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El fenómeno Stieg Larsson

publicado
DURACIÓN LECTURA: 8min.

La trilogía “Millennium” del escritor sueco Stieg Larsson (1959-2004) es uno de esos casos en que un éxito de ventas alcanza la categoría de fenómeno editorial. Stieg Larsson fue un periodista y reportero de guerra especializado en cuestiones de violencia y grupos radicales, que falleció relativamente joven de un ataque al corazón. ¿Qué tiene esta serie de novela negra, publicada en español por Destino, para que tantos lectores se hayan quedado enganchados? (*)

El sonado éxito de la trilogía de Stieg Larsson, articulada en tres gruesos volúmenes (Los hombres que no amaban a las mujeres, La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina y La reina en el palacio de las corrientes de aire) que suman más de dos mil páginas, debe inducirnos a buscar las razones de su éxito.

Un caballero idealista

El protagonista de estas novelas, o mejor, el que se presenta como protagonista de la primera de ellas, Los hombres que no amaban a las mujeres, es una suerte de Robin Hood de nuestros días, de caballero idealista: el periodista Mikael Blomkvist, que desde siempre, con su revista Millennium, se bate para desenmascarar a los políticos, a los industriales corruptos y, en una palabra, a la “podredumbre” del sistema capitalista-industrial.

La primera novela se abre justo cuando Blomkvist, tras ser condenado por difamación a causa de unas noticias comprometedoras que publicó, sin disponer de pruebas ciertas, contra un magnate, se aparta temporalmente del periódico fundado por él y se dedica a un caso que le ha sido confiado por un anciano industrial: arrojar luz sobre la desaparición de su nieta, ocurrida en circunstancias misteriosas hace muchos años. Un dolor que se tiñe de misterio, porque todos los años el anciano millonario recibe un regalo muy particular, que no puede dejar de recordarle a la joven desaparecida en medio de la nada.

El periodista, alojado en la isla privada del industrial, comienza entonces sus averiguaciones con la ayuda de un personaje, Lisbeth Salander, que se irá descubriendo lentamente como la verdadera protagonista de la trilogía, y que se agiganta en los volúmenes sucesivos (es ella la chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina del segundo título, así como la reina en el palacio de las corrientes de aire del tercero). Mientras Mikael descubre, en la mejor tradición terrorífica, espantosos abismos de perversión y de maldad cuidadosamente escondidos bajo el velo hipócrita de la respetabilidad de la alta burguesía, vemos que, lentamente, Larsson encuentra la forma de ir delineando paso a paso la desgraciada vida de Lisbeth.

De hecho, en la novela inicial este personaje se nos presenta a primera vista como una muchacha rara más allá de los límites de la anormalidad, empleada sin tareas relevantes en una firma que ofrece servicios de seguridad, la Milton Security, a cargo de un curioso y simpático inmigrado albanés que a la larga se revelará como un gran aliado de la joven. Sin embargo, lentamente nos vamos enterando de que Lisbeth ha tenido una historia familiar que podría considerarse, como poco, problemática: fue separada de su madre, vivió una adolescencia desgraciada peregrinando por varios institutos, hospitales psiquiátricos y familias de acogida; fue confiada a los servicios sociales y, en el primer volumen, termina sufriendo el enorme peso de la violencia de su nuevo tutor. En resumidas cuentas, Larsson no ahorra absolutamente nada a su personaje y, por desgracia, tampoco al lector, pues describe todo esto de una manera muy detallada, sin reservarse los particulares más cruentos o que moralmente resultan, cuando menos, comprometidos. Una circunstancia, ésta, que hace que su obra pueda ser asumida sólo por un público no solo adulto, sino con un estómago muy blindado.

Inverosímil, pero coherente

En honor a la verdad, hemos de decir que la inverosimilitud que tiene la acción sobre el papel se redime gracias a la forma de escribir: las novelas de Larsson, en efecto, no serán elaboradísimas desde el punto de vista estilístico, pero sin duda pueden dominar de una forma realmente rara el sentido del ritmo y de la cohesión narrativa, y son capaces de mantener al lector pegado al texto a lo largo de decenas y centenas de páginas.

El tema de la trilogía resulta así coherente y orgánico. El autor logra hacer creíbles los avatares de Lisbeth, cuyos pasos siguen no sólo los funcionarios de los servicios secretos que desean acallar a un excelente testigo de sus abusos de poder, sino su terrible padre y un siniestro hermanastro, hombretón alto y robusto en la misma medida en que la chica es menuda y delgada, afectado entre otras cosas de desequilibrios mentales (¡también él!) y de analgesia congénita, una extraña enfermedad genética que no le permite sentir dolor, y que lo convierte, por lo tanto, en un adversario temible.

