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«Enseñar es tejer lazos entre los vivos y los muertos»

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En una entrevista concedida a El País (24-VIII-99), el filósofo francés Alain Finkielkraut reivindica una enseñanza que trasmita conocimientos, no sólo información, de la cultura tradicional.

Hoy que nadie quiere ser tachado de conservador, Finkielkraut reivindica para sí el adjetivo: «El anticonservadurismo general de la época tiene su origen en que hoy el único conservadurismo efectivo es el movimiento. Basta con ver lo que sucede en el Ministerio de Educación. Desde hace cuarenta años vive en reforma permanente. El propio ministro no habla nunca de trasmisión de conocimientos, sino de comunicación. Y yo en ese sentido estoy totalmente de acuerdo con Hannah Arendt cuando dice que la escuela debiera ser la institución conservadora por excelencia porque su misión es integrar los niños en un mundo que es mucho más viejo que ellos. Enseñar consiste en tejer lazos entre los vivos y los muertos, cultivarse es aprender el arte de hacer sociedad con los muertos».

No le impresiona tampoco la elite cosmopolita, cuyo sentido cívico no se ve por ninguna parte: «En inglés se habla de los best and brightest [mejores y más listos] para referirse a esa elite cosmopolita partidaria acérrima de la mundialización y del liberalismo, que se quiere ciudadana del mundo y que vive voluntariamente en guetos de lujo, con policía privada, escuelas privadas y basureros privados. Son gente que propaga, al unísono con Benetton, la religión de los derechos del hombre, que se indigna ante la impunidad de dictadores lejanos y aplaude la creación de un Tribunal Internacional de Justicia. Están contra el espíritu de campanario. Son a la vez tribales y enemigos del nacionalismo. En su mundo cerrado defienden una moral abierta. Su compromiso como ciudadano no va nunca más allá de las fronteras de su barrio protegido. Es el hombre sin cordón umbilical, al mismo tiempo fanático de los derechos humanos y ciudadano detestable».

Recordando la frase de Chesterton de que «la tradición es la democracia de los muertos», afirma: «Esa tradición, esa herencia, no viene precedida de testamento alguno. Una vez conocida, podemos, debemos discutirla y criticarla, pero desde las convicciones y no desde las identidades. La prioridad de los derechos individuales sobre los colectivos va unida al elogio del multiculturalismo, que es lo contrario de la universalidad. Las convicciones se discuten, se argumentan, se prueban, mientras que las identidades se afirman. Hay opiniones más o menos justas, pero no hay identidades mejores o peores».

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