Lúcidos, reaccionarios e inconformistas: tres pensadores ante la modernidad

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Lúcidos, reaccionarios e inconformistas
Aquilino Duque, Nicolás Gómez Dávila y Leonardo Castellani

Enmarcado dentro de la primera edición de los Cursos de Verano CEU-María Cristina (San Lorenzo de El Escorial), el programa “Lúcidos, reaccionarios, inconformistas” abordó las figuras de tres intelectuales y autores hispanoamericanos que, no exentos de polémica, se enfrentaron al statu quo de su época, combatiendo desde sus respectivos reductos aquello que les parecía la gran afección de su tiempo: la modernidad. Se trata del colombiano Nicolás Gómez Dávila, el argentino Leonardo Castellani y el español Aquilino Duque.

“El mundo moderno no será castigado. Es el castigo”, escribió en uno de sus escolios Nicolás Gómez Dávila (1913-1994), gran maestro de aforismos. De esta forma tan contundente, Gómez Dávila condensó su modo de ver su entorno y el tiempo que le tocó vivir. Uno que, podría decirse, también compartieron, de una u otra forma, Leonardo Castellani (1899-1981) y Aquilino Duque (1931-2021). Con un talante ciertamente contramoderno y reaccionario, y basado en el catolicismo, estos tres pensadores encarnaron un profundo compromiso con su tiempo, con la creación literaria, con el pensamiento político y con la trascendencia que, veían, iba quedando relegada a los márgenes de la sociedad. Igual que ellos.

Leonardo Castellani: con todos se peleó menos con Dios

“Castellani fue peleón salvo con Dios. Fue un polemista formidable, pero no fue un hombre que sembrase odios. Creo que fue odiado como lo son siempre los profetas”, afirmó el escritor Juan Manuel de Prada en el seminario en torno a la figura de Castellani. “Los hombres que viven en el presente y quieren disfrutar de las ventajas del presente, siempre odian al hombre que vive en el futuro, al hombre que atisba lo que va a suceder”.

Nacido en la provincia de Santa Fe en 1899 de padres italianos, ingresó en 1918 en el noviciado de la Compañía de Jesús, donde recibió una formación muy exhaustiva en filosofía y teología, pero también en retórica y en literatura. Tras estudiar Teología y Filosofía en la Universidad Gregoriana, en Roma, y Psicología en la Universidad de la Sorbona, volvió a Buenos Aires y publicó numerosos artículos y pequeños ensayos en prensa. Escribió de temas educativos, de cuestiones políticas y religiosas y literarias, pero todos ellos atravesados por dos temas.

La lectura de Castellani es un festín de la inteligencia – Juan Manuel de Prada, escritor

El primero, su profunda condena del liberalismo, que le convirtió en uno de los referentes del catolicismo antiliberal. Castellani consideraba al liberalismo como el origen de todas las ideologías modernas, entre ellas, el comunismo, además de entenderlo como una postura contraria a la fe cristiana al introducir un concepto perverso de libertad. En él, la libertad deja de ser la capacidad de discernimiento que el hombre tiene para diferenciar el bien del mal y escoger el bien, para significar que aquello que el hombre elige queda dignificado, porque la elección humana en sí misma es digna. El otro gran tema de su literatura, sobre todo en la segunda mitad de su obra y a raíz de su expulsión de la Compañía de Jesús y la suspensión de su ministerio sacerdotal en 1949 –en 1966 fue restituido–, es el fariseísmo en la Iglesia Católica, es decir, el “legalismo” aplicado a la religión.

“Su lectura es un festín de la inteligencia”, concluyó De Prada. “Y lo que más conmueve y admira de Castellani es que cumple a la perfección aquello que exigía santo Tomás a un pensador católico. No dividía nunca en dos su cabeza. Todos los asuntos que trataba, no importaba cuál fuese su naturaleza, si literaria, política, social o económica, estaban iluminados por la fe”.

Juan Manuel de Prada (derecha) habla sobre Leonardo Castellani en los Cursos de Verano del CEU (foto: Universidad CEU San Pablo)

Nicolás Gómez Dávila: un reaccionario auténtico

Similar es el caso de Nicolás Gómez Dávila. Tal y como explicó el poeta Enrique García-Máiquez en el seminario en torno a la figura del aforista colombiano, lo que le caracterizaba, tanto a él como a su pensamiento y obra, era su profundo catolicismo, que, por momentos, consideraba su patria. Él mismo se autodenominaba “reaccionario auténtico”.

