Tres nuevos doctores «honoris causa» en la Universidad de Navarra con motivo de su 50 aniversario

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La Universidad de Navarra, dentro de la celebración de su 50 aniversario, otorgó el doctorado honoris causa a tres personalidades: Mary Ann Glendon, catedrática de Derecho de la Universidad de Harvard, experta en derechos humanos, derecho de familia y derecho constitucional comparado de Europa y Estados Unidos; el británico Anthony Kelly, profesor emérito de Ciencia de Materiales de la Universidad de Cambridge, uno de los investigadores punteros en «materiales compuestos»; y el cardenal arzobispo de Madrid, Antonio María Rouco, que ha ejercido la investigación y docencia especialmente en el campo jurídico y en Teología Fundamental y Eclesiología.

El acto, celebrado el pasado 17 de enero, estuvo presidido por el gran canciller de la Universidad de Navarra y prelado del Opus Dei, Mons. Javier Echevarría. En su discurso, tras hacer el elogio de los nuevos doctores, recordó que el fundador de la Universidad de Navarra, San Josemaría Escrivá, espoleó a esta Universidad a saber estar «en el mismo origen de los rectos cambios que se dan en la vida de la sociedad».

Para no permanecer al margen de los avatares históricos de la cultura, la Universidad ha de «estudiar y valorar las tendencias y orientaciones que nacen o se consolidan, para poder así contribuir, de manera incisiva, al progreso personal y social con aportaciones científicamente fundadas». Una tarea que debe hacerse «con una fuerte colaboración interdisciplinar», esforzándose por «superar moldes sectoriales fuertemente arraigados en no pocas instituciones universitarias».

Mons. Echevarría destacó que la Universidad no debe vivir de espaldas a los problemas sociales, y a la vez «ha de mantener la necesaria autonomía para no convertirse en un engranaje más de un poder económico o político». Reivindicó el sentido humanista de la Universidad, y la necesidad de resistir a las presiones «que reducen el fin de las universidades a la sola preparación de profesionales para concretas necesidades sociales. Con esa lógica, con frecuencia se separan la investigación y la docencia, y se abandonan las humanidades».

Frente a esa tendencia, el prelado del Opus Dei destacó que, si bien todos los saberes son importantes en la búsqueda de la verdad, «es esencial a la Universidad el cultivo de las humanidades, y especialmente -por su peculiar función sapiencial- de la filosofía y la teología». Pues, en la dimensión intelectual, «la luz de la fe y su prolongación en la sabiduría teológica iluminan y potencian la naturaleza humana».

Evocando los comienzos de la Universidad de Navarra, recordó que, bajo la orientación de San Josemaría Escrivá, los iniciadores de la Universidad no contaban con medios materiales pero tenían muy clara su misión: «comenzaban una universidad, en la que -por propia naturaleza- la investigación era fundamento de la docencia». Además, señaló que ahora, con la generosa ayuda de tantas personas e instituciones, «os habéis propuesto programas de investigación cada vez más altos y avanzados en todos los terrenos».

Respecto a la formación de los estudiantes, subrayó que «la competencia profesional no es suficiente, pues necesitan crecer también en humanidad y sentido cristiano». Para lograrlo, recordó unas palabras de su predecesor, Mons. Álvaro del Portillo, en las que invitaba a los profesores a tener «la generosidad de gastar su tiempo en la atención de cada estudiante», y a transmitir a los alumnos -por medio del ejemplo de su vida y la fuerza de sus palabras- las convicciones necesarias para combatir el egoísmo.

Glendon: Navarra, prueba del dinamismo de la cultura católica

Entre los discursos de los doctores honoris causa, el de Mary Ann Glendon tuvo un tono especialmente vibrante para insistir en la trascendencia de la labor universitaria de los católicos y el papel que está teniendo la Universidad de Navarra: «En un mundo en el que el relativismo, el historicismo y el nihilismo amenazan más que nunca la búsqueda de la sabiduría, Navarra destaca como prueba del dinamismo y de la permanencia de una búsqueda sin miedo de la verdad que caracterizan la tradición intelectual católica».

Hizo hincapié también en que los cincuenta años de la Universidad de Navarra son una muestra de «las grandes realizaciones que pueden ser llevadas a cabo por laicos vibrantes y bien formados». Recordó el papel que corresponde a los laicos en la tarea que Juan Pablo II ha llamado la Nueva Evangelización, y que supone nada menos que «una transformación de la cultura». Una tarea de grandes proporciones, pero que no es imposible si se vive la fe a fondo.

El problema, dijo, es que «los católicos estamos atravesando una crisis de formación, que incluye la formación de los teólogos, de los religiosos educadores y así también de los padres. Es una crisis que hace que los padres estén mal preparados para hacer frente a los que compiten por las almas de la próxima generación: una enseñanza estatal con un secularismo agresivo y una industria del espectáculo que se deleita en degradar todo lo católico».

Para salir al paso de esta situación, subrayó la necesidad de que los católicos «sepamos dar razones de nuestras posturas morales», utilizando bien la gran tradición intelectual católica. Es algo necesario, no solo para el bien de la Iglesia, sino también «para el bien de la sociedad». Glendon, que pertenece al Comité Asesor de Bioética de EE.UU., explicó que en los últimos tiempos ha participado en numerosas discusiones interdisciplinares sobre asuntos relacionados con clonación, investigación con células madre e ingeniería genética. «En el curso de esas discusiones he visto qué importante es que los teólogos y filósofos estén al tanto de los avances de las ciencias naturales, pero también he comprobado que las ciencias naturales necesitan de las ciencias humanas. Las ciencias naturales no generan por sí mismas la sabiduría que necesitan para progresar sin hacer daño».

La profesora de Harvard terminó congratulándose por los «cincuenta años de vigoroso apostolado intelectual en la Universidad de Navarra». Y animó a la Universidad a «seguir enviando al mundo nuevas generaciones de católicos bien formados, valientes y desinhibidos».

En sus cincuenta años de historia, la Universidad de Navarra ha concedido el doctorado honoris causa a 32 personas de relevancia internacional en sus respectivos campos.

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