Un milagro económico en la sabana

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Iniciativas africanas
Estamos acostumbrados a recibir noticias tristes de África, el continente surcado por guerras y al que nunca se ve llegar el desarrollo. Pero las raíces de los males de África no están en los genes de sus habitantes. Los africanos pueden ser emprendedores, si se les permite poner a contribución su laboriosidad y su inventiva, como ilustran nuestros corresponsales en Kenia y Congo. Silvano Borruso cuenta la historia de una isla de prosperidad surgida en mitad de la sabana, junto a Nairobi. Philémon Muamba Mumbunda muestra cómo la gente de Kinshasa mantiene la actividad financiera y comercial por su cuenta y riesgo, a falta de instituciones formales.

Nairobi. Mlolongo no está en los mapas, pero tiene ya seis mil habitantes, cinco clínicas, dos escuelas primarias, dos iglesias, un montón de bares, un verdadero boom de edificios en construcción (de hasta cinco pisos), cuatro gasolineras, un casino con actuaciones en vivo, un cibercafé, establecimientos de fotocopias; no tiene barrios pobres, pordioseros, niños de la calle, bancos, burocracia del gobierno ni casi delincuencia. No está nada mal para un lugar que hace menos de veinte años era la típica extensión de sabana africana sobre una estrecha franja de tierra (50 por 1.000 metros aproximadamente) entre el viejo y el nuevo trazado de la carretera de Mombasa, a unos 15 km del centro de Nairobi.

Para ahorrarse el peaje

A mitad de la década de los 80, los transportistas que traían arena desde Machakos District, unos 30 km más al este, descubrieron que si descargaban sus camiones a lo largo de la vieja carretera, ya en desuso, a unos 50 metros de la nueva, se ahorraban la tasa de la estación de pesaje. Los camiones más pequeños que iban a recoger la carga de arena desde Nairobi no tenían que pagar. Evitar el peaje, pues, era perfectamente legal; los transportistas descargaban los camiones a la vista de la policía. Hoy este mercado sigue como antes: a lo largo de la vieja carretera, junto a la sabana, se pueden ver pilas de arena en espera de compradores. Hubo dos intentos de bloquear la carretera para impedir a los camiones usarla. Primero, un bulldozer la cortó abriendo una zanja bastante efímera. El segundo fue un gálibo erigido por la policía, bastante alto para permitir el paso de coches, pero no de camiones. Este filtro funcionó durante las dos semanas escasas que tardaron los conductores en abrir un desvío campo a través.

Poco después de que comenzara el comercio de arena aparecieron las primeras tiendas. Casi todas vendían comida y bebida, pero no tardaron mucho en aparecer también otros servicios: sastrerías, clínicas, un cerrajero, zapateros, etc. Luego empezaron a verse construcciones de piedra y hormigón en lugar de chozas de madera con tejados de lata. En la década de los noventa Mlolongo estaba en pleno boom, aunque seguía sin tener existencia oficial. Todavía hoy es inútil buscarlo en un mapa. Es interesante señalar que ni políticos (el primero que se dignó presentarse allí, para hacer campaña a favor de un candidato a presidente, lo hizo unas semanas antes de las elecciones de diciembre pasado), ni predicadores callejeros, ni ONG encuentran público entre una población empleada al ciento por ciento.

¿Cómo se explica un fenómeno tan extraordinario que rompe todos los esquemas acerca de África?

Fiscalidad perversa

Lo que primero impresiona al visitante es la diferencia entre el lado norte de la nueva carretera de Mombasa, donde está situado Mlolongo, y el lado sur, municipio de Mavoko, donde sólo hay unos pocos edificios en medio de una gran extensión de sabana sin urbanizar. La diferencia está en la especulación del suelo.

No hay tierra gratis en ninguno de los dos lados, pero el régimen de tenencia es arrendamiento en el norte y pleno dominio en el sur. Resultado: la renta que se paga al ayuntamiento de Mavoko resulta pura pérdida para quien no explote el terreno en arriendo. De ahí el boom de la construcción en Mlolongo.

