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La objetividad bajo el fuego cruzado

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La prensa internacional ante el conflicto entre Israel y Palestina
Tras dos años de «intifada», la violencia sigue imperando en Israel y Palestina, sin que se vislumbre una solución negociada ni una victoria definitiva de ninguna de las dos partes. Por eso, mientras continúa la lucha sobre el terreno, unos y otros están librando una batalla por el favor de la opinión pública occidental. El objetivo son los medios de comunicación, que reciben presiones para difundir lo que cada bando considera la verdad sobre el conflicto. Bajo el fuego cruzado, la prensa extranjera es acusada de parcial… en los dos sentidos.

Hace un año, el rabino de Nueva York Haskell Lookstein hizo un llamamiento a los judíos norteamericanos para que cancelaran sus suscripciones y dejaran de comprar el New York Times durante diez días. El motivo era «la persistente parcialidad contra Israel» que practicaba el diario, de la que daba varios ejemplos. «Es hora de mandar un mensaje al New York Times -declaró Lookstein-, para que sus redactores y propietarios sepan que estamos indignados y decididos a actuar».

Amenazas de boicoteo

Pero el pasado 12 de abril, la organización norteamericana Fairness and Accuracy in Reporting (FAIR) acusó al Times de ser «claramente pro-israelí». Dos días antes, Mark Jurkawitz, que escribe sobre medios de comunicación en el Boston Globe, había publicado un artículo en que describía al Times como parte de la maquinaria propagandística del gobierno israelí. Lo que no impidió que el 6 de mayo, la revista norteamericana The Idler denunciara que el mismo diario publicaba «propaganda palestina».

Los Angeles Times es culpable de «marcada parcialidad a favor de Israel y contra los palestinos», según un informe publicado el año pasado por el grupo norteamericano Palestine Media Watch (PMW). Sin embargo, este periódico fue objeto de un boicoteo de un día organizado por unos mil lectores, que lo acusaban de parcialidad contra Israel.

También el Washington Post ha sido blanco de denuncias por parte del American Jewish Committee, que en una declaración del 5 de mayo protestaba por el sesgo anti-israelí de las informaciones del diario sobre la «intifada». En la misma semana, PMW decía todo lo contrario: «No hay duda alguna de que la línea editorial del Washington Post ha sido siempre anti-palestina».

Denuncias contradictorias

También la CNN, Le Monde, la cadena France 2 y otros grandes medios occidentales son objeto de acusaciones de ambos lados, por motivos opuestos. Las organizaciones interesadas, pro-israelíes y pro-palestinas, miran a los medios con lupa, y no les pasan una. Publican denuncias, montan campañas de cartas de queja, convocan manifestaciones ante las sedes de las redacciones.

Nadie ignora que los medios no son totalmente objetivos y que muchos simpatizan más con un bando que con otro. Pero cuando unos mismos medios son acusados de parcialidad en los dos sentidos, se deduce que no es exactamente objetividad lo que se les exige. Más bien parece, a juicio de un periodista norteamericano, que las partes en conflicto protestan porque «lo que consideran la verdad, su verdad, no se dice tan alto como les gustaría» (1).

Las denuncias contradictorias son tan abundantes también por otra razón. En el conflicto entre israelíes y palestinos, la enemistad es radical y cada lado considera vital tener de su parte a la opinión pública extranjera, de modo que los defensores de unos y otros reaccionan con extraordinaria susceptibilidad. La mayor parte de las quejas, siempre contundentes, están motivadas por detalles: un titular, un pie de foto, lo que sale o lo que no sale en una imagen… provoca respuestas incendiarias. Un grupo pro-Israel organizó un escándalo contra el San Francisco Chronicle porque el diario tituló «Audaz ataque contra los israelíes» (28-IV-2002). Los denunciantes alegaban que el adjetivo audaz (bold) suponía presentar el hecho de manera favorable, pero no analizaban el cuerpo de la noticia (2). Por el otro lado, Sarah Entaltawi, directora de comunicación del Muslim Public Affairs Council (EE.UU.), cita este titular como claro ejemplo del sesgo pro-israelí del New York Times: «Nuevos episodios de violencia tras un ataque con cohetes contra palestinos» (1-XI-2000). Entaltawi sostiene que los medios norteamericanos, en general, llaman «violencia» a las acciones palestinas, mientras para las israelíes usan casi siempre «represalias», eufemismo -según ella- para designar lo que en realidad es «terrorismo de Estado» (3).

