La literatura de Peter Handke

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Escritor, director de cine, guionista y traductor, el austriaco Peter Handke (1942) ha obtenido el Premio Nobel de Literatura 2019. Pocas semanas después, ha aparecido en español su última novela, La ladrona de fruta, muy representativa de su estilo. En su literatura –innovadora, fría y aséptica–, Handke reflejar sus inquietudes existenciales, con la intención de mostrar el sinsentido del mundo moderno, la proliferación de la soledad existencial y una deshumanizada incomunicación.

El Premio Nobel de Literatura, que tantas veces ha suscitado polémicas, ha sido recibido este año con más voces disonantes de lo normal. Muchos han rechazado que se haya premiado a Handke, escritor que en la pasada guerra de los Balcanes hizo algunas declaraciones en apoyo del gobierno serbio de Milošević.

Handke es un escritor singular, experimental, vanguardista, que explora caminos narrativos insólitos y rechaza la manera de novelar más tradicional

Así, el Nobel de este año ha provocado una cascada de artículos en los que se ha discutido si hay que separar o no la biografía de un escritor y su obra literaria, y qué causas sociales o políticas puede apoyar. Mientras que en el caso de otros escritores, el respaldo a dictadores de izquierda ha servido para que su literatura sea calificada positivamente de “comprometida” –como José Saramago, Pablo Neruda o Gabriel García Márquez–, a Handke le ha pasado factura su defensa del anterior régimen serbio (ver Aceprensa, 21-10-2019).

Vanguardias y experimentalismo

Handke ha publicado en todos los géneros literarios: novela, relato, poesía, teatro, diarios, artículos, guiones cinematográficos… Estudió Derecho en la Universidad de Graz, carrera que abandonó para dedicarse desde 1966 exclusivamente a la literatura. Ese mismo año publicó su primer libro, Los avispones, una especie de memorias personales con muchas referencias a su infancia. En 1967 publica Bienvenido al Consejo de Administración, su primera colección de relatos.

En sus comienzos, Handke tiene una relación muy estrecha con el ámbito del teatro. Sus inquietudes artísticas de esos años, que ha mantenido durante toda su trayectoria, muestran una apasionada atracción por el experimentalismo y los movimientos teatrales de vanguardia, además de reflexionar en sus provocadoras obras sobre los límites del lenguaje.

En 1970 publica El miedo del portero ante el penalti, una de sus obras más famosas, que fue posteriormente llevada al cine por su amigo Wim Wenders. En 1971 tiene lugar un suceso que le marcó: el suicidio de su madre, que abordó de manera literaria en su libro Desgracia impeorable.

Handke es también un asiduo viajero, cuyas experiencias ha transformado después en materia sui generis de sus libros: la antigua Yugoslavia, Estados Unidos, Eslovenia (su familia tiene su origen en este país), Alemania, Austria y España, donde ha pasado largas temporadas.

Mezclar lo real y lo imaginario

En Carta breve para un largo adiós (1972), uno de sus libros más citados, novela la separación de su mujer y un viaje que realizó a Estados Unidos, que él considera en muchos sentidos iniciático para su literatura. De 1977 es su diario El peso del mundo, que recoge anotaciones de 1975 a 1977, y donde Handke realiza un sinuoso ejercicio de introspección personal que no va a volver a repetir de una manera tan explícita en su literatura. Desde ese momento transita por un territorio nebuloso en el que se mezcla lo real con lo imaginario, lo narrativo con lo ensayístico, lo racional con lo inconexo. En aquel entonces, Handke ya vivía en los alrededores de París, donde reside en la actualidad, aunque ha pasado largas temporadas en Salzburgo. Como otros escritores centroeuropeos –es el caso de Thomas Bernhard, con el que guarda cierta similitud–, Handke mantiene una relación tormentosa con su país de origen.

No estamos ante un escritor fácil de leer ni de seguir. Sus obras, concebidas a veces como libros de viaje –incluida La ladrona de fruta–, avanzan con divagaciones contradictorias que no suelen guardar ninguna relación y sin que se sustenten en una trama reconocible. De ahí la mezcla de géneros que suele aparecer en sus escritos: autoficción, viajes, ensayo íntimo…

Este proceso de descomposición de la novela tradicional se aprecia especialmente en libros que publica a finales de los setenta y comienzos de los ochenta, como Lento regreso (1979), donde apuesta de manera deliberada por la incoherencia narrativa, y otras obras en las que practica ya un estilo literario muy personal: La doctrina de Sainte-Victoire (1980), Historia de niños (1981), Historia de un lápiz (1982). Parecidas características aparecen en obras posteriores que pueden considerarse las más emblemáticas, como La repetición (1986), La ausencia (1987), Ensayo sobre el juke-box (1990), Ensayo sobre el día logrado (1991).

