Octavio Paz, el poeta

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Al lector poco familiarizado con la poesía moderna, la de Octavio Paz le parecerá difícil, incluso hermética en ocasiones. Cierto, el grado de dificultad varía según los libros. No es lo mismo Vuelta, con páginas que ya a golpe de vista se advierten arduas, que ¿Águila o sol?, cuya prosa poética adopta a veces las formas del cuento. Una cosa es la clara cadencia del soneto, tal como la encontramos en la primera parte de Libertad bajo palabra, y otra el laconismo que todo lo fía a la intuición en el “haiku”, brevísimo metro japonés utilizado en algunos poemas de Árbol adentro. Si pensamos en los grandes poemas, no es comparable la irregularidad métrica de “Pasado en claro” con la patente perfección de los 584 endecasílabos de “Piedra de sol”; ni el carácter narrativo-biográfico de aquél con la poesía visual de “Blanco”, que admite diversas combinaciones de sus estrofas. Pero, dentro de la versatilidad de su poesía, se pueden señalar algunas claves de lectura.

Salir de la soledad

Una posible clave es lo que define al espíritu en contraposición a la materia: su trascendencia, su perfectibilidad intrínseca, su necesidad de salir de sí mismo para ser fiel a su naturaleza, lo cual supone una cierta negación de sí.

Esta característica es una suerte de información genética que se despliega en toda la obra -también en los ensayos- de Octavio Paz. La salida-negación de sí se expresa en diversas formas de contradicción: antítesis, paradoja, difrasismo. Es una apertura hacia lo otro, lo que ha dado pie para hablar de la otredad omnipresente en su obra.

Lo otro indica a veces la falta de identidad intrínseca del hombre. Situación que se expresa en pluralidad de rostros en “El otro” (Ladera Este), en inestabilidad existencial en “Vuelta”: “Nunca llegamos / Nunca estamos donde estamos”, o en festiva metamorfosis a través de cada momento de la vida en “Mi vida con la ola” (¿Águila o sol?).

Pero lo otro por antonomasia es el otro. Y mientras no se abra a él, uno se debate en la soledad: “El espejo que soy me deshabita (…) / Y nada queda sino el goce impío / de la razón cayendo en la inefable / y helada intimidad de su vacío” (“La caída”, Libertad bajo palabra). Salir de esta soledad es tan arduo como salir de un laberinto.

Al final del laberinto está la unión con el otro, el amor. Tal comunión se vislumbra como único camino viable hacia la plenitud en “Piedra de sol”. Paz expresa poéticamente este encuentro a veces en términos muy carnales, si bien su erotismo nunca es gratuito. Sin embargo, duda que la comunión plena a la que tiende el hombre sea en realidad alcanzable. Por eso, sus poemas son más sugerentes cuando expresan dimensiones no sensuales del amor.

Cuando el tema es lo sexual, comparece siempre un punto de desilusión, porque la comunión se revela como un espejismo: “El amor comienza en el cuerpo / ¿dónde termina? Si es fantasma, / encarna en un cuerpo; si es cuerpo, / al tocarlo se disipa. Fatal espejo: la imagen deseada se desvanece, tú te ahogas en tus propios reflejos. / Festín de espectros” (“Carta de credencia”, Árbol adentro).

Un sentido indagador

El reverso de esta plenitud inalcanzable es la muerte, la otra vertiente de la negación de uno mismo. En la medida en que, para Paz, tanto la causa de la existencia del hombre como su fin último están en suspenso, la muerte conserva su secreto. De ahí la imperiosa necesidad de indagar todavía el destino: “puerta del ser: abre tu ser, despierta, (…) / trabaja tus facciones, ten un rostro / para mirar mi vida hasta la muerte, (…) / quiero seguir, ir más allá, y no puedo” (“Piedra de sol”).

Y la necesidad concomitante de buscar el origen: “Prófugo de mi ser, que me despuebla / la antigua certidumbre de mí mismo, / busco mi sal, mi nombre, mi bautismo, / las aguas que lavaron mi tiniebla” (“La caída”, Libertad bajo palabra).

La unión de principio y fin suscita la visión de la vida humana como itinerario, presidido por la libertad. Libertad que en unos casos se contempla bajo la perspectiva de la moderna espontaneidad pura, y en otros con la conciencia de tratarse de una noción eminentemente cristiana.

Itinerarios son los tres grandes poemas de Paz. “Piedra de sol”, un itinerario circular —como el calendario azteca que le da nombre— centrado en la presencia de la amada y el recorrido hacia ella. “Blanco”, un itinerario cromático que parte del blanco para regresar a él. “Pasado en claro”, un itinerario hacia el principio, el de la vida del propio escritor.

Poesía en la poesía

La poesía misma es muchas veces la protagonista de los versos de Octavio Paz. Así se aprecia en “Decir: hacer” (Árbol adentro) como consideración de la naturaleza de la poesía. Pero también aparece con frecuencia el acto de escribir esa poesía, como en “México, Olimpiada 1968”: comienza ante la página en blanco teniendo en mente un hecho sangriento que en vano intenta pasar al papel, para terminar lamentándose de haber manchado esa blancura sin haber dicho algo que valiera la pena.

Otro aspecto de este protagonismo de la poesía es la importancia de la materialidad de la palabra, con un predominio del sonido sobre el sentido, como cuando escribe que “el erizo se irisa, se eriza, se riza de risa”, o cuando violenta el léxico castellano en aras de la expresión: “Terramuerta terrisombra nopaltorio íemezquible / lodolsa cenipolva pedrósea fuego petrificado”.

No todos los lectores le seguirán hasta ahí. Pero en Octavio Paz hay muchos itinerarios, y todos ofrecen su recompensa de belleza.

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