Cuidado con las palabras

A veces, tales críticas no están desprovistas de razón. No hace justicia a la realidad, por ejemplo, el error relativamente frecuente de decir «Israel» para designar a los territorios ocupados. Los hombres-bomba palestinos merecen el nombre de «terroristas», no el término figurado de «kamikazes», como algunos periodistas los han llamado, aunque tal vez solo buscaran un sinónimo de mayor colorido.

Ciertamente, las palabras no son inocentes. Pero en este conflicto parece haber pocos términos que satisfagan a todos los interesados. Para empezar, hay que escoger entre dos modos de describir el uso de la fuerza por parte de unos y otros: «operaciones militares para erradicar las redes terroristas» (versión israelí) o «lucha armada contra la ocupación» (versión palestina). Los medios descubren que ni siquiera basta dar las dos versiones: cada una indignará a un bando. Como señala Antoine Jacob en Le Monde (26-VI-2002), los reproches que llegan a su periódico y a otros muchos se refieren a la terminología: no se perdona emplear «colono» en vez de «habitante de un asentamiento», «Cisjordania» en vez de «Judea y Samaria», o viceversa.

En cualquier caso, los denunciantes pretenden hacer presión sobre los medios, y los medios la notan. Jacob cita a un corresponsal norteamericano: «Nuestros jefes están sometidos a una presión constante por parte de la comunidad judía, pero también de la árabe». Otro testimonio recogido por Jacob es el de Jean-Claude Allanic, ombudsman de France2: «Cuando abro mi correo electrónico, me encuentro con los eternos mensajes sobre el Oriente Próximo, que me desesperan cada vez más. Parece que el diálogo se ha hecho imposible». No es raro que muchas protestas se expresen con los mismos términos, lo que revela campañas organizadas.

Los medios no son insensibles a estos aludes, aunque solo sea por las molestias que causan. Robert Fisk, corresponsal del diario londinense The Independent en Oriente Próximo, contaba un caso en su periódico, el 17-IV-2001. Una judía israelí escribió un artículo sobre el éxodo palestino de 1948, para un importante periódico norteamericano. Mencionaba la matanza de palestinos en Dir Yassin, a manos de milicias judías. Cuando se publicó el artículo, ella vio que en el proceso de edición habían añadido el adjetivo «supuesta» (alleged) antes del sustantivo «matanza». Llamó al ombudsman del periódico para pedir explicaciones, pues la matanza de Dir Yassin es un hecho histórico. Respuesta: «Me dijo -recuerda la autora- que el director había introducido la palabra ‘supuesta’ antes de ‘matanza’ porque pensó que así se evitaría muchas quejas».

Fuentes de propaganda

Los problemas de los medios están no solo en el público, sino en las mismas fuentes. Todas las informaciones que reciben los periodistas extranjeros, vengan de un bando o de otro, «pasan por el filtro de la propaganda», dice Bertrand Aguirre, corresponsal de la cadena francesa TF1 en Jerusalén (Le Monde, 19-VI-2002). Tanto el gobierno israelí como la autoridad palestina se esfuerzan por hacer que se imponga su respectiva versión. Ahora bien, en esto los israelíes son mucho más hábiles.

Cada vez que Israel sufre un atentado importante, la Oficina de Prensa del gobierno ofrece a los medios extranjeros entrevistas, en el idioma de cada uno, con portavoces israelíes. No hay necesidad de desplazar las cámaras: los encargados de hacer declaraciones acuden al edificio de Jerusalén que alberga a los medios acreditados en Israel. El gobierno también realiza campañas informativas en el exterior. En junio pasado, envió a Francia un portavoz del ejército para presentar a los medios de este país un informe sobre la incursión militar en Yenín. Este mismo año, la Oficina de Prensa israelí envió de gira por Italia y España a unos parientes de personas muertas en atentados.

Los corresponsales procuran, desde luego, no depender solo de fuentes interesadas, sino obtener informaciones de primera mano. Pero no resulta fácil. En marzo, al emprender la operación «Muro de Protección» en Palestina, el gobierno israelí prohibió a los periodistas acceder a los escenarios de las incursiones militares. Daniel Seaman, director de la Oficina de Prensa del gobierno, justificó la medida con el argumento, entre otros, de que la prensa extranjera es poco objetiva. Parte de ella, decía, «no es profesional», y a la vez está presionada por la competencia a «enviar reportajes continuamente, a menudo en perjuicio de la exactitud». Seaman añadía que los periodistas de fuera «rodean la lucha palestina de una especie de romanticismo». Por eso, concluía, el gobierno había decidido no ser tan tolerante. Por ejemplo, «si una televisión es constantemente hostil a Israel, ¿por qué habríamos de concederle una entrevista con nuestro primer ministro Ariel Sharon? La daremos más bien a un medio que haya dado pruebas de objetividad» (Le Monde, 19-VI-2002).

