Simenon visto a través de Maigret

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Centenario del nacimiento de Georges Simenon

Al cumplirse el centenario del nacimiento de Georges Simenon (1903-1989), el prototipo del «escritor popular» accede a un lugar minoritario: la colección de clásicos La Pléiade publicará una selección de 21 novelas entre las más de doscientas que escribió. Pero también cuando sus novelas aparecían en ediciones populares el creador de la figura del inspector Jules Maigret supo conquistar a un público lector amplio y variado. Su literatura sigue viva. Si respetamos su lema «Comprender y no juzgar», quizá un buen modo de entender a Simenon es aplicarle el método de Maigret.

Ni el más concienzudo especialista es capaz de hacer, aun hoy, una segura catalogación de las obras de Simenon. Su obra es vastísima. Junto a eso, Simenon usó de muchos seudónimos, sobre todo al principio de su carrera, iniciada a los 18 años, o sea, en 1921.

Pero Simenon dio a conocer en París a su Maigret en 1931, en la editorial A. Fayard, en colección con diez novelas iniciales. Tenía entonces 28 años. Fue todo un éxito; tanto es así que en 1935 contrata con Gallimard, que le ofrece mejores condiciones económicas.

El método de Maigret

Quizá se entiende mejor a Simenon si se pone en práctica el mismo método -que no es método, es actitud, comportamiento- del inspector Maigret para descubrir los motivos del crimen y al criminal: convivir, hacer propio el ambiente del criminal, conocerle, comprenderle.

Algo de eso he intuido al leer el prólogo de Salvador Bordoy Luque en el tomo I de la colección de las obras de Simenon sobre Maigret, que la editorial Aguilar empezó a traducir en 1960.

Simenon siempre habla de lo mismo. Todas las novelas de Maigret -aparentemente tan variadas- hablan de lo mismo y de sí mismo y de los suyos. Muchas veces en sus novelas hay un hombre gris, con atuendo gris, doliente, introvertido…, a veces este hombre oculta un fracaso (lo oculta a su familia, especialmente a su mujer). Ese hombre, que un día amó a su mujer, hoy dominado por ella, es capaz hasta de cometer un delito, él, tan tímido, sensible y bondadoso, con tal de no decir a su mujer que le han echado de su trabajo.

Con variantes, este personaje, siempre situado en el papel ambiguo de criminal malgré lui y de víctima, es recurrente. Como si las setenta y nueve novelas de Maigret fueran otros tantos escenarios -como las piscinas en El nadador de Cheever-, en los que ese hombre gris, desalentado después de haber sufrido su más grande decepción, iría cansino, uno detrás de otro, casi sin hacer mutis nunca. A veces son simplemente personajes secundarios, que incluso son pobres agentes de seguros, ayudantes de policía o viajantes…

La última novela protagonizada por MaigretTan unido a su padre

Simenon nació en Lieja (Bélgica) el 13 de febrero de 1903. Desiré, su padre, explica Salvador Bordoy, «era un hombre tímido, bondadoso y jovial, dedicado en cuerpo y alma a su empleo de agente de seguros, sin ambiciones. Pero su influencia se dejó sentir profundamente en la infancia y adolescencia de su hijo» Georges.

Henriette, la madre, «era una mujer previsora, siempre temía que sus hijos pudieran pasar calamidades, y se procuró un medio de subsistir para el caso desgraciado de que el marido faltara, y con él el modesto sueldo que los ayudaba a vivir. A fuerza de razones consiguió de su esposo, hombre tranquilo y amante de su hogar por excelencia, permiso para montar una pequeña casa de huéspedes dentro del mismo piso que habitaban».

Las mujeres de casa en las novelas del comisario Maigret son habitualmente antipáticas, atareadas hasta lo obsesivo, incomunicadas. Ellas mismas se encierran en su mísero mundo, que se les deforma, hasta llevarlas a cometer crímenes tortuosos, de mente enferma. Las mujeres de casa son también porteras malhumoradas, míseras, retorcidas, egoístas. Esposas de aspecto impecable, envenenadas de odio.

La relación entre hermanos -que suele darse en estas novelas en ambientes socialmente acomodados o ricos- es escasa y fría. Cuando uno de ellos es criminal o víctima, el otro sabe bien poco de su hermana o hermano. Y no parece sufrir demasiado por su muerte, o preocuparse en exceso si es criminal. Georges era el hermano mayor, tan unido a su padre. Y Christian, tres años más pequeño, el preferido de la madre.