El tercer volumen presenta a Lisbeth, a lo largo de muchas páginas, inmovilizada en el lecho de un hospital durante una larguísima convalecencia, después de que un inteligente y simpático médico ha conseguido salvarle la vida. Sobre el papel, por lo tanto, el tercer volumen de la trilogía podría parecer el menos atractivo: ¿cómo se puede contar una trama atrayente si la protagonista, corazón y motor de la historia, no está ni en condiciones de levantarse de la cama? Sin embargo, y aquí radica uno de los rasgos del ingenio de Larsson, el reto lanzado al lector es vencido una vez más, y podemos así seguir, en virtud de las habilidades tecnológicas e informáticas de Lisbeth, su estrategia para liberarse de las graves acusaciones que se le dirigen, además de las persecuciones de sus enemigos.

Con todo, existe objetivamente en esta asumida inverosimilitud una especie de cohesión interna gracias a la cual, en las novelas de Larsson, “tout se tient” y, a lo largo de la lectura, cada cosa vuelve a encajar con precisión, como piezas minúsculas de un gigantesco rompecabezas, en el lugar correcto.

Justicia y violencia exasperada

Si quisiéramos, por otra parte, mirar estos millares de páginas desde un no menos importante punto de vista temático-moral, encontraremos que ciertos aspectos revelan una sólida exigencia de justicia, seguramente conmovedora: así, por ejemplo, en la figura del director de Millennium, un periodista de raza que, dedicado con su pequeña revista mensual independiente a investigaciones que buscan desenmascarar a financieros irresponsables, ha rechazado siempre la oportunidad de una carrera más rentable y prestigiosa.

Mikael llega a sufrir la cárcel, y logra más tarde bloquear, arriesgando su propia vida, los planes criminales de un peligroso maniaco asesino, tan sádico como dotado de medios para financiar sus execrables vicios (los millonarios de estas novelas nunca se dedican a cosas como el coleccionismo de libros antiguos o a la entomología: siempre albergan pasiones horribles, y para financiarlas y ocultarlas tienen que gastarse sumas ingentes).

Luego, en las dos novelas siguientes, Mikael se transforma en un precioso aliado para Lisbeth, que es un moderno prototipo de víctima, de perseguida, de “última” relegada a los márgenes de la sociedad; una víctima, sin embargo, no abúlica ni impotente, sino combativa y con un innato sentido de la justicia, lo cual es definitivamente un rasgo positivo. Lástima que su ansia de justicia, muy desarrollada en virtud de las vicisitudes familiares y personales antes mencionadas, se combine con una inquietante inclinación a la venganza violenta.

Y si es positivo que las novelas de Larsson afronten el tema de la violencia contra las mujeres (un tema que permea toda la trilogía), nos quedamos sin embargo perplejos frente a la caracterización de los personajes: desde luego, el autor no quería hacer de Mikael, Lisbeth, Erika y sus compañeros unos santitos, pero entre la idealización y un corte tan sórdido de la realidad podría existir una vía media, calibrada, quizá, sobre tonos un poco más difuminados, en ciertos casos más respetuosos con la sensibilidad del lector. Porque muchos episodios de la trilogía resultan, en efecto, difícilmente soportables sobre todo por la densidad diabólica de violencia que se presenta hasta en sus mínimos detalles.

Masculino y femenino

Y luego, ¿es posible que, quitando a la hermana del protagonista, Anika Giannini, ninguno -y digo ninguno- de los personajes tenga algo parecido a una vida familiar y personal normal? De acuerdo: estamos en la liberal y muy laica Suecia, pero ciertos caracteres de los personajes son francamente exasperados, o, en cualquier caso, desequilibrados. Mikael es un donjuán insensible y perezoso, una suerte de versión masculina de la mujer bella que es continuamente el objeto de atenciones amorosas allí por donde pasa.

Larsson ha caracterizado así a su protagonista masculino atribuyendo en cambio, con simetría especular, características más típicamente masculinas a Lisbeth, que posee una conducta sexual harto desenvuelta, con hombres y mujeres. Todos los hombres con los que la chica se relaciona son, invariablemente, y comenzando por su padre y por su hermano, sádicos, desequilibrados, violentos: se salvan sólo su primer tutor y el médico que le salva la vida en La reina en el palacio de las corrientes de aire. Las intenciones de Larsson parecen bastante transparentes: se trata de mostrar, casi de ilustrar, cuánta corrupción esconde la sociedad, y especialmente aquella que suele definirse como la alta sociedad.

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NOTAS

(*) Este artículo es una traducción parcial de una recensión más amplia publicada en la revista Studi Cattolici (nº 580, junio 2009).

Un interesante perfil de Stieg Larsson aparece en una entrevista con su amigo Kurdo Baksi, publicada en el diario La Vanguardia (18-06-2009).

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