Trabas a los corresponsales

En un intento sortear los obstáculos y obtener informaciones directas en los territorios ocupados, muchos medios extranjeros recurren a personal del lugar. Pero esto ya sirve de poco. En enero pasado, el gobierno israelí retiró los permisos para operar en los territorios a los periodistas palestinos que trabajan para medios del exterior. En suma, los corresponsales extranjeros se encuentran, en cuanto a la parte israelí, ante un gobierno que, por un lado, multiplica los esfuerzos por justificar ante ellos su postura y, por otro, no les facilita sino estorba todo lo que puede el trabajo en el escenario principal del conflicto, los territorios ocupados.

Por su parte, los palestinos también tratan de influir en la prensa occidental. No son, sin embargo, tan eficaces como sus rivales. La Autoridad Nacional Palestina tiene menos medios, adolece de notable descoordinación (su territorio está ocupado y su estructura administrativa, destruida en gran parte), cuenta con pocos portavoces que hablen bien inglés.

No obstante, la parte palestina cuenta con una ventaja, que es la principal desventaja israelí. Así la describe Aviv Lavie, que hace la crónica de medios de comunicación para el diario israelí Ha’aretz: «El problema de la estrategia de comunicación de Israel es que la ocupación cuela muy mal: cuando se ve soldados y tanques de un lado, mujeres y niños lanzando piedras del otro, el mundo tiende a tomar partido por los débiles» (Le Monde, 19-VI-2002). Los esfuerzos del gobierno para que las cámaras no tomen imágenes de ese tipo pretenden impedir tal efecto.

Pero los portavoces palestinos no han sabido jugar bien esta baza: la han quemado, en buena medida. Por querer explotar constantemente su condición de víctimas, a menudo reaccionan de manera precipitada y magnifican los hechos. Tras haber pronunciado graves denuncias que luego se han comprobado exageradas, han desgastado su credibilidad ante los medios extranjeros. Por no hablar del terrorismo practicado por los grupos radicales, que inevitablemente erosiona la causa palestina en el exterior.

Nuevas armas

Entretanto, la competición por ganarse a la opinión pública se refuerza con nuevas armas. Desde el 25 de junio opera una emisora de televisión vía satélite en árabe montada por el gobierno israelí. Su finalidad es contrarrestar la influencia, en Palestina y en los países árabes, de cadenas como Al Yazira, la popular televisión radicada en Qatar. Por la otra parte, también en junio, los ministros de información de doce países árabes decidieron en El Cairo emprender una campaña, a la que sus gobiernos destinarán el equivalente de unos 23 millones de euros, para defender el punto de vista palestino. El primer objetivo es establecer en alguna ciudad de Europa o Estados Unidos un «Observatorio árabe de información», encargado de replicar a las declaraciones israelíes y de producir programas de televisión en hebreo y en inglés para el público de Israel y del exterior. Los ministros se propusieron además crear una cadena árabe de televisión vía satélite con alcance internacional.

Nadie considera probable que los mensajes israelíes en árabe o los árabes en hebreo hagan mella en sus respectivos destinatarios. El principal blanco de las campañas informativas emprendidas por las dos partes en conflicto y sus defensores del exterior no es el enemigo, sino la opinión pública de Occidente. Los medios occidentales pueden seguramente hacer más para informar bien, sin caer víctimas de tales «ofensivas», y guardar la independencia de criterio. Lo que no pueden hacer es alcanzar la «imparcialidad» imposible reclamada por sus implacables vigilantes, para quienes no hay más prensa objetiva que la prensa partidaria. Si en verdad es tan decisiva la opinión pública, el conflicto palestino-israelí resulta intratable. O tal vez no es tan distinto, y solo se cumple el viejo dicho de que la verdad es la primera víctima de toda guerra.

___________________________________________(1) Citado, sin nombrar al autor, por Brendan O’Neill, «US media: whose side are they on?», en la revista Spiked (Londres, 14-V-2002).(2) Cfr. ibid.(3) Sarah Entaltawi, «US media turn a blind eye to the Israeli occupation», en la revista británica Media Development (tercer trimestre 2002).

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