En el lado sur, el terrateniente se queda cruzado de brazos mientras el valor de su propiedad vacía sube de un día para otro, aguardando la oportunidad de forrarse con la venta. El perverso sistema fiscal de Kenia, heredado de los británicos, premia la desidia del propietario y castiga la laboriosidad de los que trabajan. La perversión consiste en que el valor de la propiedad vacía crece no por lo que hace su dueño, sino por lo que hacen los que trabajan al otro lado de la carretera. Si el recaudador de impuestos desviara su atención de los frutos del trabajo de la gente de Mlolongo hacia las ganancias (legales pero inmorales) del terrateniente especulador, Mlolongo experimentaría un despegue económico que sobrepasaría con creces los sueños de cualquier teórico de la economía.

La ubicación lo es todo

Mlolongo no es autosuficiente, ni mucho menos. No produce ni alimentos ni bienes en cantidad apreciable. Todo el mundo trabaja, pero hay pocos empleos estables. Su mayor atractivo es, sin duda, su ubicación estratégica.

Mlolongo dista unos 15 km del centro de Nairobi, pero a sólo unos 5-8 km de la periferia industrial al este de la capital, distancia que se puede recorrer andando sin mucho esfuerzo, especialmente en el fresco de la mañana y del atardecer. La misma distancia lo separa de Athi River, al este. Los trabajadores de las dos fábricas de cemento situadas en este último lugar encuentran viviendas más baratas en Mlolongo que en Athi River o en Nairobi.

La estación de pesaje, donde los camiones provenientes de Mombasa tienen que parar y pagar según el peso por eje, es un atractivo más para Mlolongo. La clientela de conductores y viajeros contribuye no sólo a su carácter pintoresco, sino también a sus ingresos. Así precisamente evitan las garras del usurero.

Libre de impuestos

Como no hay ni bancos ni prestamistas, la gente del lugar depende de lo que los transeúntes gastan en servicios para traer comestibles, mitumba (ropa usada, a veces de excelente calidad) y otras necesidades, así como para pagar sueldos.

Dicho de otra manera, los habitantes de Mlolongo están fuera del alcance del usurero, y el dinero circula en vez de ser acaparado. Cada construcción pertenece a un empresario-capitalista-trabajador, todo a la vez. No hay holgazanes ni jubilados a la vista. Puede que un día aparezcan, pero no ahora que el lugar es tan joven.

El recaudador de impuestos brilla bastante por su ausencia. La gente paga IVA, pero sólo por lo que traen desde Nairobi y otros lugares donde actúa el recaudador. El fisco todavía no presta atención a un lugar que oficialmente no existe. Cuántos pagan el impuesto sobre la renta, vaya uno a saber, y la báscula está pensada para quienes llegan con cargamentos de decenas de toneladas, no de kilogramos. Un obstáculo menos en el camino hacia el desarrollo.

Sin burocracia

Cuando un pequeño burócrata se da cuenta de que tiene poder sobre sus conciudadanos, le resulta muy difícil resistir la tentación de no transformar ese poder en una fuente de ingresos más. Por ejemplo, las facturas de compañías de importación y exportación siempre incluyen un cargo por «facilitación», eufemismo que significa sobornos pagados a los funcionarios de aduanas para engrasar el paso de mercancías. Estos señores no existen en Mlolongo. Nadie sabe si aparecerán algún día. Hoy por hoy, Mlolongo es un área libre de burocracia, y su gente está decidida a que siga siendo así.

Su total ausencia explica en buena parte la inusitada prosperidad de Mlolongo. Pero esto no quiere decir que ahí la gente nade en la opulencia. No hay pobreza en el sentido de miseria, pero los sueldos son bajos. La población ha llegado al tamaño suficiente para atraer a la compañía de electricidad, que ha conectado Mlolongo a la red de suministro. Pero todavía no hay agua corriente, ya que este servicio es un monopolio municipal. Cada familia necesita unos 40 litros por día, que compran al detalle a 20 centavos de chelín (0,25 centavos de dólar) por litro. Tampoco hay alcantarillado. Los dueños de suelo arrendado para comercios y viviendas han construido pozos sépticos en sus terrenos. Pero en la zona norte del país hay todavía cloacas al descubierto de las que, Dios mediante, alguien algún día se ocupará.

El futuro

En Mlolongo, el primer paso sería crear una pequeña compañía dedicada a recoger agua de lluvia, para resolver el problema inmediato. Segundo, habría que constituir otra empresa para poner alcantarillado. Lo tercero sería crear otra que se encargara de abrir pozos para extraer agua en abundancia para todos los habitantes.

Pero quizá, llegados a tal punto, Mlolongo atraería la atención de la reata de siempre poderosos parásitos. ¿Quién sabe?

Silvano Borruso

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