El pasado 13 de septiembre se celebró, en el marco del jubileo, un histórico concierto en la plaza de San Pedro, con el título de Grace for the World. La presencia de algunos artistas provocó encendidas polémicas en redes sociales. Y también un interesante debate sobre el Vaticano y la cultura contemporánea.
Cuando se supo que la cantante Karol G acudiría a cantar al Vaticano, algunos youtubers pusieron el grito en el cielo. Y en cierto modo puede entenderse. La colombiana es una de las exponentes del reguetón más hipersexualizado. Se estuvo hablando del tema varias semanas. Al final, Karol G interpretó –vestida de negro y muy elegante– un tema de letra inocente y otro bellísimo a dúo con Andrea Bocelli.
Después del concierto, algunas voces han seguido criticando la iniciativa del Vaticano por ceder la plaza a cantantes no católicos, que interpretaron temas profanos y a los que encontraron algunas afirmaciones poco ortodoxas después de haberlas examinado con lupa.
Lo que quizás se ha echado de menos ha sido un análisis del concierto como lo que es: un producto cultural y una oportunidad de que la Iglesia muestre su mensaje no solo a los que acuden a los templos, sino también a los que llenan los estadios.
El problema de la cultura “católica”
Durante siglos, la Iglesia fue la gran impulsora de la cultura. La historia del arte, de la música o de la literatura no se entenderían si se arrancaran las páginas protagonizadas por las creencias y sentimientos religiosos.
En la modernidad esto cambia; la Iglesia pierde su influencia para convertirse en el enemigo a batir. En una parte importante de las obras culturales contemporáneas lo católico se identifica con la represión, lo oscuro, lo rancio o lo triste. En Occidente, este clima de sospecha, unido al agnosticismo posmoderno, hace que se identifique la cultura con ideales relativistas o autodenominados progresistas, muy alejados a veces de los ideales cristianos.
“El arte, incluso más allá de sus expresiones más típicamente religiosas, cuando es auténtico, tiene una íntima afinidad con el mundo de la fe” (Juan Pablo II)
Frente a esta actitud, hay otros artistas –especialmente en EE.UU.– que no esconden sus ideas cristianas y las han plasmado en obras literarias, musicales o cinematográficas. A veces de una manera confesional y muy directa y, en algunos casos, con buenos resultados en taquilla. De hecho, ahí está el boom del cine religioso.
También hay creadores que, sin el prejuicio de los primeros ni el convencimiento de los segundos, hacen su arte con mejor o peor fortuna, a veces consiguiendo obras maestras y otras elaborando productos mediocres; en ocasiones cediendo a las modas del mercado y otras veces tratando de mantener su independencia creativa. Y, en cualquiera de los casos, sin cerrar la puerta a la posibilidad de encontrarse con Dios a través de sus obras. Pensando en todos ellos, Juan Pablo II escribió en su Carta a los artistas que “el arte, incluso más allá de sus expresiones más típicamente religiosas, cuando es auténtico, tiene una íntima afinidad con el mundo de la fe, de modo que, hasta en las condiciones de mayor desapego de la cultura respecto a la Iglesia, precisamente el arte continúa siendo una especie de puente tendido hacia la experiencia religiosa”. Y seguía el Papa diciendo: “Se comprende así el especial interés de la Iglesia por el diálogo con el arte y su deseo de que en nuestro tiempo se realice una nueva alianza con los artistas”.
Es fácil ligar este interés de diálogo con lo que ocurrió el sábado 13 en el Vaticano…
Un concierto absolutamente guionizado
En cualquier caso, los productos culturales hay que juzgarlos como lo que son: productos. Y es peligroso juzgarlos tanto por sus intenciones como por sus consecuencias. Más aún por sus creadores. Hay obras de arte realizadas por autores infames y bodrios elaborados por bellísimas personas. Hay novelas insufribles escritas con inmejorables intenciones y buenas películas que han impulsado a algunas personas a tomar decisiones nefastas. Esto no significa que se pueda aislar absolutamente la obra de arte del artista y del receptor, pero sí que se debe matizar esa influencia.
