Alberto Durero: consumador del gótico tardío, impulsor del Renacimiento alemán

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Alberto Durero

Alberto Durero, Melancolía I, 1514 (fotos: Staatliche Museen zu Berlin, Kupferstichkabinett)

La exposición “Durero para Berlín”, en la capital alemana, muestra toda una serie de obras maestras del artista, que le hacen aparecer no solo como el principal artífice del Renacimiento alemán, sino también como uno de los grandes exponentes del dibujo y el grabado de todos los tiempos. Una aproximación al genio renacentista, a su técnica y a su creatividad, a partir de algunas de sus más célebres obras.

Alberto Durero (en alemán: Albrecht Dürer, 1471-1528) está considerado como el principal artista del Renacimiento alemán. Durero estuvo siempre muy unido a su ciudad natal, Núremberg, que se hallaba en pleno apogeo precisamente en los siglos XV y XVI por ser, junto a Augsburgo, la ciudad principal en la ruta comercial entre Italia y las ciudades hanseáticas, así como por celebrarse allí la llamada Dieta Imperial (Reichstag).

Se presenta actualmente, y hasta finales de agosto, la exposición “Durero para Berlín” en el Museo de Grabados y Dibujos (Kupferstichkabinett) de la capital alemana. El subtítulo “A la búsqueda de sus huellas en el Museo de Grabados y Dibujos” circunscribe la muestra a esta vertiente de la obra de Durero, dejando fuera el retrato. Bien es cierto que el número de sus grabados y dibujos es muy superior a la producción pictórica: en sus obras completas, esta asciende a unas 120 pinturas, frente a los 450 grabados y 1.200 dibujos, aproximadamente.

La cuestión principal que se plantea en la exposición es: ¿Qué tienen en común Durero y Berlín? Dejando a un lado que el artista trabajó ocasionalmente para el marqués Albrecht de Brandeburgo (1490-1545), berlinés de nacimiento, la respuesta es sencilla: en vida, Durero no tuvo relación alguna con Berlín. Por otro lado, en el siglo XVI, Berlín distaba mucho de tener la importancia de Núremberg. Si bien el marqués o margrave de Brandeburgo, cuya capital era Berlín, formaba parte de los siete Príncipes Electores del emperador, no fue hasta el gobierno del llamado Gran Elector Federico Guillermo I (1640-1688) cuando se produjo el ascenso de Brandeburgo-Prusia hasta convertirse en primera potencia europea a partir del siglo XVIII, como reino de Prusia.

El comisario de la exposición, Michael Roth, explicaba –en la presentación de la muestra a la prensa– que si Berlín, con el Museo Albertina de Viena y el British Museum, alberga una de las tres grandes colecciones de grabados y dibujos de Durero, esto se debe a que ya desde la época del Gran Elector, los nobles comenzaron a coleccionar pronto obras de quien se consideraba uno de los más importantes artistas alemanes, y más tarde las donaron a la corona. Por esto, Berlín posee un gran número de originales de las obras maestras de Durero.

El fondo de obras de Durero en el Museo de Grabados y Dibujos de Berlín fue creciendo a lo largo del tiempo, desde los “fondos antiguos” que se remontan a la época del Gran Elector hasta las adquisiciones del siglo XX. Para el Museo –y por ende para la exposición berlinesa– desempeña un especial papel la labor desarrollada por Friedrich Lippmann (1838-1903), su director desde 1878, quien con sus adquisiciones –sobe todo la de la colección Posonyi-Hulot de París– amplió considerablemente los fondos de Durero en Berlín. Además, realizó una serie de publicaciones, como el primer catálogo completo, que dio a conocer a Durero en todo el mundo y fomentó su estudio científico.

Capacidad innovadora

Los cuatro jinetes (Apocalipsis), 1497-98

Entre las grandes obras de Durero en grabado destacan los “tres grandes libros” realizados por el artista de Núremberg: Apocalipsis (1498), La vida de la Virgen (1502-1520) y La gran Pasión (1496-1511). Ya en el Apocalipsis, obra realizada al regreso de su primer viaje a Italia y poco después de establecer su propio taller en 1497, se aprecia su capacidad innovadora: a diferencia de las ilustraciones que hasta entonces acompañaban los textos bíblicos, pequeñas e inseparablemente unidas al correspondiente texto, Durero crea escenas de dimensiones casi “monumentales” para el género (39,3 × 28,1 cm), que llenan todas y cada una de las páginas pares, mientras que el texto correspondiente se reproduce en la página siguiente, en la impar.

La composición de las escenas –“figuras” las denominaba Durero– combina elementos iconográficos tradicionales con sus propias invenciones pictóricas, según los principios de “síntesis y dramatización”. La esfera mundana y la celestial están separadas entre sí, pero unidas por un acusado realismo: las proporciones humanas, basadas en los textos del tratadista Vitruvio, los detalles de la vestimenta y del paisaje, incluyendo fenómenos meteorológicos, y demás objetos están tratados con extrema precisión, y hacen aparecer las visiones de san Juan como algo concreto y tangible.

