La industria «porno» estadounidense sale del barrio chino

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En Estados Unidos, la pornografía ya no está recluida en las tiendas de barrios de mala nota ni se distribuye por canales semisecretos. Ahora se vende y anuncia mucho más abiertamente y se ha hecho «respetable» en los medios cinematográficos y televisivos. Al analizar este fenómeno, la revista Time (7-IX-98) señala que la creciente presencia de sexo en las producciones de Hollywood es una de las principales causas.

Las películas porno mueven 4.200 millones de dólares al año, más de la cuarta parte del mercado de alquiler y venta de vídeos. El 14% de las casetes que se compran o alquilan en EE.UU. son pornográficas. Esto significa que la pornografía se ha abierto camino en los canales de distribución normales. La mayor parte de los beneficios se obtienen no en las tiendas de los barrios chinos, sino en otras -muchas de ellas nuevas y sin aspecto tenebroso- de zonas más elegantes. Otra parte casi tan grande viene de las emisiones en cadenas de TV por cable.

También el marketing de la pornografía se ha hecho más convencional y llega a un público más amplio. Además de la venta por catálogo, utiliza los grandes almacenes, carteles publicitarios en las calles o camisetas. Ya se hacen premières de las películas de mayor presupuesto, y las estrellas del porno anuncian ropa o gafas de sol. La publicidad de los productos no es tan cruda como el interior: ahora muchas carátulas de vídeos pornográficos parecen de comedias rosas.

La televisión y el cine empiezan a explotar la popularidad de los actores y -sobre todo- actrices de pornografía. Es frecuente que aparezcan como invitados en programas de cadenas convencionales. Algunos han dado el salto a Hollywood.

Time propone algunas explicaciones de esta tendencia. Primera, el público se ha acostumbrado a la abundancia de sexo en el cine, la televisión y la publicidad, de modo que pasar a la pornografía no supone un salto tan grande. Segunda -y más importante, a juicio de los propios productores-, desde que Bill Clinton es presidente, el Departamento de Justicia ha dejado de perseguir el transporte de artículos pornográficos de un Estado a otro, que es competencia de las autoridades federales.

El acostumbramiento viene favorecido por la falta de crítica social. La abundancia de contenidos violentos en la televisión y su repercusión en las conductas es motivo de investigaciones y suscita denuncias. En cambio, el creciente recurso a escenas de sexo explícito no ha llevado a estudiar su posible influencia en el aumento de delitos de móvil sexual.

La aparente aceptación por parte del público en general desespera a los activistas anti-pornografía. La feminista Andrea Dworkin dice que «la gente no se indigna, no se le ocurre pensar que [la pornografía] hace daño a la mujer». Catherine MacKinnon, profesora de Derecho y autora del libro Only Words (ver servicio 28/94), coincide con ella: «La sociedad ha decidido permitir que continúe este abuso, en vez de pararlo».

Time termina señalando que todo ello está llevando a que se introduzcan formas de pornografía aún peores. A la vez que las productoras nacionales adoptan una imagen más «amable», anota la revista, se produce un fuerte crecimiento del alquiler y la venta de películas porno, la mayoría rodadas en Europa oriental, de una brutalidad nunca vista.

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