La marihuana no es una droga «blanda»

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Ahora que algunos plantean legalizar las drogas «blandas», especialmente las derivadas del cannabis (marihuana y hachís, principalmente), que son las más extendidas, conviene saber qué dicen los expertos en toxicomanías. El Dr. Aquilino Polaino-Lorente, catedrático de Psicopatología de la Universidad Complutense (Madrid), ha realizado numerosas investigaciones sobre drogodependencia. Aparte de sus publicaciones científicas, ha escrito sobre este tema obras de divulgación, como ¿Conoce usted los efectos del abuso del alcohol y las drogas blandas? (Acción Familiar, Madrid, 1982) o Tus hijos y las drogas (Palabra, Madrid, 1991), esta última en colaboración con Javier de las Heras. El Dr. Polaino-Lorente contesta aquí algunas preguntas de interés para el público.

– Los que proponen legalizar la marihuana y el hachís suelen aducir que estas drogas no son más peligrosas -o incluso, que lo son menos- que otras permitidas, singularmente el alcohol y el tabaco. Desde el punto de vista de las toxicomanías, ¿hay alguna diferencia que justifique una prevención especial contra las drogas derivadas del cannabis?

– Existe una diferencia importante entre los motivos que pueden conducir al consumo de alcohol o, tal vez, de tabaco y los que llevan al consumo de otras drogas. Se puede desear consumir bebidas alcohólicas simplemente porque se aprecia su sabor, pero sin buscar -es más: aun evitando- que produzcan efectos manifiestos sobre el sistema nervioso, por lo que sólo se consumen dosis bajas y espaciadas. Es decir, en ese caso no se consumen como droga.

En cambio, el resto de las drogas, incluido el cannabis, se consumen siempre, desde un principio, buscando las alteraciones que producen sobre el sistema nervioso. Es decir, el deseo de drogarse está siempre presente en el consumo de la marihuana y el resto de las drogas.

Esto no es por casualidad. El cannabis tiene efectos directos e inmediatos sobre el estado de conciencia que no experimentan los bebedores moderados ni los simples fumadores. Por el contrario, el cannabis actúa directamente sobre el centro del placer, por lo que la habituación a esta sustancia acaba provocando importantes trastornos de la personalidad.

Obviamente, el consumo abusivo de alcohol constituye una enfermedad -el alcoholismo- que causa la muerte de muchos españoles cada año. El consumo excesivo de alcohol es, ciertamente, peligroso; su consumo moderado, no.

En cambio, no puede afirmarse lo mismo respecto del cannabis. Su consumo -cualquiera que sea la dosis- comporta un mayor o menor riesgo.

– Concretamente, ¿cuáles son los efectos nocivos del cannabis, en especial a largo plazo?

– Las consecuencias varían mucho, según el tipo de producto que se consuma, las condiciones de la persona, etc. Las más comunes son las siguientes:

Unas veces produce, al principio, una reacción eufórica, con profunda irrealidad; pero también es frecuente -especialmente en los no iniciados- experimentar sensaciones desagradables y vivencias de despersonalización. Después suelen aparecer hipersensibilidad, aumento de la sugestionabilidad, disminución del control afectivo e impulsividad. También se producen a menudo ilusiones, incluso alucinaciones.

En una fase ulterior, que en el consumidor crónico se da entre una dosis y la siguiente, el cannabis provoca abulia, indiferencia afectiva e inhibición motora. Los proyectos, ilusiones y motivaciones pierden interés o desaparecen por completo, como si se tratase de un estado depresivo, del que se intenta escapar recurriendoal consumo de una nueva dosis de droga, originándose así un círculo vicioso. Finalmente, en el intoxicado se agravan estos síntomas, acompañados de episodios de excitación motora, conductas agresivas e insomnio. El estado de ánimo depresivo, la indiferencia y la inhibición, cuando no se está bajo los efectos de la droga, se van haciendo cada vez más intensos, de modo que se tiende a reiterar el consumo con una frecuencia mayor, para aliviar los síntomas.

En fin, el abuso del cannabis deteriora los centros nerviosos responsables de las gratificaciones (de las motivaciones). Aparece un «síndrome amotivacional», característico de los consumidores crónicos de marihuana, que resulta congruente con el aumento del «pasotismo» juvenil contemporáneo.

A la vez, aparecen daños biológicos, como congestión de la conjuntiva de los ojos, aumento del ritmo cardíaco, bronquitis, asma, disminución de defensas -lo que facilita infecciones-, alteraciones del ciclo menstrual, esterilidad y mayor riesgo de aborto y de malformaciones congénitas en los hijos.

– Según su experiencia clínica, ¿el consumo de cannabis suele conducir al de otras drogas más potentes?

– Con mucha frecuencia, el consumo de drogas se inicia con una de las llamadas «blandas»; pero, como consecuencia directa de su consumo, esas personas tienden a buscar otras sustancias capaces de producir unos efectos superiores a los que las «blandas» les proporcionan. Así entran en el conocido sistema de «escalada», por el cual consumen drogas progresivamente más potentes y peligrosas que, además, se administran por vías en las que obtienen efectos más fuertes -como la vía intravenosa-, con lo cual el riesgo de dependencia también se acrecienta.

– Como conocedor de las toxicomanías, ¿considera útil o justificada la distinción corriente entre drogas «blandas» y «duras»?

– Esa clasificación de las drogas, según los efectos y consecuencias, se está abandonando en la actualidad. Hoy sabemos que esa distinción es superflua y que, siendo cierto que el consumo de algunas drogas puede ser más peligroso que el de otras, todas las drogas son «duras» en el sentido tradicional. Así, resulta inaceptable, por ejemplo, que la marihuana sea calificada como droga «blanda», si consideramos que sus efectos sobre la persona no son moderados ni transitorios.

A este respecto, señalaré que se necesita que transcurran, al menos, treinta días consecutivos de abstinencia para que se elimine en el organismo el principio activo del cannabis, cualquiera que sea la dosis consumida, aunque fuera un solo «porro». Por otra parte, aunque se discute aún si esta sustancia provoca dependencia física, la dependencia psicológica sí está probada, al igual que la tolerancia. Ahora bien, aun admitiendo -por ahora- que no existe dependencia biológica, es muy posible que ésta llegue a producirse por una vía indirecta. Me refiero a los fenómenos de habituación estudiados por la psicología del aprendizaje. Pues una vez que se ha consolidado el aprendizaje del comportamiento y de las contingencias que a éste suceden, resulta muy difícil poder seguir adscribiendo la habituación al plano meramente psicológico.

Todas las drogas, en fin, son «duras» desde el momento en que se convierten en sustancias que una persona busca con la finalidad de lograr un cambio en su estado de ánimo, una evasión o vivencias intensas y diferentes, fuera del marco objetivo de la realidad. Entonces, el riesgo de la dependencia psicológica, con todas las consecuencias indeseables que supone, se hace presente inmediatamente.

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