La desigualdad crece… o disminuye, según se mire

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Se acusa a la globalización de aumentar la brecha entre ricos y pobres del mundo. The Economist (13 marzo 2004) revisa los datos y supuestos en que se basa esa idea.

Como dice el semanario, la globalización, según sus críticos, es un camino de sentido único, que favorece a los ricos y perjudica a los pobres. El aumento de la desigualdad económica prueba, entonces, el intrínseco defecto moral del «sistema». Para dirimir la cuestión, habría que ver si la desigualdad es buena, mala o neutra, y si su aumento se debe a la globalización. Pero antes es necesario comprobar si en efecto crece la desigualdad, y esto -señala The Economist- no es nada fácil.

Para empezar, está la dificultad de «determinar una base adecuada para hacer comparaciones. Por ejemplo, ¿qué importa más: la desigualdad entre las naciones, o en el conjunto de la población mundial, con independencia del país en que de hecho viva cada uno?» Supongamos, por ejemplo, que aumenta la desigualdad media entre los países ricos y pobres, y también la desigualdad entre los ricos y los pobres de cada país. Sin embargo, esto no significaría necesariamente que estuviera aumentando la desigualdad en el conjunto de la población mundial. Bastaría que unos cuantos países, donde viva una gran parte de los pobres del mundo, tuvieran un crecimiento económico muy superior al de las naciones ricas. En tal caso, aun si aumentara la desigualdad en el interior de esos mismo países, la desigualdad mundial se estaría reduciendo. Pues bien, eso es lo que efectivamente está sucediendo, en particular con China y la India.

La diferencia entre uno y otro punto de vista ha sido puesta de relieve por un estudio muy citado de Stanley Fischer, ex subdirector del Fondo Monetario Internacional. Si se tiene en cuenta el PIB por habitante de cada país, de 1980 a 2000 la desigualdad internacional ha aumentado, porque los países más pobres (África subsahariana) se han quedado atrás. Pero si la evolución del PIB se pondera con la población de cada país, resulta que la brecha entre los pobres y los ricos del mundo se ha acortado, porque la renta de gran parte de los pobres del mundo (los chinos y los indios) ha subido a un ritmo muy superior a la media mundial.

Ahora bien, el aumento del PIB por habitante supone, por definición, que se reduce la pobreza media, pero no expresa nada más. Para averiguar si la situación de los pobres mejora o empeora en comparación con los ricos, haría falta saber también si los pobres son más o menos, y cuánto tienen. Y en este punto nos encontramos con otra dificultad, la de «medir el consumo de la gente, en especial los más pobres en los países en desarrollo».

Vivir con menos de un dólar

Según la definición más común hoy, empleada por la ONU como referencia de los programas de desarrollo, pobre es quien vive con menos de dos dólares al día; con menos de un dólar diario se está en situación de «pobreza extrema». Pero ¿qué significa «vivir con menos de un dólar al día»: gastar menos de un dólar o ganar menos de un dólar?

El Banco Mundial considera el gasto, no el ingreso, y obtiene sus datos de encuestas. Con este método, resulta que el número de personas en situación de pobreza extrema apenas bajó entre 1987 y 1998, y está en 1.200 millones. En cambio, otro estudio muy difundido, dirigido por Xavier Sala-i-Martin, mide la pobreza por los ingresos, calculados a partir de las contabilidades nacionales. Así salen unos números muy distintos: en el mismo periodo, las personas que vivían con menos de un dólar diario pasaron de más de 400 millones a unos 360 millones. Como entre tanto la riqueza total del mundo ha aumentado, para el Banco Mundial hay más desigualdad que antes y para el segundo estudio, menos.

¿Cuál de las dos estimaciones es correcta? Casi seguro, ninguna. Es la conclusión que The Economist toma de Angus Deaton (Universidad de Princeton), autor de un examen comparativo de ambos métodos. El Banco Mundial es demasiado pesimista, pues no tiene en cuenta el ahorro. El otro cálculo peca de excesivo optimismo, pues una parte de la mejora registrada corresponde no a unos ingresos que los pobres antes no percibían, sino a un dinero que antes no se contaba. En efecto, los países en desarrollo tienen una importante economía sumergida que paulatinamente va entrando en el sector formal y, por tanto, en la contabilidad nacional. En fin, los dos modos de calcular tienen limitaciones. Las encuestas están sujetas a fallos por cambios de las definiciones o de las muestras de un año a otro, aparte de que inevitablemente extrapolan; en los países en desarrollo, las estadísticas distan de ser exactas.

En cualquier caso, prosigue The Economist, «¿qué hay del temor de que el capitalismo mundial esté avanzando a costa de los pobres?» Otros datos inducen a dudarlo. Los países más pobres, los del África subsahariana, difícilmente pueden considerarse víctimas de la globalización, pues sus economías «están muy aisladas, en comparación, del resto de la economía mundial: por la fuerza de la historia o de las circunstancias y, en gran medida, por las políticas de sus propios gobiernos y de gobiernos extranjeros». Por ejemplo, las exportaciones de estos países están sometidas a barreras arancelarias puestas por el Primer Mundo.

«En cambio, India y China muestran cuán grandes pueden ser los beneficios de la integración económica». Aunque estos dos países no son precisamente modelos de libre mercado, han sabido aprovechar las oportunidades que brinda la economía globalizada, a través tanto del comercio como de la inversión extranjera.

De todas formas, la desigualdad ha crecido en el interior de China y la India, en especial entre la población urbana y la rural. Esto quizá sea un fenómeno temporal, que se corregirá más tarde. Pero aunque no fuera así, concluye The Economist, «miren a África y comprobarán que hay cosas peores que la desigualdad».

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