Cultivar el espíritu y la vida intelectual, según Guitton

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Es posible que los clásicos consejos de Jean Guitton (1901–1999) sobre el cultivo de la inteligencia pasaran relativamente desapercibidos hace más de cincuenta años, cuando los dio a conocer por primera vez. Pero hoy la atención o la espera que recomienda en El trabajo intelectual, reeditado por Rialp, pueden resultar indispensables para contrarrestar las secuelas que el bullicio tecnológico o la influencia de las fake news dejan en nuestro espíritu.

Hay que huir de los estereotipos e insistir, como Guitton, en que el trabajo intelectual no es solo propio de los escritores; tampoco de los académicos. Ni siquiera es exclusivo de los filósofos, ni de esa élite oracular que, desde hace años, se adueña con arrogancia del debate público. Es la modesta vocación de quien tiene la fortuna de entender que la existencia humana es plena cuando se desarrolla y se desenvuelve espiritualmente.

Guitton ofrece consejos –muy directos, muy prácticos–, pero no para quien busca el éxito en el estudio, el relumbrón social o la celebridad profesional. A estos les basta con estrategias triviales. Quien está necesitado de ayuda es el que busca la verdad, pero desconoce las travesías que le acercan a ella; quien se desea comprometer con el oficio de la mente, pero no sabe cómo entrenarse. El que no se cansa de explorar el universo, pero ignora la manera de articular sus interrogantes.

El oficio de la mente es una tarea humilde, sosegada, como la del artesano en su taller, pero también extremadamente hermosa

Pero es la combinación entre el fin más elevado –la búsqueda de la verdad, la cercanía con el misterio– y lo más cotidiano –el conjunto de tareas que al pensador francés le parecen insustituibles, como la lectura y el estudio exhaustivo, la escritura pulcra pero desinteresada, sin destinatario ni público– lo que convierte al oficio de la mente en una tarea humilde, sosegada, como la que lleva a cabo el artesano en su taller, pero también extremadamente hermosa. Es la rutina cotidiana, la fidelidad en el quehacer diario, la liturgia que da acceso al mundo del espíritu.

Virtudes y creatividad

Esa vida de la inteligencia se aquilata, explica Guitton, en la vivencia de las virtudes humanas, ya que no hay fórmulas mágicas para quien desea introducirse en el camino sapiencial, que los jalones del esfuerzo, el silencio, la atención sostenida y la perseverancia. Hay que huir de las novedades, centrarse en una tarea, volver y volver siempre sobre el mismo tema, con la paciencia del labrador.

¿Qué busca, en definitiva, quien estudia, sino la verdad? Las modas pedagógicas anteponen en muchas ocasiones la eficacia, olvidando que el sentido de la acción humana –también en el estudio, sostiene Guitton– se revela reflexionado siempre sobre su fin. Si la educación pierde su objetivo, cualquiera que sea su nivel, fracasa.

Sería fácil criticar nuestro sistema educativo, pero la solución ha de ser propositiva. Se deben seguir estos consejos que explican, desde la experiencia vivida, cómo leer mejor, cómo profundizar en el estudio y cómo desenvolverse con maestría en el arte de la escritura, sin ocultar que en esas batallas son abatidos quienes buscan los atajos fáciles. Incluso podría provocar cierto escándalo la apología del dictado o de la copia que hace Guitton, convencido de que la mejor manera de aprender a escribir y a pensar de verdad es mediante la impregnación con las grandes obras de la literatura y el pensamiento.

Más que someter al yugo del pasado, la tradición cultural libera de la coacción del presente

Hay que evitar el prurito de la originalidad. Es indudable que el pensador francés reverenciaba la cultura y creía que, sin profundizar en ella, es imposible educar el buen gusto, algo que recuerda apreciaciones recientes de otros autores, como Roger Scruton. Pero ¿dónde queda entonces la creatividad? ¿Cómo promover, en esas condiciones, el criterio propio y la libertad del estudiante? Más que someterlo al yugo del pasado, la tradición cultural le libera de la coacción del presente, ayudándole a entender que, si la innovación no quiere agotarse en la fugacidad del momento, para tener sentido requiere fraguarse en diálogo, también crítico, con la cultura a la que se pertenece.

Huyendo de la superficialidad

Guitton elabora, con la exhaustividad del buen contable, un inventario de los aparejos que el hombre necesita para escapar de la trivialidad cultural, proponiendo sembrar de profundidad el lugar donde existe liviandad; de erudición, el sitio donde campa la estéril tendencia a la especialización, y, en fin, de reflexión, el ámbito donde rige solo la vacua repetición de clichés.

Aunque en el momento de su publicación, exhortaba a los jóvenes, los destinatarios de sus observaciones pueden ser, en realidad, todos aquellos que no han renunciado a pensar por sí mismos, ni a cultivar el pensamiento crítico, y que se niegan explícitamente a abdicar de la verdad. La obra constituye, pues, un poderoso antídoto contra el relativismo y la cultura light.

Guitton explica, desde la experiencia vivida, cómo leer mejor, cómo profundizar en el estudio y cómo desenvolverse con maestría en el arte de la escritura

Es recomendable leer y releer este ensayo breve y hermoso, penetrante y humilde, práctico y, que, al mismo tiempo, invita a la más alta contemplación. Posiblemente Guitton esté llamado a ser el maestro o guía intelectual de muchos, como para él mismo ejerció de mentor el padre Gratry, con Las fuentes, o Sertillanges, con La vida intelectual, libros que, como este, enseñan algo que a veces se olvida: la vida intelectual, aunque implica exigencia, está al alcance de todos; solo hay que perseguir con celo la verdad y seguir ciertos consejos y rutinas para descubrirla.

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