Ambiente de pensión

Henriette «pronto reunió a su mesa a varios estudiantes de varias nacionalidades, con lo que aumentaron los ingresos de la familia Simenon. Como por entonces Georges tan sólo contaba cinco años [¡Cinco años!, y Henriette ya preveía la muerte de su marido…], puede decirse que, desde su más tierna infancia, se vio rodeado de los más diversos tipos, que dejaron sensible huella en su espíritu».

También en las novelas de Maigret es una constante la pensión, su ambiente pobretero, su atmósfera un poco sórdida, personajes estrafalarios o de conducta moral poco clara; tan semejante al hotelito de barrio llevado por una sola mujer, la dueña, y una sirvienta, que aparece en otras narraciones como una variante. El lugar donde se esconden por un tiempo tantos criminales. Su pensión familiar de Lieja ha sido situada en mil edificios de viejas calles de París.

La huella de una ausencia

Y en las novelas del comisario Maigret hay una nostalgia pesada, como una niebla que suba del Sena, hay la enorme huella de una angustiosa ausencia: «Su niñez fue vulgar y sin ningún relieve externo. Hasta los doce años, a más de asistir a la escuela primaria, ejerció el oficio de monaguillo en la capilla de un hospital. Por esta época empezó a trabar conocimiento con los grandes escritores, que siempre estaban en boca de los huéspedes de su madre. La lectura de estos clásicos inculcó en su alma el veneno que ya no le abandonaría nunca: escribir. Mas no viendo salida al oficio de escritor, decidió hacerse sacerdote», sin que tal idea le llevara a dar algún paso para ponerla en práctica.

Esta ausencia de la que hablo, y está ahí como el aire, impalpable y cierto, es la de la fe católica. Conocemos todos los gustos del señor Maigret, en comidas y bebidas, sus ropas, su modo de descansar, su convivencia siempre amable con la señora Maigret, sus paseos del brazo, sus cortas vacaciones, visitas…, todo y, así, sabemos de sus domingos, y sabemos que los domingos no van a Misa; tampoco la señora Maigret sola. Nunca hablan ni nunca se habla de religión católica de modo extenso, pero sus 79 novelas están plagadas de referencias, referencias que suponen una mentalidad católica, una actitud del corazón, ¿y por qué no una fe, nunca del todo perdida?

Cronista de la sección criminal

A los doce años fue iniciado en las prácticas sexuales por una mujer mayor. «Siendo estudiante, y con dieciséis años a cuestas, supo por el médico de su familia la grave enfermedad que aquejaba a su padre: una angina de pecho que ponía en peligro la vida del progenitor para un plazo relativamente corto». Angustiado por esta revelación, y en ese plazo relativamente corto, Georges, sufrió una dura crisis en su adolescencia, que también fue crisis de adolescencia; quién podría negar, además, que esa crisis se iniciara a los doce años. Los síntomas son bien conocidos: «Su atención por los estudios se distrajo. Nada le parecía bien. Era el eterno descontento. No le satisfacían sus amigos. Repudiaba la vida que estos llevaban. Y se sintió apartado de todos, no teniendo más ojos que para estar pendiente de los menores gestos de su padre».

Cómo recuerda esta situación a la de tantos personajes de sus novelas -como abandonados, colgados en el aire-, y a sus trabajos, que más parecen balsas salvavidas en la tormentosa situación reinante. 1918. «Acababa de terminar la primera guerra mundial. El mundo estaba trastornado; las costumbres, relajadas. Georges decidió abandonar los estudios, que, prácticamente, ya tenía abandonados hacía tiempo, y ponerse a trabajar. Entró en una librería: (…) duró un mes aproximadamente. De allí pasó a La Gazette de Liège. Le encargaron de la sección de sucesos». Tres meses más tarde, redactor de una sección breve, diaria, que tuvo franca acogida, y que llevó a cabo durante casi tres años. Luego pasó a ser cronista de la sección criminal.