Durero crea volumen, modela efectos de claroscuro y perspectiva, y caracteriza las figuras con una amplia riqueza de facetas gracias a un trazos muy variados y complejos esgrafiados en cruz, elementos reservados hasta entonces a la calcografía. Otra novedad que introduce Durero es el hecho de estampar su monograma en cada una de las láminas, algo inusual en la xilografía hasta entonces.

Los grabados más célebres

En su segundo viaje a Italia, concretamente a Venecia (1505-1507), conoce a los grandes pintores de la escuela veneciana, como Giorgione y Tiziano, si bien Durero resalta sobre todo a Giovanni Bellini. Tras dicho viaje comienza una segunda fase en su creación artística, que llegará hasta 1514; destacan aquí los otros dos “grandes libros” anteriormente mencionados, La vida de la Virgen y La gran Pasión. Además, comienza a experimentar con el grabado a punta seca sobre cobre, como en Santa Verónica. Hacia el final de esta época crea tres de sus más famosos grabados: El caballero, la muerte y el diablo; San Jerónimo en su gabinete, y Melancolía.

Melancolía I (1514), grabado sobre cobre, es una de las obras más famosas y, por tanto, más codiciadas por los coleccionistas. Giorgio Vasari elogió su perfección técnica. En el Museo de Berlín se conservan cinco estampas, incluida una de las procedentes de la primera versión, de 1514, extremadamente raras. El título identifica el grabado como una representación de uno de los cuatro temperamentos –los otros tres: sanguíneo, flemático y colérico, se han querido reconocer en otros de los grandes grabados de Durero: Adán y Eva (1504), así como en los mencionados El caballero, la muerte y el diablo, y San Jerónimo en su gabinete–.

Independientemente del tema principal, la profusión y la expresión de las personas, animales y objetos, además de la naturaleza y los fenómenos meteorológicos, han llevado a innumerables interpretaciones de la escena. Entre estas se encuentra –debido a la fecha de realización, que coincidió con la muerte de la madre de Durero– la interpretación biográfica, según la cual sería una estampa de recuerdo o de consuelo.

Barbara Dürer, de soltera Holper, 1514

Alberto Durero retrató a su madre cuando ya estaba marcada por la enfermedad, pues falleció el 17 de mayo de 1514. El artista plasmó la fecha del retrato con gran exactitud: el 19 de marzo, tercer domingo de Cuaresma. El dibujo al carbón capta la ternura y vulnerabilidad de la anciana desde un ligero ángulo, como con un objetivo gran angular, resaltando algunas partes del rostro: la frente dispuesta en finos pliegues casi apergaminados, la nariz alargada por la edad, el hueco visible del ojo izquierdo, así como el pómulo como esculpido. Sobre todo, la zona del cuello y de la clavícula se representan con gran precisión en su

Retrato de una joven, 1515

descarnado escote. La exactitud de la observación es tal que permite reconocer en el ojo derecho, por su posición de reposo, un estado avanzado de cataratas.

El Retrato de una joven (1515), que se identificó como Agnes, hermana del artista, fue realizado asimismo al carbón. Si se observan ambos dibujos de la colección berlinesa uno al lado del otro, se puede comprobar que la postura y la mirada son similares. Sin embargo, el más fino trazo en el retrato de la joven y los contornos más acusados proporcionan una mayor impresión de acabado que el trazo realizado a mayor velocidad en el caso de la madre del artista.

“Retratos” de animales

Gran maestría muestra Durero también en el “retrato” de animales. Muy conocidos son especialmente la acuarela Liebre joven (1502), el grabado El Rinoceronte (1515) o también sus Estudios de leones (1521), con lápiz de plata sobre papel imprimado, en el anverso del Busto de un hombre en Amberes (Aert Bruyn?). A esta hoja de su libro de bocetos se refiere una anotación en su diario, según la cual los vio en Gante en abril de 1521. Las crines de los dos leones (¿o se trata de dos estudios del mismo león, uno de perfil y otro de frente?) se tocan lev

Estudio de leones, 1521

emente en la parte inferior; para separarlas, Durero introduce un hueco de luz y traslada ligeramente al segundo plano al león de la derecha. Sobre todo, los expresivos ojos permiten hablar de “retrato” de este animal que tanto fascinó a Durero, que lo reprodujo en otras ocasiones, por ejemplo, también en San Jerónimo en su gabinete.

Como se dijo anteriormente, los grabados de Durero experimentaron una inmensa difusión, con lo que ejerció una considerable influencia en el arte occidental. Alberto Durero se encuentra en el límite entre la Baja Edad Media y el Renacimiento; según Roth, “ejerció una influencia decisiva en ambas épocas: en el gótico tardío como consumador y en el Renacimiento del norte como diseñador curioso y creativo, además de modelo para las generaciones posteriores”.

 

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