Marguerite Yourcenar o la obsesión por el tiempo

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Hace pocas semanas se ha cumplido el centenario del nacimiento de la escritora belga de expresión francesa Marguerite Yourcenar (1903-1987), afincada en Estados Unidos desde los años cuarenta. En 1980 su elección como miembro de la Académie Française supuso la cima de su muy dilatada carrera literaria, y tuvo especial trascendencia por ser la primera mujer en la historia que lo conseguía.

Marguerite de Crayencour (su apellido literario, Yourcenar, es un anagrama de su verdadero apellido) nace en 1903, en Bélgica, de donde era originaria su madre, que murió diez días después de haber dado a luz. Desde entonces la figura de su padre se convertirá para Marguerite en su punto de apoyo, educador y mentor. Es él quien fomenta en su hija la pasión por los idiomas -desde el latín y griego hasta el inglés e italiano- y por la lectura, y quien le enseña a saborear el gusto por la cultura, aspecto que se verá impulsado por sus estancias en lugares tan distintos como Bruselas, Holanda, París, Londres, el sur de Francia, Roma, Florencia y otros. Sus escritos son reflejo de su erudición y cultura humanista, como una herencia y homenaje a su padre: «Fue el primero en enseñarme el placer por la exactitud y por la verdad. Le gustaba que se supiera con exactitud lo que se sabía, le gustaba que un libro fuera juzgado con lentitud; si leíamos juntos (…) quería que uno se pusiera exactamente en el lugar de los personajes, que no se mezclaran con los propios sentimientos».

Estas inquietudes se irán plasmando a lo largo de su obra literaria, tanto en sus ensayos como en sus novelas, cuentos, poemas o escritos autobiográficos. Destacaremos dos de los aspectos por los que es más conocida. Por una parte, los ensayos, que han sido agrupados fundamentalmente en tres obras principales: A beneficio de inventario, El tiempo, gran escultor y Peregrina y extranjera, a los que hay que añadir los prefacios a distintas traducciones, antologías y una recopilación de entrevistas recogidas en Con los ojos abiertos. En estos trabajos insiste en los temas que más le han preocupado a lo largo de su vida: el tiempo histórico, el pasado, el devenir del hombre, el proceso de creación de la obra de ficción que se convierte en el lugar por excelencia en el que puede plantear ampliamente su gran obsesión por el tiempo, «gran escultor», como dice el título de su obra.

Y por otra, sus novelas, destacando en especial dos de ellas, de gran éxito mundial, y traducidas a innumerables idiomas: Memorias de Adriano (1951) y Opus nigrum (1968). En éstas, y sin olvidar las demás (Alexis o el tratado del inútil combate, El denario del sueño, Anna Soror, El tiro de gracia, etc.) hay una búsqueda permanente de la exactitud, una preocupación por el pasado histórico, como ya ocurría en sus ensayos, esta vez a través de la voz de sus personajes, el emperador Adriano y Zenón. Su punto de partida lo constituye siempre un dato, un aspecto histórico, el Imperio Romano y la Europa del XVI, respectivamente.

Escepticismo práctico

Pero aunque el hecho histórico le sirve para enmarcar la novela, va más allá, conjugando esa pasión por el tiempo con las realidades y preocupaciones del presente, en un estilo siempre brillante y con un lenguaje que denota toda su cultura, de forma que en sus personajes se adivinan percepciones o interrogantes modernos. Entre ellos cabrían destacar los relativos a las cuestiones morales, como el caso de la homosexualidad del emperador, finamente sugerida en el texto. Al exponer los sentimientos de Adriano, hombre de gran cultura con un gusto estético excepcional, que ha gastado toda su vida en una búsqueda constante de la belleza, Yourcenar introduce el deseo amoroso del emperador hacia el joven Antinoo en ese camino de búsqueda de la belleza y de gusto por la estética, justificando de esta manera la tendencia de Adriano como algo natural. En el caso de Zenón, protagonista de Opus nigrum, son ciertos prejuicios religiosos los que Yourcenar deja sentir, por su visión de la época del XVI y del papel de la Inquisición que llevan al personaje al abandono de los preceptos morales, optando por un escepticismo práctico.

Ya en los últimos años de su vida, el tiempo pasado y el tiempo presente vuelven a ponerse de relieve en sus obras, con especial atención a los problemas del racismo, los derechos de las mujeres, el medio ambiente y, cómo no, su pasión por la cultura.

La atención de Marguerite Yourcenar al pasado, al presente y al futuro, queda marcada por su preocupación por el tema universal de la trascendencia que actúa de fondo en todo su discurso, ya sea a través de preguntas directas, como demuestra el título de su obra ¿Qué es la eternidad?, o bien de forma indirecta, cuando los personajes de sus libros se preguntan acerca del más allá y del sentido de sus vidas. Dichos temas convergen en la unidad de su escritura donde no existe voluntad de ruptura al gusto de la época, como queda reflejada en el «nouveau roman». Por el contrario, en su escritura confluyen la variedad de la información, de las sensaciones, del tiempo histórico y la unicidad de la palabra y del momento poético. En el fondo, su escritura supone un intento de conciliación de la universalidad de la cultura y del pensamiento con la unicidad del hombre, la individualidad de cada persona y el más allá.

Pilar Saiz

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