La sabiduría para vencer al sida en África

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Después de un viaje al África subsahariana, David Brooks escribe en «The New York Times» (12 junio 2005) que la lucha contra el sida no se puede ganar sin cambios de conducta que vienen favorecidos por convicciones religiosas.

Brooks habla de su visita en el sur de Mozambique a una pequeña iglesia con techo de hojalata y un muro hecho de ramas, donde se reúnen mujeres para cantar y rezar y cuidar a los huérfanos de víctimas del sida. Cuando se habla con ellas de lo que hacen para evitar el sida, al principio hablan de que es importante usar el preservativo. «Pero pronto pasan del lenguaje sanitario a otro muy distinto. Dicen: ‘Es más fácil que alguien que ha sido tocado por Dios acepte cuando una mujer dice no’. Hablan de rezar por el hombre que pega a su mujer seropositiva, y tratar de integrarlo en la congregación. En su iglesia hay polígamos, pero dicen que Dios prefiere la monogamia».

Brooks señala que si bien el tratamiento contra la infección es un problema técnico, la prevención no lo es. «La prevención tiene que ver con un cambio de conducta. Se trata de llegar al corazón de la gente en sus momentos vulnerables -cuando beben, cuando se dejan llevar por la pasión- y moverles a que cambien la conducta que apenas han cambiado bajo una amenaza de muerte».

«Hemos intentado cambiar la conducta, pero lo hemos intentado sobre todo con medios técnicos para prevenir la extensión del sida, y esas técnicas han sido necesarias pero insuficientes». La información sola tampoco basta. «Los informes indican que la gran mayoría comprende, al menos intelectualmente, el peligro del VIH. Pero siguen practicando conductas de riesgo».

«Hemos proporcionado condones, pero tampoco esto basta. Los informes indican que una gran mayoría sabe cómo conseguir condones. Pero eso no significa que de hecho los usen, como lo demuestra que las tasas de infección se mantienen estables o aumentan».

La mejora económica es también necesaria, pero insuficiente. «Los que más contribuyen a la propagación de la enfermedad son gente relativamente bien situada. Son mineros que tienen relaciones con prostitutas y que luego transmiten la infección a sus mujeres. Son maestros que venden los títulos por sexo. Son viejos ricos que tienen relaciones con chicas de 14 años a cambio de teléfonos móviles».

La crisis del sida necesita ser abordada con otro lenguaje, dice Brooks. «La crisis del sida tiene que ver con el mal. Tiene que ver con pequeñas bandas de depredadores que conscientemente infectan a mujeres sin que les importe nada. La crisis del sida tiene que ver con la inviolabilidad de la vida. Tiene que ver con gente que subestima tanto su propia vida que le parece que una conducta arriesgada carece de importancia y que acepta la muerte de modo fatalista».

La crisis del sida tiene que ver con muchas cosas («confianza, miedo, debilidad, tradiciones, tentación»), ninguna de las cuales puede ser abordada desde fuera. «Debe ser abordada con el lenguaje del deber, anclando la conducta en un conjunto de ideales trascendentes y de fe».

«Este es un lenguaje que no suelen hablar los gobiernos y las organizaciones de ayuda humanitaria. Es un lenguaje que debe ser hablado por gente que pone en conexión palabras como ‘fidelidad’ y ‘abstinencia’ con algún credo más amplio. Tiene que ser hablado en África por gente que conozca las creencias locales sobre los ancestros y lo sobrenatural. Es un lenguaje que tiene que ser hablado por un viejo respetado, un vecino, una persona que conoce tu nombre».

Gracias al catolicismo en África

En un artículo publicado en www.mercatornet.com (2 junio 2005), el periodista australiano Michael Cook responde a quienes dicen que la Iglesia católica favorece la expansión del sida en África por no promover los condones.

Cook señala la incongruencia de quienes piensan que si los africanos no usan más el preservativo es porque el Papa no lo permite. Según esta idea, «los católicos africanos son tan piadosos que si tienen relaciones sexuales fuera del matrimonio, acuden a prostitutas o toman una tercera mujer, se abstendrán devotamente de usar condones porque el Gran Padre Blanco les dice que no lo hagan. (…) Pero estos católicos africanos no pueden ser a la vez tan santitos a la hora del uso de los condones y tan malos a la hora de resistir a la tentación».

«Superponer los mapas de la prevalencia del sida y de la prevalencia del catolicismo basta para echar por tierra la conexión entre Iglesia católica y sida. En Suazilandia, donde el 42,6% de la población está infectada, los católicos son solo el 5% de la población. En Bostwana, con un 37% de la población adulta infectada por el VIH, solo el 4% de la población es católica. En Sudáfrica, con un 22% de la población adulta infectada, los católicos son el 6%. En cambio, en Uganda, donde los católicos son el 43% de la población, la proporción de población adulta infectada es un 4%».

Si se tiene en cuenta la atención a los enfermos, resulta que «en torno al 27% de los cuidados sanitarios para afectados por el VIH/sida son proporcionados por instituciones de la Iglesia y ONG’s católicas. Estas gestionan en África una vasta red de iniciativas que llegan hasta los más pobres, los más alejados y los más olvidados».

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