Los consumidores rechazan los alimentos transgénicos

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El cliente siempre tiene razón. El viejo adagio campa a sus anchas en cuestiones alimentarias; por eso está teniendo la última palabra en la lucha comercial y de opinión pública que han levantado los alimentos transgénicos en todo el mundo. La razón del cliente es, por ahora, la desconfianza que lleva al rechazo.

Según los expertos, es preciso hacer un esfuerzo de información entre el público, para que la aceptación o el rechazo de los alimentos transgénicos se base en razones y datos, no en alarmismos ni en puros intereses comerciales.

Nadie ha demostrado aún que los vegetales modificados genéticamente (por ejemplo, para que se vuelvan resistentes a herbicidas o inmunes a plagas de insectos, reducir el uso de fertilizantes) sean perjudiciales para la salud (ver servicio 44/99). Pero, de momento, el esfuerzo informativo de los promotores de los cultivos transgénicos ha caído en terreno baldío.

En la cabeza del cliente que recorre el supermercado están las vacas locas, la crisis de la dioxina, los problemas de Coca-Cola y la prevención de grupos ecologistas, todo mezclado con las reticencias de los gobiernos y las ventajas que aducen los promotores de los cultivos. En la estantería, una etiqueta dice: este producto ha sido modificado genéticamente. Muchos clientes pasan de largo.

No pasa mucho tiempo hasta que las cadenas de supermercados detectan el temor de los clientes y retiran los productos. En menos tiempo aún, los proveedores anuncian a los productores de cultivos que van a dejar de importar maíz y soja transgénicos. Entonces, a las grandes factorías de transgénicos, como Monsanto, DuPont o Novartis, sólo les queda la esperanza de encontrar nuevos mercados, sabiendo ya que un porcentaje importante de sus cosechas no servirá más que de pienso.

Cada vez más países rehúyen los cultivos creados por ingeniería genética. Hasta hace unos meses la oposición estaba confinada a Europa, pero ahora se han sumado empresas japonesas. Kirin Brewery y Sapporo Breweries han anunciado que volverán al maíz tradicional. Además, Japón, que es el primer importador de cultivos estadounidenses, ha aprobado una ley que obliga a las empresas alimentarias a etiquetar los productos transgénicos.

El Grupo Maseca, líder en producción de harina de maíz en México, también ha anunciado que evitará la importación de maíz transgénico. Y en Corea del Sur, otro gran importador de grano estadounidense, las empresas se están planteando comprar el maíz a China.

Francia ha dado un paso más. Tres grandes de la alimentación -Glon-Sanders, líder francés de piensos; Bourgoin, principal productor europeo de pollos; y Eridania Beghin-Say- han decidido crear líneas de producción «libres de transgénicos». Es decir, que desde la semilla destinada a la alimentación hasta el huevo que pone la gallina no intervenga nada que tenga genes modificados.

Con este fin, han creado una denominación orgánica llamada «soja del país». Se estima que unos 2.000 campesinos participarán en el cultivo de soja este primer año y duplicarán la producción actual francesa.

Esta alimentación será entre un 15% y un 20% más cara que la procedente de las importaciones. Queda por ver si el consumidor estará dispuesto a pagar más por el producto. Pero las empresas no tienen más remedio que apostar por la «alimentación natural» para recuperar la confianza del consumidor.

Frente a esta desconfianza, muchos investigadores destacan que los transgénicos pueden ser un avance decisivo para asegurar la alimentación en países del Tercer Mundo. Si hasta ahora la biotecnología ha beneficiado sobre todo a las grandes empresas agrícolas, su difusión ayudará a los campesinos a obtener mayores rendimientos y a rebajar sus costes. Michael A. Wilson, director de Horticulture Research International (Gran Bretaña), escribe en The Wall Street Journal (18 de agosto) que la protección que brinda una modificación genética contra algunas plagas «puede ser el logro más importante para beneficiar a los pequeños agricultores en todo el mundo».

Entre otros ejemplos, menciona el caso de la papaya de Hawai, asolada por una plaga, que gracias a la inserción de un gen que le hace inmune a ese riesgo, ha pasado a ser una variedad comercial de papaya. Igualmente, investigadores de la Universidad de Cornell han añadido genes de dos variedades silvestres de arroz a los mejores híbridos de arroz chino, con lo que están obteniendo aumentos de rendimientos del 20% al 40%. Y asegura que el peor servicio que Europa podría prestar a los países en desarrollo sería exportar miedos injustificados a los productos transgénicos.

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