Restaurar la vergüenza

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En un reportaje del semanario Newsweek (6-II-95), Jonathan Alter y Pat Ningert escriben que la sociedad norteamericana saldría ganando si la gente recuperara la capacidad personal de avergonzarse. Seleccionamos los últimos párrafos.

«Una mayor facilidad para avergonzarse de tener hijos ilegítimos y de divorciarse haría más en favor de los niños que cualquier recorte de impuestos o cualquier programa del gobierno», dice David Blankenhorn, que acaba de publicar un importante libro titulado Fatherless America. «Tener compasión no significa aceptar cualquier conducta. Y juzgar no implica intransigencia». Más que estigmatizar sólo a las madres solteras, lo importante para Blakenhorn es que comprendamos que, cuando quitamos importancia a la función del padre o contribuimos a la ruptura de la familia, estamos extendiendo un mensaje muy dañino.

Aquí está el principal problema con respecto a la vergüenza: es mucho más sencillo juzgar a otros que juzgarnos a nosotros mismos. Si se trata de malos tratos a niños o de conducir bajo efectos del alcohol, está muy claro. Pero cuestiones como tener hijos sin casarse o el divorcio nos tocan más de cerca. Amplios sectores de la clase media -por no mencionar a famosos personajes del mundo del espectáculo, de los negocios, de la política o de los medios de comunicación- se han divorciado o han abandonado a sus hijos. Un poco de hipocresía de su parte no debería impedirles participar en la recuperación moral. Si la hipocresía fuera un obstáculo, nada podría cambiar nunca. Pero es cierto que la hipocresía hace que la transformación sea más lenta. (…)

Restaurar la vergüenza exige hacer juicios de valor, lo que nos convierte en personajes incómodos. Pero en el libro The Spirit of Community, el sociólogo Amitai Etzioni (…) escribe que es preferible «pasarse de estricto» a quedarse «paralizado por miedo a ser tenido por mojigato». De hecho, puede suceder que restaurar el sentido de la vergüenza requiera nada menos que intolerancia, palabra muy desprestigiada en los últimos años. Vergüenza significa ser intolerante con ciertos tipos de comportamiento que son ilegales o que simplemente destruyen el contrato social. Los americanos han sido muy intolerantes con costumbres como fumar en público o vestirse con pieles, pero cuestiones más importantes, de mayor trascendencia social -el sexo y la familia- todavía se consideran, a veces, inmunes al juicio de un observador exterior.

En otras palabras, necesitamos restaurar el sentido de la vergüenza pensando no sólo en los sinvergüenzas de ahora, sino sobre todo en los de mañana, en la gente que podría educarse en un mundo donde los criterios morales estén más claros. Y en definitiva, pensando tanto en los que acatan la ley como en los que la incumplen: está en juego la brújula moral del país. Avergonzar y castigar a los que se comportan mal es ejemplar: ayuda a formar el sentido moral. Se produce una catarsis. Si la gente cree que se pedirán cuentas a los que obran mal, tendrá un poco menos de cinismo. (…)

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