La revolución de los anónimos virtuales

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Las recientes revueltas en países del mundo árabe han puesto de relieve el posible uso de las redes sociales como medio de movilización política. Es el caso de Facebook. No ha habido levantamiento en que esta red social no haya sido el instrumento preferido para la organización de los insurgentes. Sin embargo, Facebook se ha apresurado a desvincularse de cualquier intencionalidad política. Los que han pedido a la compañía que permita preservar el anonimato a los usuarios -para evitar la posible represión – se han encontrado con una negativa rotunda. Facebook no quiere ser catalogada como una organización desestabilizadora, porque sabe que sus intereses comerciales están en juego. Mucho que perder y poco que ganar.

El problema es que la misma herramienta que utiliza Facebook para el marketing publicitario on line -utilizar la información de la actividad del usuario para ofrecer a empresas comerciales perfiles publicitarios- tiene mucho que ver con la capacidad de movilización política que ha demostrado en los últimos acontecimientos en Túnez o Egipto.

Es el caso de algunas organizaciones o grupos de presión como Anonymous. Se trata de un colectivo surgido íntegramente en la red. Se propone sacar a la luz los trapos sucios de las grandes organizaciones y luchar por la libertad de expresión en Internet. Su estrategia al respecto es clara: la mejor defensa es un buen ataque, en este caso cibernético.

Se dieron a conocer con el bloqueo de las webs de algunas empresas o instituciones -PayPal, MasterCard, la fiscalía sueca- que colaboraron en el “complot” contra Wikileaks, como lo califican los anonymous.

Sin embargo, lo que los reunió por primera vez fue una campaña contra la iglesia de la cienciología, en 2008. Después, además del boicot relacionado con Wikileaks, han colaborado en las protestas contra la llamada “ley Sinde” en España -que según ellos supone un ataque a la libertad de Internet – y últimamente en las revueltas tunecinas.

Guerrilleros de la red

En todas estas ocasiones, la organización Anonymous ha vestido sus actuaciones con un léxico cuasi-militar que revela un espíritu guerrillero y libertario. Dentro de esa jerga paramilitar, es frecuente que los miembros de Anonymous se describan como “cibersoldados” o “guerrilleros de la red”.

Otra de sus señas de identidad es la clandestinidad y la falta de organización. No son, insisten, una organización en el sentido tradicional de la palabra. Carecen, y están orgullosos de ello, de jefes o portavoces, aunque algún reportaje ya ha señalado que su coordinación supera lo que ellos mismos creen.

En declaraciones al diario El País, un anonymous que se hace llamar Hamster afirma que “cualquiera que intente destacar un poco es automáticamente rechazado por el resto de la comunidad”; y relata el caso de Colblood, otro anonymous que desenmascaró su identidad en los días de la protesta a favor de Assange: “Coldblood ha sido condenado al ostracismo”.

Reacios a la adscripción política

Lo que define a Anonymous y a otros grupos parecidos no es tanto una ideología como un modus operandi. No obstante, por sus actuaciones han ido configurando algo parecido a un ideario, pese a que son reacios a que se les adscriba a cualquier tendencia política.

Sus máximas son más principios negativos que positivos: “no a la censura en Internet”, “no a la corrupción en las grandes instituciones”, “no a la cienciología y otras formas de pseudociencia”. Todo ello desde el anonimato.

Sin embargo, estos pocos principios, en sí mismo vagos y equívocos, sufren un proceso de atomización en Internet por la falta de una interpretación oficial. Esta contradicción aflora en afirmaciones como la de un anonymous a El País (16-01-2011): “Somos gente independiente que responde a una ideología común y que participa en cada acción particular de acuerdo con si coincide o no con sus convicciones”

Quizás lo único que vincula a los miembros de este tipo de organizaciones sea el deseo de no ser una organización, algo así como una utopía marxista versión 2.0, y la sospecha hacia “las estructuras de poder”. De ahí que calificativos como antisistema o antiglobalización se encuentren frecuentemente en las bocas de sus miembros.

En la frontera de la legalidad

Si Facebook se ha mostrado tan reticente a colaborar con este tipo de organizaciones es, entre otras cosas, porque sabe que muchas de las acciones de estos grupos rozan o traspasan claramente la frontera de la legalidad.

Es el caso de los hackers. Ni los propios anonymous niegan que entre sus filas existan boicoteadores profesionales. Afirman, con todo, que son una minoría. La mayor parte, dicen, son “ciberactivistas” que ocasionalmente también participan en las protestas callejeras. Eso sí, escondidos tras la máscara del protagonista de V de Vendetta, la película fetiche para los anonymous.

Los bloqueos a las webs de empresas como MasterCard o Paypal ya han llevado a algunos anonymous ante los jueces, y el FBI sigue la pista de algunos hackers más. Otras actuaciones no son tan claramente ilegales, o al menos se han tolerado más. Un ejemplo es la difusión de cables recogidos por Wikileaks.

Las herramientas utilizadas por los anonymous son sofisticadas. Dicen haber soportado el ataque de varias organizaciones de inteligencia de países occidentales. La Colmena es el sistema de control y comando que hace que posible colapsar las webs escogidas. Su función es coordinar los “ataques DDoS”: consisten en mandar orquestadamente miles de peticiones a un servidor para que se colapse. Además cuentan con su propia red de chat, donde se “reúnen”, y con el programa LOIC, aplicación para realizar pruebas de resistencia a una red informática.

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