·

La Neuroteología: ¿Dios en el cerebro?

publicado
DURACIÓN LECTURA: 9min.

De un cierto tiempo a esta parte no es infrecuente encontrarse artículos, tanto en revistas científicas como de divulgación, con títulos como: «Dios en el cerebro», «Neuroteología», «Bases biológicas de la espiritualidad»… Los autores, basados en observaciones clínicas y experimentales, suponen que las experiencias religiosas son debidas a fenómenos neurológicos de nuestro cerebro. La conclusión que suelen sacar es que no es Dios el autor de tales fenómenos sino el cerebro.
Veamos en qué experiencias se basan estos autores (1). Los neurólogos vienen observando que los epilépticos, con focos epileptógenos en el lóbulo temporal, perciben escenas (en el aura que suele preceder a los ataques) y alucinaciones, que reproducen de forma más o menos distorsionada hechos vividos con anterioridad. Es conocido el caso descrito por Penfield (2). Se trataba de una joven de 14 años, que padecía ataques epilépticos. El aura más frecuente era una alucinación, que le hacía revivir una escena ocurrida hacía siete años. Era la siguiente: Un día de primavera, iba andando con sus hermanos pequeños por el campo. En un momento determinado, un hombre se acercó por detrás, sin que ella lo notara, y le dijo: ¿quieres que te meta en este saco con los caracoles? Ella se llevó un tremendo susto y echó a correr, pidiendo auxilio. A partir de los 11 años en que comenzaron los ataques epilépticos éstos iban precedidos con gran frecuencia de la alucinación descrita.

Como la epilepsia de esta muchacha respondía mal al tratamiento farmacológico, se vio conveniente la intervención neuroquirúrgica para extirpar el foco epileptógeno (que la exploración neurológica situaba en el lóbulo temporal derecho). Penfield fue el encargado de la operación. Bajo anestesia local, hizo una craniotomía temporal, y descubrió una serie de adherencias -restos de una antigua hemorragia-, que presionaban la corteza temporal y eran los responsables de los ataques epilépticos.

Como la muchacha estaba consciente y podía referir las sensaciones y alucinaciones que percibía, Penfield estimuló con un fino electrodo las zonas próximas al foco epileptógeno y la respuesta, en varios de los puntos estimulados, fue la alucinación de los caracoles.

En la epilepsia temporal

Michael Persinger (3) es uno de los neurólogos que ha recogido de sus pacientes con epilepsia temporal relatos de alucinaciones de tipo religioso. Dos de los relatos frecuentemente aludidos son los de Rudi Affolter y de Gwen Tihe. Ambos padecían epilepsia temporal. Rudi es ateo y cuenta que experimenta alucinaciones como si realmente se estuviera muriendo. Gwen es cristiana y la alucinación que padece es que da a luz a Jesucristo.

Algunos han querido reproducir experimentalmente estas auras epilépticas mediante estímulación de la corteza temporal. Michael Persinger lo hacía con un campo magnético de débil intensidad y los sujetos de experimentación referían que notaban como si en la habitación en que se encontraban hubiera algún ser no corporal, experimentaban a veces una iluminación repentina, o temor espiritual, pérdida de la noción del tiempo, etc. Por su parte, un investigador suizo, mediante «electric zaps» a la altura del «gyrus angularis» (zona de confluencia del lóbulo temporal y el lóbulo parietal) aplicados a una epiléptica, provocó que ésta experimentara la sensación de «fuera del cuerpo» a la que enseguida me voy a referir.

Si la epilepsia temporal produce alucinaciones religiosas, algunos autores han pensado que las experiencias místicas de ciertos santos, como san Pablo, santa Juana de Arco, santa Teresa de Jesús, etc. posiblemente fueron provocadas por el «pequeño mal» (ataques epilépticos débiles). Es decir, lo que se atribuye a una unión mística con Dios se reduce, según ellos, a una actividad patológica de la corteza cerebral. Se cita el caso de Ellen White (nacida en 1827), quien a la edad de 9 años padeció un traumatismo craneoencefálico, que provocó un cambio de su personalidad y comenzó a tener visiones religiosas. Éstas le llevaron a fundar el Movimiento Adventista del Séptimo Día.