El nivel profesional del concierto estuvo al nivel de una Gala de los Óscar, cosa que –para muchos católicos– fue un orgullo
Los directores creativos del concierto del día 13 fueron Andrea Bocelli y el rapero Pharrell Williams con su coro de góspel Voices of Fire. Fueron ellos los que, además de interpretar varios temas, “armaron” un espectáculo muy coherente desde el punto de vista narrativo. Adam Blackstone se encargó de dirigir una multitudinaria orquesta. Blackstone es uno de los directores musicales de espectáculos en directo más prestigiosos a nivel mundial y ha trabajado con artistas como Justin Timberlake, Rihanna, Alicia Keys o Eminem. En la producción jugó un papel fundamental Disney, que emitió en directo el concierto –junto con algunas otras cadenas americanas– y lo ha alojado en su plataforma. La empresa Nova Sky Stories, propiedad de Kimbal Musk, fue la encargada de los 3.500 drones que dibujaron sobre el cielo vaticano la piedad de Miguel Angel, la capilla sixtina, la imagen del Papa Francisco o el logo del Vaticano.
En esta rápida enumeración destaca el nivel profesional que tuvo el concierto. Con todo el respeto a los coros parroquiales, no se trataba de un recital de música católica. El concierto jugó en otra liga y se notó en en el timing –perfecto–, la presentación, la acústica, la iluminación o el vestuario. Todo estuvo al nivel de la Gala de los Óscar, cosa que –para muchos católicos– fue un orgullo.
Protagonista: la gracia y la conversión
En cualquier obra artística es clave el principio. El concierto se titulaba Grace for the World y así arrancó, con Andrea Bocelli interpretando Amazing Grace, el popular himno que escribió John Newton. Newton no fue precisamente un personaje ejemplar. Dedicó parte de su vida a traficar con esclavos, además de tener una conducta escandalosa y blasfema. Un día sufrió una fuerte conversión espiritual, aunque tardaría todavía mucho tiempo en cambiar de vida. El himno Amazing Grace es un recordatorio del poder de la gracia. “Gracia sublime que salvó a un infeliz como yo. Estaba perdido, pero he sido encontrado. Estaba ciego y ahora veo”.
Sin duda, la idea de la poderosa gracia de Dios y la necesidad de conversión fue una de las constantes del concierto, entre otras cosas porque varios de los artistas que participaron abordan en sus canciones sus recientes conversiones: es el caso, por ejemplo, del rapero Clipse y, sobre todo, de Jerry Roll, que en su juventud estuvo en la cárcel por traficar con droga e interpretó un tema con Jeniffer Hudson –Hard Fought Hallelujah– en el que agradece a Dios su paciencia: “He pasado por el infierno y cantaré aleluya porque, Dios, has sido paciente; porque, Dios, has sido amable”.
Frisina, Il Volo, el Ave María y la misa de Rossini
Como no podía ser de otro modo, la música sacra, en diferentes formatos, estuvo muy presente. Bocelli interpretó el Ave Maria de Schubert –acompañado por la luminosa Piedad encima de la cúpula– y un espectacular Dominus Deus de Rossini. El trío Il Volo, el bellísimo Magnificat que ya cantaron en el reciente Jubileo de los jóvenes.
No faltó, por supuesto, la presencia de Marco Frisina, maestro de capilla de la Catedral de Roma, rector de la Basílica de Santa Cecilia en Trastevere y, probablemente, el compositor de música sacra más importante del momento. Con su inconfundible estilo, Frisina dirigió la orquesta mientras cantaba Il Volo (Magnificat es un tema de Frisina), además de otros dos apropiados temas –Pacem in Terris y Joy of the World— interpretados ambos por el coro de la diócesis de Roma.
La vida es un carnaval… y el jubileo, una fiesta
Aunque algunos criticaran el exceso de góspel y una cierta protestantización del concierto (aunque el segundo tema se dedicó a la Virgen María), lo que quedó claro es que el espectáculo tuvo poco de calvinista. Y es que el católico tiene tendencia a hacer fiesta de casi todo, quizás porque su libro de cabecera es un texto que cada pocos párrafos le anima a que se alegre, quizás porque su religión está absolutamente ligada a la Resurrección.
