El «imperialismo» cultural no existe

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Entre comillas
Tyler Cowen, profesor de economía de la Universidad George Mason, señala en «The International Herald Tribune» (23 febrero 2007) que los datos no avalan la tesis del colonialismo cultural.

Cowen aduce que el predominio del entretenimiento y de los productos culturales norteamericanos no es universal, sino limitado a los países llamados occidentales. En los otros vige una mayor fidelidad a la cultura propia.

«Los críticos del imperialismo cultural -explica el artículo- piensan que la cultura de los países ricos es dominante en los pobres». Así argumentan los defensores de la excepción cultural, para quienes la globalización tiende a homogeneizar las sociedades, imponiendo los patrones culturales norteamericanos. Sin embargo, los datos demuestran que éstos no han terminado de imponerse y que no puede segurarse que lo harán.

En la India, por ejemplo, el mercado musical es totalmente propio, ya que las producciones autóctonas representan el 96% de las ventas. En América Central o en Ghana también sale beneficiada la música autóctona, con una cuota de mercado del 70%.

¿Cómo explicar estas cifras? Para Cowen, hay que distinguir dos perspectivas. De un lado, la cultura se puede concebir como un bien económico. Sin embargo, no se pueden perder de vista sus implicaciones sociales: «Usamos la cultura para relacionarnos con nuestros semejantes y para definir nuestra propia identidad».

En toda sociedad, la cultura, además de conformar una identidad común, también cumple otras tareas: en función de su fidelidad a las tradiciones recibidas, los individuos tendrán un determinado status o clase. La «marca cultural» es mucho mayor si se entremezcla con las creencias religiosas.

China o la India (un tercio de la humanidad en total) son países en los que la cultura local tiene mucho peso social y esto explica que sus sociedades no sean demasiado porosas a la influencia de EE.UU. Lo mismo sucede en los países islámicos. Asimismo, estas culturas han sabido aprovecharse inteligentemente de las innovaciones tecnológicas desarrolladas en países más desarrollados. En cualquier caso, su cultura sobrevivirá si se tiene en cuenta su crecimiento demográfico.

En cambio, en los países que se han involucrado en el proceso de globalización la cultura propia sí se ha visto debilitada. Europa occidental es la muestra de cómo puede desvincularse sociedad y cultura. Al multiplicarse los contactos internacionales, la cultura occidental, básicamente norteamericana, constituye el entramado compartido.

Es un error en cualquier caso, comenta el profesor Cowen, imaginarse algo así como una «guerra de culturas». «La cultura no es un juego de suma cero, de forma que la preeminencia de una lleve necesariamente a restar importancia a otras». Por el contrario, se enriquecen recíprocamente, tal y como ha demostrado la historia.

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