Otra fuente de información para conocer la génesis de las experiencias religiosas la ofrece la neuroimagen, en sujetos que hacen meditación. La neuroimagen, ya sea la PET («Positron Emission Tomography») o bien la RMf (Resonancia Magnética funcional) permite conocer cuáles son las áreas o centros nerviosos que se activan cuando realizamos actividades físicas o intelectuales. Newberg y col. (4) han registrado las áreas cerebrales que se activaban en 14 monjes budistas tibetanos y en M. Baime (que desde los 14 años hace meditación zen).

Algo parecido ha hecho Austin (5) valiéndose asimismo de monjes tibetanos. En todos estos casos se vio que se activaba el lóbulo temporal mientras que en el lóbulo parietal disminuía la actividad. Como el lóbulo parietal tiene que ver con la orientación espacio-temporal, concluyen que la sensación de levitación, de estar fuera del espacio y del tiempo, que suelen experimentar los místicos, se debe a la falta de actividad de este lóbulo.

Qué ocurre en la meditación

En la meditación (me voy a referir a la cristiana, que entre los occidentales es la habitual) siempre se parte de la consideración de escenas de la vida de Jesucristo, o de experiencias vividas. Tal consideración supone la activación de los centros de la memoria (cara medial del lóbulo temporal), y esos recuerdos activan a su vez las áreas de la corteza prefrontal y de la amígdala, relacionadas con el mundo afectivo-emotivo. Estas activaciones son las que han observado los que han registrado la actividad cerebral durante la meditación.

Naturalmente, la intensidad de activación de todos esos centros corticales varía según la fuerza con que se viven las escenas que han sido traídas a la memoria. Es lo mismo que ocurre cuando, en vez de considerar motivos religiosos, se recuerdan hechos de la vida pasada. En ello no hay nada extraordinario y es que «la experiencia religiosa» entra en la categoría de los fenómenos de la vida ordinaria.

Algo distinto es el caso de los místicos, que no por esfuerzo personal sino porque son arrebatados por Dios, llegan al estado unitivo con Él. Estos éxtasis, lógicamente, no los experimentan todos aquellos que hacen meditación sino muy pocos, a los que Dios se lo concede cuando quiere. Los místicos, desde luego, no se prestarían a que registraran su actividad cerebral con alguno de los métodos de neuroimagen. No lo harían, por un lado, por humildad y, por otro, porque nadie sabe cuándo pueden producirse. Además, por ocurrir fuera del cuerpo, no se registraría ningún cambio en la actividad bioeléctrica del cerebro. De aquí que atribuir los éxtasis de algunos santos, como los antes mencionados, al «pequeño mal», es querer explicar todo bajo el punto de vista de la pura materia, negando «a priori» cualquier hecho o intervención sobrenatural.

Esta manera reduccionista de entender la vida explica que los científicos materialistas piensen que los que meditan o rezan, procurando dirigirse a Dios, atribuyan a Dios lo que no es más que un fenómeno natural. De ahí que titulen algunos trabajos como mencionábamos al inicio de este artículo: «Dios en el cerebro», y que mencionen este tipo de estudios como neuroteología, nombre que ya propuso Aldous Huxley en su novela «Island».

Sensación de «fuera del cuerpo»

Otro fenómeno que algunos relacionan con experiencias religiosas es lo que se viene nombrando «Out-of-body experience» (experiencia de fuera del cuerpo).

