Nuevos medicamentos para los países pobres

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Aunque la gran mayoría de los enfermos están en los países en desarrollo, la industria farmacéutica les presta poca atención, porque son poco rentables. De modo que faltan medicamentos eficaces y asequibles contra las infecciones que más víctimas causan en el mundo aparte del sida, como la malaria, la leishmaniasis, la enfermedad del sueño o el mal de Chagas, que afectan a millones de personas en África, Latinoamérica y Asia meridional. Frente a esta situación se han emprendido algunas iniciativas en los últimos años, y empiezan a verse los frutos.

A partir de 2006 estará disponible un nuevo tratamiento contra la malaria creado por los laboratorios Sanofi-Aventis con la cooperación de la fundación DND (Medicamentos para Enfermedades Olvidadas). DND, constituida en 2003 por Médicos Sin Fronteras y otras entidades (ver Aceprensa 107/03), impulsa investigaciones que la industria farmacéutica omite o abandona por no ofrecer perspectiva de lucro. En el caso de la malaria, hacen falta nuevos fármacos porque el parásito causante adquiere resistencia contra los que se vienen empleando. La terapia desarrollada por Sanofi-Aventis es una combinación de dos medicamentos que no presenta ese problema. Gracias al apoyo de DND, los laboratorios la venderán a menos de un dólar, frente a los 1,5-2,5 dólares que cuestan las fórmulas similares existentes en el mercado. Además, Sanofi-Aventis ha renunciado a patentarla, lo que permitirá fabricar genéricos en los países interesados.

Otro progreso reciente es el logrado por el Institute for One World Health (IOWH), que ha culminado los ensayos clínicos de un nuevo medicamento contra la leishmaniasis, tan eficaz como el mejor disponible hasta ahora pero diez veces más barato. El IOWH, creado por la Dra. Victoria Hale en 2000, es una compañía farmacéutica sin fin de lucro, dedicada al desarrollo de terapias que otras empresas dejan de lado.

No es raro que los laboratorios, comerciales o universitarios, encuentren moléculas prometedoras para combatir enfermedades olvidadas pero no continúen la investigación porque no sería rentable. El IOWH trata de que le cedan las patentes para proseguir el trabajo, y busca financiación e investigadores para culminarlo. Ya ha conseguido que varias instituciones le den la propiedad intelectual de sustancias con posibilidades terapéuticas: una de Celera Genomics y otra de la Universidad de Yale para la enfermedad de Chagas, que afecta a 12 millones de personas al año en Latinoamérica, y otra de la Universidad de California para la esquistosomiasis, sufrida por unos 200 millones en África subsahariana y otras regiones.

La leishmaniasis visceral, la variante más peligrosa de esta enfermedad, causa unas 200.000 muertes al año entre 1,5 millones de casos en India, Bangladesh y otros países. Los fármacos disponibles han perdido eficacia o son caros. Otro antibiótico prometedor, la paromomicina, cuya patente expiró hace años, no se usa porque faltaba el ensayo clínico preceptivo. En los años noventa, la OMS inició uno, pero no pudo concluirlo por falta de medios. En 2001, el IOWH acudió a la fundación de Bill Gates, que puso el dinero necesario para realizar el ensayo. Los resultados han sido satisfactorios, y el IOWH va a solicitar la aprobación del fármaco al Ministerio de Sanidad indio. Unos laboratorios del mismo país lo fabricarán y lo comercializarán al precio de unos 10 dólares por tratamiento, 110 menos que el preparado más común en la actualidad.

Un ejemplo más de cooperación entre la industria y las instituciones de ayuda al desarrollo es el de una nueva vacuna contra la malaria, Mosquirix. Ha sido desarrollada por los laboratorios GlaxoSmithKline con apoyo económico de la fundación de Bill Gates, que forma parte de la Global Alliance for Vaccines and Immunisation junto con la OMS, el Banco Mundial, diversas ONG, gobiernos y compañías farmacéuticas (ver Aceprensa 129/99). Gracias a esta financiación se pudieron emprender los ensayos clínicos, cuya segunda fase comienza este mes en niños de Mozambique y Tanzania.

Si el experimento sale bien, se repetirá en otros países. Y si de nuevo se obtiene éxito, Mosquirix podrá empezar a usarse dentro de cinco años. La Alianza subvencionará la distribución de la vacuna, para que pueda venderse a no más de 1,50 dólares.

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