El concierto transmitió la imagen de una Iglesia alegre, que no tiene miedo de dialogar con lo diferente y de proponer con fuerza y convicción su mensaje
Uno de los momentos más espectaculares –y divertidos– fue la versión del mítico tema de Celia Cruz, La vida es un carnaval, que cantó y bailó la artista de Benín Angelique Kidjo. Una canción mítica que, en su aparente ligereza, no tiene empacho en señalar que nadie está solo porque Dios está con él y que vivir en pecado es una desgracia. Uno de esos temas que no faltan en casi ninguna fiesta, que Kidjo bailó con absoluto ritmazo y que quizás hizo torcer el gesto a algunos de los que hablan del oscurantismo de la iglesia.
De la alegría “se habló” también bastante en el concierto, que cerró con Pharrell Williams cantando Happy y con los drones dibujando la palabra joy en el cielo. Lo dicho, jubileo viene de fiesta. Y eso fue en muchos momentos el concierto.
Dos nobeles de la paz
El contexto actual, y el propio marco del concierto –la encíclica Fratelli tutti— hicieron que las referencias a la paz fueran constantes.
El recital contó con la presencia de dos nóbeles de la paz: el indio Kailash Satyarthi (2014) y la iraquí Nadia Murad (2018). Murad ha luchado contra la violencia sexual, después de sufrirla hace más de una década. Fue violada por el Estado Islámico cuando este grupo atacó a la minoría religiosa yazidí en el norte de Irak en el año 2014. En mitad de la plaza de San Pedro, Murad habló de la guerra y la violencia que sufren muchas partes del mundo e hizo un llamamiento a la responsabilidad: “El mundo que dejemos a la próxima generación depende de las decisiones que tomemos ahora”.
Los riesgos: El reguetón de Karol G, Legend y las linternas de Farrell
¿Arriesgó el Vaticano en el concierto? Quizás sí… Se ha hablado mucho de Karol G y un poco menos –curioso– de que John Legend, otro de los artistas invitados, tiene un hijo por gestación subrogada. Pero la presencia de los dos cantantes tenía más que ver con su prestigio como artistas y con su faceta social. Legend, ganador de once grammys, un globo de oro y un Oscar, es famoso por la humanidad que expresan sus letras (como en Glory, el tema que interpretó). Por su parte, Karol G tiene una fundación de ayuda a mujeres vulnerables que trabaja ya en algunos proyectos del Vaticano.
En cuanto a Pharrell Williams, su discurso sobre la luz, el alma, los móviles y la curiosidad sonó un pelín new age… pero a algunos pudo resultarles inspirador. En cualquier caso, no tuvo mucho peso en el conjunto.
Un magnífico espectáculo y una Iglesia que quiere dialogar con la cultura
En términos de calidad musical –exceptuando quizás algunos momentos de la actuación precisamente de Karol G–, el concierto fue sobresaliente, con un elenco de artistas espectacular. Resulta difícil imaginar un concierto que pueda reunir a tantos talents (como se dice en el argot cultural) de géneros, estilos, países, edades y también religiones tan diferentes.
En el plano narrativo, la variedad de los artistas y los propios números musicales y discursos se integraron en un espectáculo que habló de la gracia, de la conversión, de la fraternidad, de la paz… y de Dios, y de la Virgen María, y de Jesucristo. El espectáculo estuvo al servicio de la narrativa, del guion, del mensaje.
Y desde el punto de vista comunicativo y cultural, transmitió muchísima fuerza la imagen de una Iglesia festiva capaz de aglutinar a cientos de miles de espectadores –en directo y online–, a decenas de artistas de máximo nivel, de dialogar sin miedo con lo diferente, de proponer con fuerza y convicción su mensaje, e incluso de recibir críticas por algunos aspectos. Los productos culturales no son encíclicas y los artistas, a diferencia del Papa, nunca hablan ex cátedra.
Un comentario
No se habla de cuánto costo el concierto.