzarse a la compra de un periódico o un semanario. Los ejemplos en Francia son recientes. Jérôme Seydoux, el jefe de la casa Pathé, acudió al rescate de Libération cuando el invento de Serge July hacía agua por todas partes. Seydoux es un empresario cercano a Mitterrand, y su operación de salvamento del Libé cayó muy bien entre los socialistas.

Algo similar puede decirse de Le Point y Pinault. Creado por un grupo de disidentes de L’Express en 1972, Le Point es un semanario liberal conservador que con sus 310.000 ejemplares mantiene una cierta influencia en la derecha francesa. Pinault, amigo de Jacques Chirac, ha hecho una operación bien vista por el presidente galo y, a la vez, añade a su imperio económico el florón, un símbolo de prestigio, aunque con él pierda dinero.

El debate sobre si es mejor que la prensa pertenezca a editores o grupos industriales fue una constante en la Italia de la década de los ochenta, cuando los grandes diarios fueron cayendo, uno tras otro, en manos de los Agnelli o los Benedetti. Antes, el viejo y prestigioso Corriere della Sera había pasado de manos de los Crespi, una familia de editores milaneses, a la editorial Rizzoli. Para los Rizzoli, comprar el Corriere supuso «hacer realidad el sueño de su vida»… y el principio del fin. La mala administración y la crisis de la prensa de fines de los setenta provocó un agujero de tales dimensiones en la empresa que llevó al viejo Rizzoli a morir de infarto -eso sí, en su villa de la Costa Azul-, a su hijo a la cárcel, y al Corriere, a manos de los Agnelli.

Paralelamente, La Repubblica, fundada en 1976 con la intención de ser un diario minoritario para intelectuales de izquierda, se convertía en un inesperado éxito, pero se echaba en brazos de De Benedetti, entonces dueño de la Olivetti. La Stampa, el tercer diario de Italia, ya era de los Agnelli desde 1926 (La Stampa se edita en Turín, y allí casi todo es de la Fiat o de Agnelli).

Más ejemplos: Il Messaggero de Roma -que era de la Ferruzzi, otra historia trágica- fue comprado hace un año por unos constructores, los Caltagirone, mientras que Il Tempo, el otro diario tradicional de la capital italiana, es del también constructor Domenico Bonifaci. Por su parte, Il Mattino de Nápoles es propiedad de un banco, etc., etc.

Lo que permite estos extraños maridajes es la endeblez de los medios en Francia, y la alta politización de la vida italiana. En Alemania o en Gran Bretaña sería impensable que Daimler-Benz comprase el Frankfurter Allgemeine Zeitung -entre otras razones, porque este diario no es una sociedad anónima normal- o que el Times cayera en manos de una constructora. Pero Italia is different.

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