Los que han experimentado la sensación de «fuera del cuerpo» la suelen describir como si su yo, o su alma, hubiera salido del cuerpo, y que ven y observan las cosas, incluso el propio cuerpo, desde fuera de él. También suele ser corriente que describan la visión de una luz potente, de vagar por el cosmos, de sentir una gran paz, etc. Susana Blackmore (6), que ha estudiado este fenómeno, lo achaca a que, por la razón que sea, no llegan a las áreas sensoriales del cerebro los correspondientes impulsos, por lo que al faltar la información de nuestro cuerpo y mantenerse la capacidad de imaginar, de recordar, etc. se experimenta el «yo» descorporeizado y como vagando en el espacio.

Tales sensaciones de «fuera del cuerpo» se dan con más frecuencia en los epilépticos que en los sujetos sanos, así como en los que se encuentran en trance próximo a la muerte; los cardíacos que fueron resucitados de muerte clínica lo suelen experimentar en un 12% de los casos, según un estudio holandés.

Experiencias parecidas a «fuera del cuerpo» se tienen, a veces durante el sueño REM, fase en que la relajación muscular es máxima, y en la transición del estado de duermevela al primer estadio del sueño. En todas estas situaciones de relajación muscular, al llegar muy escasas sensaciones propioceptivas al córtex de la sensibilidad general, y al estar muy reducidas las sensaciones visuales, acústicas, etc., se crea una situación propicia para llegar a la sensación de incorporeidad.

Pero es falso admitir, como algunos han hecho, que en algunos casos de experiencia de «fuera del cuerpo» haya habido una muerte real y por tanto una separación alma-cuerpo.

Interpretación a gusto del autor

Los neurocientíficos ateos, al no admitir la existencia de Dios, ni que el hombre sea un ser dotado de alma espiritual, se ven obligados a una interpretación sesgada de los hechos que trascienden la materia: tienen que explicar las experiencias religiosas y el estado místico como simple actividad del cerebro. Según ellos, los que meditan y los místicos son quienes, a partir de unos simples fenómenos neurobiológicos, crean a Dios.

Es frecuente que los reduccionistas no admitan que es acientífico considerar como única realidad la materia. A los que piensan que existe lo metafísico -lo que va más allá de la fisis- los consideran como acientíficos. No se dan cuenta que ellos mismos son acientíficos, ya que admiten como reales hechos que no han demostrado experimentalmente (7). Y son numerosos los hechos, no sólo en lo que respecta a la actividad mental sino también en la evolución, que no han demostrado y, es más, que no podrán demostrar desde su visión reduccionista.

__________________

Luis María Gonzalo es catedrático de Anatomía y Embriología. En el campo experimental ha investigado sobre los centros nerviosos que controlan el dolor y las funciones endocrinas. Estos trabajos han quedado reflejados en más de 100 publicaciones, una buena parte de las cuales han aparecido en revistas internacionales.

(1) Tucker L., «God on the brain». BBC 2, Horizons, 20 marzo 2003.
Alper M. «The God part of the brain». Rogue Press (2001).
Ford Ch. «Neurotheology: Which came first, God or the brain?». Biology, 103, Serendip (1991).
Ashbrook JB, Albright R. «The humanizing brain: Where Religion and Neuroscience meet». Pilgrim (1999).

(2) Penfield W. «The excitable cortex in conscious man». Liverpool Univ. Press (1958).

(3) Persinger M. «Neuropsychological basis of God beliefs». Praeger Publishers (1987).

(4) Newberg A, d’Aquili E, Rause V. «Why God won’t go away: Brain, Science and Biology of Belief». Ballantine Books (2001).

(5) Austin JH. «Zen and the brain: Toward an understanding of meditation and consciousness». MIT Press (1999).

(6) Blackmore S. «Near-death experiences: in or out of the body». Skeptical Inquirer (1991); 16: 34-45.

(7) Popper K. «The Logic of Scientific Discovery». Harper & Row. New York (1968).

Contenido exclusivo para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.

Funcionalidad exclusiva para suscriptores de Aceprensa

Estás intentando acceder a una funcionalidad premium.

Si ya eres suscriptor conéctate a tu cuenta para poder comentar. Si aún no lo eres, disfruta de esta y otras ventajas suscribiéndote a Aceprensa.