Nacido en una aristocrática familia de financieros y empresarios de Bogotá en 1913, pasó su infancia en París para regresar en 1939 a su ciudad natal. Políglota y dueño de una profunda y vasta erudición, además de una biblioteca con cerca de 30.000 volúmenes, Gómez Dávila se dedicó a la administración de negocios familiares, formó parte de la dirección del Banco de Colombia, y, aunque no cursó estudios universitarios, colaboró en la fundación de la Universidad de los Andes.

Gómez Dávila creía que no podía existir una política alta sin fines espirituales – Enrique García-Máiquez, poeta

Sin embargo, su gran labor fueron sus miles de aforismos reunidos en Escolios, que escribió sin una intención expresa de ser publicados. Con un estilo seco, exacto e incisivo, elegante e irónico, Gómez Dávila diseccionó los varios males de su época que, consideraba, se encontraban en la modernidad, el comunismo, el liberalismo y la democracia. Unos males que, a su vez, llevaban a una decadencia estética. “El número de votos que elige a un gobernante no mide su legitimidad sino su mediocridad”, escribió en uno de sus escolios. Como comentó García-Máiquez, “Gómez Dávila creía que no podía existir una política alta sin fines espirituales”. Por ello, su pensamiento se ha definido en ocasiones como teología política: consideraba que los errores políticos resultaban, en definitiva, de errores teológicos.

Enrique García-Maíquez en su intervención sobre Nicolás Gómez Dávila (foto: Universidad CEU San Pablo)

Gómez Dávila entendía que el reaccionario no era tanto alguien que hacía saltar por los aires la realidad, como alguien que comunica una tradición que le rebasa: “No pertenezco a un mundo que perece. Prolongo y trasmito una verdad que no muere”. Porque, como escribió en otro escolio, “el suicidio más acostumbrado de nuestro tiempo consiste en pegarse un balazo en el alma”.

Aquilino Duque: un liberal conservador

Si Nicolás Gómez Dávila cultivó un único género literario, Aquilino Duque abordó prácticamente todos. Desde la novela hasta el ensayo, pasando por los artículos, las traducciones y, por supuesto, la poesía, su género predilecto, Duque es considerado como uno de los escritores andaluces fundamentales de la segunda mitad del siglo XX.

Nacido en Sevilla en 1931, donde estudió Derecho, Duque visitó las universidades de Cambridge y Dallas, y trabajó como funcionario internacional. Como dijo la editora Ana Rodríguez de Agüero en la sesión sobre el poeta, Duque fue un escritor “íntegro, incómodo, pero esencial para la literatura española contemporánea”. Duque sí participó, en contraposición a Gómez Dávila, en la vida pública de su época. En los periódicos, en las tertulias. Pero, tal y como explicó Rodríguez de Agüero, que ha editado dos libros del escritor y poeta sevillano, el mundo de la cultura le ignoró deliberadamente por no ajustarse a los cánones de la corrección política.

Duque fue un escritor incómodo pero esencial para la literatura española – Ana Rodríguez de Agüero, editora

Premio Nacional de Literatura en 1974 por una obra que trataba sobre la guerra civil española, titulada El mono azul, Duque contó en su palmarés solo con este de entre los grandes premios literarios nacionales. Y es que el propio Aquilino, igual que Gómez Dávila, se autodefinía como reaccionario. Con lucidez intelectual, además de calidad literaria y cierto toque cosmopolita, Duque criticó abiertamente a la modernidad imperante en la época. Centro de polémicas por frases como “la democracia es la religión de un mundo sin religión, lo que equivale a decir que es una religión falsa”, recogida en Crónicas extravagantes, Duque se confesaba, por otra parte, sorprendido porque alguien pudiera romper una amistad por diferencias ideológicas, incomprensión que avalaba su amistad con Rafael Alberti, que se hallaba en sus antípodas ideológicas.

Poeta ante todo y ante todos, Duque entendía la poesía “más como cántico que como sermón, más como revelación que como testimonio” y vivió agradecido, aun en los márgenes de la cultura, porque se trataba de “un solitario a quien la vida / le ha dado más de lo que se merece”.

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