¡Mírame!

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En mayo de este año, la escritora Patricia Snow publicó en la revista norteamericana First Things un ensayo, “Mírame”, a partir de una historia real: la de una madre cuyos dos hijos sufrían de autismo y a los que sacó de ese padecimiento mediante una laboriosa terapia. Esta mujer escribió, con el seudónimo de Catherine Maurice, un libro titulado Let Me Hear Your Voice (“Déjame oír tu voz”, 1993), en el que relata esa experiencia. Snow ve una semejanza entre los autistas y tantas personas que tienen la atención absorbida por móviles y tabletas.

Para Snow, estamos ante una cultura en la que los medios tecnológicos han desplazado la atención humana: en vez de llevarnos a Dios y a los demás, han conseguido empujar lo esencial y concreto a un círculo lejano, como el diablo Escutropo de C.S. Lewis aconsejaba a su sobrino en sus cartas.

Snow hace una analogía entre el autismo y el ensimismamiento tecnológico: “Marshall McLuhan tenía razón –afirma–. Los medios no son neutrales. Tanto o más que el contenido que transmiten, los propios medios envían mensajes, influyen en el comportamiento y comunican valores. Los medios de comunicación actuales, y el temor que fomentan a perderse algo (un impulso ahora tan común que tiene sus propias siglas, FOMO1), conducen a una vida de continuas interrupciones y distracciones.

Si existe dependencia del móvil, estamos alimentando mal nuestra vida social, nuestras amistades. También nuestras almas

No sólo pretendemos hacer multitarea sino “multirrelación”, otra ilusión muy extendida en la era digital: estar en contacto con multitud de personas sin prestar verdadera atención a ninguna. Como Snow describe atinadamente, muchas personas piensan que son especiales para alguien, sólo para descubrir que la otra persona está tan dispersa, que la interacción en realidad no tenía significado. Para Snow, es el viejo “seréis como dioses” del paraíso: pensar que podemos ser omnipresentes para los demás a través de la tecnología.

Ecosistemas que propician el diálogo

La comunicación y, por lo tanto, la formación, se desenvuelve en un medioambiente. Hay ambientes más o menos ecológicos, en los que la persona germina, crece, madura, da fruto. Hay otros medioambientes que hacen muy difícil o retrasan la maduración y el arraigo de la planta. Incluso la sofocan. No importan sólo los dos individuos que participan en esa comunicación; importa la escena en la que expresan e interpretan (la escena con todo lo que conlleva de contexto sociocultural, educativo, de mundo compartido), importan los medios utilizados para la acción comunicativa. Nuestro medioambiente simbólico y cultural está hecho de estratos acumulados durante miles de años, y esos estratos se mezclan y compenetran con lo nuevo. La tecnología (el smartphone especialmente, pero también la tableta o el ordenador) absorbe los demás estratos de nuestra cultura y los transforma.

Las aplicaciones de mensajería han atinado muy bien con las debilidades de la conversación humana; sus reclamos son anzuelos para captar la atención de los usuarios e interfieren en el proceso de comunicación fomentando la rapidez de retorno y la intolerancia a la espera. En una conversación cara a cara, en la amistad, hay que superar la impaciencia y la aridez.

Cuando una persona necesita curarse de los efectos de las pantallas –afirma Snow– necesita presencias reales: gente real en un mundo real. Relatando las experiencias de unos jóvenes en un campamento sin tecnología, comenta: “La conversación en sí, que se desarrolla en tiempo real, golpea a estos chicos con la fuerza de una revelación. Más aún que el panorama que se les abre en una caminata por la naturaleza salvaje, la conversación espontánea abre para ellos un nuevo territorio, aventuras indefinidas. ‘Fue como un torrente –dice uno de los jóvenes– que seguía su curso. Sin interrumpirse”.

Restaurar las relaciones

Patricia Snow explica que, para el tratamiento del autismo, cada interacción con el niño está prologada por esta orden clara: ¡Mírame! “El contacto visual –sabemos que es esencial para el desarrollo del cerebro, la estabilidad emocional y la fluidez social– es el requisito indispensable de la terapia”.

Es un trabajo que sólo los seres humanos pueden hacer, con sus ojos humanos y sus voces humanas. Se necesita mucho tiempo y presencia, y no cualquier presencia, sino la presencia continua y fiable de un cuidador comprometido.

No sirve un cuidador profesional, advierte Snow, sino que los padres deben asumir el protagonismo: existen relaciones fundamentales que son plantillas para todas las otras relaciones y para el aprendizaje mismo.

El ser humano es ultrasocial. Cuando ni siquiera sabe hablar, un bebé apunta a algo y mira al adulto para que vea lo mismo que él. Es la atención compartida, que une tanto: dos personas prestando atención a lo mismo. Por eso tienen éxito las redes sociales, porque han dado con una necesidad íntima del ser humano: compartir la realidad con otro o con otros.

Cara a cara

Hay que educar el paladar para la conversación. La tecnología nos permite maquillar nuestra identidad. La comunicación cara a cara, sin maquillar, es como las ostras: pueden gustarte o no, pero nadie duda de que están sin cocinar, vivas, naturales, frescas. No se pueden confundir con otra cosa. La comunicación mediada con tecnología es más como las golosinas: en realidad no sabes bien lo que estás comiendo, son muy sabrosas, llenas de especias, sal y azúcares que saturan el paladar. No alimentan pero son adictivas.

Cuando una persona necesita curarse de los efectos de las pantallas –afirma Snow– necesita presencias reales: gente real en un mundo real

Y una de las formas de educar el paladar es alertar sobre lo que tienen las golosinas. No se trata de no comer nunca golosinas, pero alimentarse sólo de ellas es letal. Hay que educar en el uso de las pantallas, y una de las formas de hacerlo es alertar de que si existe dependencia del móvil y todo tiene que hacerse a través de él, estamos alimentando mal nuestra vida social, nuestras amistades. También nuestras almas.

“Pese a toda la preocupación actual por los efectos de la tecnología en las relaciones humanas –señala la autora–, poco o nada se dice de sus efectos en la relación del hombre con Dios. Si las conversaciones humanas resultan amenazadas, ¿qué será de la oración, una conversación como ninguna otra?”. Cuando hasta en la iglesia se ve gente leyendo y enviando mensajes sin prestar atención al culto, Dios tiene que hacer como la madre de los niños autistas y gritar: “¡mírame!”. Snow ve en el autismo “una metáfora de la condición espiritual del hombre caído”. En el libro de Catherine Maurice, “la madre es Dios, que ve a su hijo vagar lejos de Él en la oscuridad: un Dios con el corazón roto, pero también un Dios decidido, a toda costa, a traer al hijo de vuelta”.

Por eso, lo humano está de nuevo de moda. No podemos prescindir de la “cultura del algoritmo”, con su realidad editada y sus brillantes pantallas. Sin embargo, también necesitamos algo más que nunca: sabor humano, no sólo contacto efímero sino presencia real, encarnada, conversación sin modo pausa: lo imprevisto.

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Montse Doval Avendaño es periodista y profesora en la Facultad de Ciencias Sociales y de la Comunicación de la Universidad de Vigo.


1 “Fear of missing out” (FOMO) es un término, usado en el estudio del comportamiento, que describe la ansiedad observada en numerosos individuos al no tener posibilidad de conectar con sus contactos a través del móvil o las redes sociales.

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