Uganda: matanzas olvidadas

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«La situación humanitaria en el norte de Uganda es peor que en Irak, Afganistán o cualquier parte del mundo», afirma el subsecretario general de la ONU para asuntos humanitarios, Jan Egeland. Junto a la muerte de 150.000 personas, civiles en su mayoría, y a decenas de miles de heridos, hay que sumar el drama de los desplazados: un millón y medio, según la ONU, que estima en otro medio millón la población flotante de personas en busca de refugio.

Iniciada hace 18 años, se trata de una guerra civil particular y compleja. «No es como otras que se explican por causas políticas, territoriales o religiosas», sostiene Eric Skaansar, responsable de la ONU en la zona. Casi nadie recuerda en Uganda por qué se lucha. Por un lado, está la milicia rebelde «Ejército de Resistencia del Señor» (LRA); por el otro, el ejército de Uganda. Y entre estos dos fuegos, millones de civiles.

Al principio fue el odio patológico que el líder del LRA, Joseph Kony, siente por el presidente ugandés, Yoweri Museveni. «Si Museveni llegó al poder por las armas -declaró Kony en diciembre de 2001-, también yo lo lograré y viviré en un palacio como él». A su vez, Museveni ha sentido siempre desconfianza hacia los acholis, una tribu belicosa a la que pertenecen Kony y sus comandantes.

El LRA es un grupo guerrillero atípico que se rige como una secta fanática. Su líder ha ordenado creer en unos mandamientos de inspiración islámica -no comer carne de cerdo ni trabajar los viernes-, mezclados con otros animistas: la veneración al agua, a la piedra y el respeto a los espíritus, que sólo se le aparecen a él, su único intérprete. La especialidad de este brujo guerrero es el secuestro de niños y niñas. Casi el 90% de su fuerza son menores capturados entre la población civil -cerca de 30.000, según UNICEF-, a quienes adiestra para la guerra y les fuerza a matar a los muchachos que tratan de escapar, y chicas que explota como esclavas sexuales. Él mismo acumula 50 esposas y tiene decenas de hijos en sus bases de Sudán, país al norte de Uganda del que el LRA recibe apoyo militar, entrenamiento y suministros, a cambio de intervenir a favor del gobierno en la estancada guerra civil sudanesa.

El conflicto de Uganda no es una guerra abierta, de grandes combates. La táctica guerrillera del LRA es situar a los niños delante y a sus jefes en la retaguardia. Fuentes del ejército ugandés sostienen que hoy -gracias a la información recibida de niños escapados- sólo bombardean la retaguardia enemiga para facilitar la huida de los chicos. Pero, en la práctica, muchas batallas concluyen en matanzas de niños.

También se acusa al ejército ugandés de forzar el desplazamiento de la población, para privar de recursos al LRA. Según José Carlos Rodríguez, misionero comboniano, «es la teoría del pez y el agua de Mao -explica-. Si quitas el agua, matas al pez. Si dejas a la guerrilla sin gente que secuestrar y sin alimentos que robar, se extinguirá, pero el problema es que el pez está más fuerte y los que mueren son los civiles».

El presidente Museveni ha solicitado a la Corte Penal Internacional que investigue los crímenes del LRA. Pero los fiscales, por su parte, han decidido estudiar también las denuncias contra el ejército ugandés.

Mientras, la ARLPI, organización interreligiosa en pro de la paz en Uganda, reclama una intervención de la ONU, de la UE y de la Unión Africana, para que incluyan en sus agendas este conflicto olvidado. Los misioneros combonianos, que han sufrido 15 muertos, han ampliado el llamamiento al gobierno de Sudán, al que piden «que impida el abastecimiento de armas a la guerrilla del LRA, entregando a la justicia internacional aquellos que han cometido crímenes contra la humanidad».

«Con amargura constatamos -añade la nota de los combonianos- la gran falta de atención de la prensa internacional sobre las guerras africanas». Por su parte, ARLPI ha insistido en que se trata de «una guerra olvidada» que «demasiadas veces se ha considerado como un asunto interno, cerrando así la puerta a cualquier intervención internacional. (…). Tenemos que ser muy francos -continúan los líderes religiosos-: la gente del norte de Uganda tiene la sensación de haber sido abandonada y traicionada por la comunidad internacional. Las Naciones Unidas en particular no están haciendo mucho para poner fin a esta guerra».

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