Famosos que nos entretienen

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El seguimiento de la vida y milagros de los famosos ha llegado a su apoteosis con el boom mediático de ciertas celebridades. Antes de tacharlo de frívolo, vale la pena analizar este fenómeno para intentar comprender por qué se ha convertido en un rasgo cultural de nuestra época.

Según las previsiones de Sean McManus, presidente de la cadena estadounidense CBS News and Sports, el regreso de Tiger Woods a los campos de golf tras sus affaires podría convertirse en uno de los eventos mediáticos más vistos de la última década. Por delante, incluso, del discurso de investidura de Barack Obama.

Si McManus acierta o no lo comprobaremos en el Masters de Augusta, que comenzará el 8 de abril. De todos modos, no debe de andar muy descaminado a la vista de la audiencia que tuvo Woods en su declaración pública de perdón y de la cascada de comentarios que desató después en numerosos blogs.

No deja de ser paradójico que Woods, considerado en Estados Unidos como el “democratizador del golf” (con solo 21 años se convirtió en el primer ganador negro del Masters, el torneo más elitista del circuito), haya acabado siendo más conocido por sus infidelidades matrimoniales que por su destreza deportiva.

Algo parecido ocurre con algunas estrellas de cine. Claro que interesan las películas de Angelina Jolie y Brad Pitt. Pero todavía suscita más interés saber qué será de la pareja más guapa de Hollywood tras su reciente separación.

Espectáculo con moraleja

En un artículo publicado en la revista Newsweek (21-12-2009), el periodista y crítico cultural Neal Gabler se pregunta por las razones que han convertido a la celebridad en una forma de entretenimiento más atractiva incluso que otras formas tradicionales de diversión como las películas o las novelas.

A su juicio, buena parte del éxito de la cultura de masas se debe a la capacidad de crear en el espectador o en el lector la sensación de que lo que está viendo o leyendo se parece a sus propias vivencias y fantasías. Sin esa apariencia de realidad, el suspense -ingrediente capital del entretenimiento- no funciona.

Si éstas son las reglas del juego, parece bastante claro que las celebridades tienen siempre ventaja sobre sus competidores de ficción. “Dado que sus vidas tienen consecuencias reales (…), siempre hay que estar alerta. No hay necesidad de suspender nuestra incredulidad”.

A diferencia de otras formas de entretenimiento, las vidas de los famosos no terminan con un apagón de luces o con los títulos de crédito; siempre están abiertas a un nuevo episodio imprevisible.

Aunque pueda sonar algo forzada -e incluso cínica- su argumentación, Gabler cree que el famoseo rosa no sólo proporciona entretenimiento o escapismo. También aporta lecciones de vida.

En su opinión, el gran show de las celebridades ofrece una oportunidad de oro para escarmentar en cabeza ajena. “Lejos de ser un oscuro artificio, a menudo la fama te enseña a distinguir entre lo real y lo falso; entre lo que realmente importa en la vida y lo que es secundario”.

Famosos y mirones

Más incisivo es el análisis de Margarita Rivière sobre la dinámica social de la celebridad. En su libro La Fama (Crítica, 2009), esta veterana periodista explica el poder de los medios de comunicación para fabricar famosos.

En sintonía con el sociólogo estadounidense C. Wrigth Mills, Rivière considera que la celebridad depende de la visibilidad mediática. Si antes el mundo de la fama estaba copado por los ricos y los poderosos, ahora los medios han democratizado la celebridad. Buena muestra de ello es Operación Triunfo.

Tan famosos pueden ser Barack Obama o Nicolás Sarzoky como Paris Hilton o Paulina Rubio. Por distintos motivos, claro. Pero eso a los medios no les importa. “Nuestra sociedad mediática iguala, sin muchos matices, todos sus productos y territorios”, escribe Rivière.

Los famosos constituyen hoy una nueva forma de élite: la de los privilegiados que aparecen en la plataforma mediática. Los demás, los mirones, estarían condenados a sufrir el anonimato como un castigo.

No importa que dentro de esa “aristocracia del éxito social” existan, a su vez, otras castas. Lo que comparten todos los famosos -desde el gran político hasta el último paria de moda- es su capacidad para generar valores y modelos de conducta.

En último término, ese poder les vendría dado de “lo alto”. Son los propios periodistas -sacerdotes de la nueva religión mediática, por utilizar el símil de Rivière – quienes regulan los flujos de la fama y quienes deciden, hoy y ahora, los estilos de vida que se han de promover.

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