En el ojo del huracán de los Balcanes

Sus viajes y libros continúan, como La tarde de un escritor (1987) y Un viaje de invierno a los ríos Danubio, Save, Morava y Drina o Justicia para Serbia (1997); y después de uno que realizó por España apareció La pérdida de la imagen o Por la sierra de Gredos (2002), libro con el que La ladrona de fruta tiene algunas similitudes hasta en sus personajes y en su proceso de composición. También procede de diferentes viajes por los Balcanes, España, Alemania y Austria su libro La noche del Morava (2008), donde el significado teórico del viaje se convierte en motivo de reflexión.

En estos años, se multiplican las críticas a Handke por su posicionamiento sobre la guerra de los Balcanes, lo que le forzó a renunciar al Premio Heine en 2006. Defensor de Serbia, imputó a la prensa manipulaciones y maniqueísmo. Sobre estos temas escribió en 2017 Contra el sueño profundo. La polémica le ha acompañado desde entonces.

El mundo, para Handke, no tiene explicación lógica ni trascendente, y la ausencia de Dios no lleva al nihilismo, sino a un permanente estado de duda

Ha sido guionista de algunas películas de Wim Wenders: El miedo del portero ante el penalti, Falso movimiento y Cielo sobre Berlín. Ha publicado colecciones de artículos, poemarios y ha sido traductor de obras de Esquilo, Shakespeare, Sófocles o el poeta sirio Adonis. Parte de su teatro se ha publicado en el volumen Gaspar, que contiene tres obras de sus primeros años: Gaspar, Insultos al público y El pupilo quiere ser tutor. Resulta interesante el planteamiento y los temas de fondo de una de sus obras teatrales más famosas, El juego de las preguntas, a pesar de que en algunos momento resulte demasiado espesa.

Narraciones microscópicas

Conviene insistir en que Handke es un escritor singular, experimental, vanguardista, que explora caminos narrativos insólitos y rechaza la manera de novelar más tradicional. Conectar con esta originalidad narrativa es determinante para entrar en su literatura, concebida como un modo radical y personal de explicar las claves de un mundo que, para él, no tiene explicación lógica ni trascendente. Nada de lo que se cuenta puede conocerse con certeza; las tramas y los personajes son ambiguos, movedizos, fluctuantes. La ausencia de Dios no se traduce en un crudo nihilismo, sino que se sitúa en un permanente estado de duda sin horizontes, como dice uno de los personajes de El juego de las preguntas: “Hay que mantener nuestras heridas abiertas el mayor tiempo posible. Porque tiene que haber una causa”.

En algunas novelas sí cae el autor en una cierta desolación y desesperación, pues para él el mundo es un completo absurdo y una caótica sucesión de hechos anodinos, que a menudo aborda narrativamente de manera escrupulosa y microscópica, convirtiendo el detalle secundario en el centro de atención, como sucede en La ladrona de fruta.

En el aspecto narrativo, sus novelas se centran en sus impresiones biográficas, donde él suele ser el centro de narraciones concebidas simbólicamente como viajes en los que las cosas suceden por azar y sin que haya una trama elaborada. Sus viajes, aunque transiten por terrenos conocidos, apenas contienen referencias paisajísticas ni anotaciones de lugar o tiempo. Son relatos en movimiento sin un destino y sin una finalidad clara, aunque a veces adoptan la forma de una confusa búsqueda.

El estilo de Handke, como el de otros escritores centroeuropeos con los que se le emparenta (Bernhard, Walser, Kafka…), es sobrio, frío, cerebral, distante. Simple en la forma, no cae en la complicación estructural. El narrador se fija en percepciones volátiles, fugaces, intrascendentes, impresionistas… que quiere transmitir de manera objetivista, sin mostrar ni entusiasmo ni empatía ni por sus personajes ni por él mismo.

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