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Algunos corren más riesgo

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The Sunday Telegraph (Londres, 30-VI-96) publica un artículo de su redactor médico Dr. James Le Fanu, en el que acusa a las autoridades sanitarias británicas de orientar mal las campañas preventivas contra el SIDA, para no estigmatizar a los grupos de riesgo.

(…) De las 12.565 personas diagnosticadas con SIDA desde 1982 en Gran Bretaña, sólo 161 (poco más del 1%) no pertenecen a, ni han sido infectadas por, ninguno de los «grupos de riesgo» como homosexuales, drogadictos, hemofílicos…

Esta distribución del SIDA es precisamente la que cabría esperar desde el comienzo de la epidemia una vez que se vio claro que el modo de transmisión del virus del SIDA (HIV) era idéntico al del virus de la hepatitis B. Aunque la hepatitis B se conoce desde hace más de 150 años, es en gran parte una enfermedad que afecta a los mismos grupos de riesgo que el SIDA y, aunque es mucho más contagiosa que el HIV, nunca ha afectado a la población en general. En el Tercer Mundo, la hepatitis B funciona de modo diverso y, por una razón todavía desconocida, es más fácilmente transmisible y por tanto se ha difundido más; lo mismo ocurre con el HIV.

Sin embargo, esta notable semejanza entre la hepatitis B y el HIV nunca ha sido subrayada por las personas con autoridad para hacerlo. Más bien, ya desde el inicio, se presentó el HIV como una amenaza para todos. Y las campañas de educación sanitaria, que acabaron costando más de 150 millones de libras esterlinas [30.000 millones de pesetas], se centraron casi exclusivamente en los peligros de las relaciones heterosexuales.

Estas campañas se justificaron a posteriori con la teoría de que estaban ayudando a contener la difusión de la enfermedad, pero tampoco eso era cierto. Está claro, por los cambios en la difusión de las enfermedades relacionadas con prácticas sexuales inseguras, que el cambio hacia el sexo seguro ya había tenido lugar antes de empezar la campaña.

Por tanto, si el Chief Medical Officer, Sir Donald Acheson, hubiera emitido una «opinión fundada» [opinión o consejo de las autoridades en materias de interés público] en los años ochenta, debería habernos aconsejado, sobre la base de la analogía con la hepatitis B, que el HIV era fundamentalmente un peligro para los grupos de riesgo. Y que el riesgo proveniente de las relaciones heterosexuales normales podría compararse con el de ser alcanzado por un rayo; pero que, de todos modos, sería aconsejable que los que no conocieran bien a su pareja utilizaran métodos de protección.

Pero en lugar de aconsejar esto, decidió gastar 150 millones de libras del dinero de los contribuyentes dando un susto mortal a la gente, mientras apenas dedicaba atención a aquellos para quienes el HIV constituía una seria amenaza.

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