En 1921 muere su querido padre. Abandona su casa y se alista en el Ejército; tiene 18 años. Le trasladan a París. Aparece su primera novela: En el puente de los Arcos, de un tal Georges Sim. Conoce a una muchacha, Tigy, estudiante de Bellas Artes. Licenciado, comienza su época de las pensiones de París, del escenario urbano de sus futuras novelas policíacas. Se casa con Tigy a los 19 años. Tras una breve y doble experiencia como secretario: de un novelista y de un título, la pareja puede vivir en un piso alquilado.

Literatura «alimenticia»

Comienza su «literatura alimenticia», comienza a hacer mano de escritor: se dice que llegó a escribir unas tres mil narraciones en tres años en su colaboración con periódicos modestos; y llegó también a ser verdaderamente alimenticia su literatura: le publican novelas populares de creciente éxito entre un público no muy exigente -aquí es cuando emplea un número desorbitado de seudónimos-, y que los editores le pagaban bien.

Me parece un error decir que el estilo de Simenon es periodístico. Si está tres años en un periódico, está diez haciéndose escritor. El estilo de Simenon es poético realista; su concisión es poética, y es concisión eficaz porque es poética. Es muy visual -porque es poético, repito-, frecuentemente llegan los sonidos, y casi todo huele, y con Maigret comemos y bebemos y saboreamos, y tocamos… Porque es muy visual y conciso le han llevado al cine tantas veces, las más sin éxito, porque se han olvidado de que es el suyo un estilo poético, e íntimo.

Simenon (izquierda) en 1957, con el actor Jean Gabin,durante el rodaje de Maigret tend un piègeLa figura paternal de Maigret

Parece necesario que el escritor introdujera en su mundo, casi para su necesidad, la figura paternal, amable, abarcadora, comprensiva y fuerte de Jules Maigret; de la fiel y fuerte personalidad de Madame Maigret; de su casa, limpia -limpia en tantos sentidos-, hogareña, tranquila, acogedora, como su dueña. El comisario es un hombre que se muestra incólume a todas las tentaciones sexuales…

Introdujo en su mundo a un padre fuerte. Un mundo que desde los dieciocho años hasta ese momento, 1930, ha sido un mundo de huérfano, en el que no parece haber serenidad, no parece haber un auténtico amor.

El caso es que en 1931, Fayard saca a la luz al comisario Maigret en colección. Y caen al olvido los tantos seudónimos, para emerger, sobre todos ellos, Georges Simenon. Un escritor de veintiocho años que, de la mano de este nuevo padre, encuentra el éxito en Bélgica y en Francia, en toda Europa, y en América.

Todo este periodo, hasta aquí -tiempo y espacio- es el escenario y la geografía humana, y la autobiografía anímica que sustenta a Jules Maigret y su mundo y su quehacer. Hasta que habló por última vez de él en Maigret y Monsieur Charles, nº 79 de la colección. Año 1972, cuando Simenon tenía casi 70.

Sencillez, naturalidad, poesía

Las otras obras en las que no está el comisario Maigret son más duras. Maigret es como el contemplador comprensivo que detiene todo el mal, o al menos adelgaza la avalancha del mal. En los libros en que no está él, las pasiones desatadas, el odio, que es siempre la más cruel arma, lo destruyen todo. Algunos títulos leídos sustentan mi afirmación: Los Pitard, Los suicidas, 45º a la sombra, Los supervivientes del «Telémaco», El entierro del señor Bouvet, El negro, El tren, Le suspect…

De la lectura de Simenon se puede aprender su sencillez, su naturalidad, su poesía. Cierto que hay literaturas tanto o más valiosas, pero dar el título de maestro a alguien es también por otras razones, no sólo por su valor como escritor. Quizá en lo que se refiere a Simenon, por este lema suyo: «Comprender y no juzgar».

Divisa que se desprende de sus mismos libros, como un ambiente y disposición de alma, como un perfume total, como un modo de vivir. Eso es, un modo de vivir en su mundo novelístico. Es el modo de vivir del comisario Maigret.

A raíz de su muerte en 1989, fue objeto de comentarios su última obra, Memorias íntimas (1981), por lo que pudiera tener y tiene de morboso o, mejor dicho, por si contuviera las claves para abrir su vida privada, íntima, y hurgar en ella.

En el fondo -ahora lo sé-, la postura de Maigret, lo que dice esa divisa, «Comprender y no juzgar», parece pedirlo Simenon también para sí mismo: a pesar de tantas cosas de mi vida, no me juzguéis, comprendedme.

Pedro Antonio Urbina

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