«La democracia necesita de la familia»

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Los derechos humanos, vistos por Mary Ann Glendon
Mary Ann Glendon fue la primera mujer que representó oficialmente a la Santa Sede, cuando en 1995 encabezó la delegación vaticana en la conflictiva Conferencia Mundial sobre la Mujer en Pekín. Pero esta profesora de Derecho en la Universidad Harvard ya había alcanzado antes un notorio prestigio en el campo jurídico, por sus aportaciones en dos temas clave como los derechos humanos y el derecho de familia. Ambas perspectivas se manifestaron en su reciente intervención en el IESE de Madrid (17-VI-96), a propósito del feminismo y la transformación de la democracia.

– Todo el mundo invoca hoy el respeto de los derechos humanos. Pero, como se vio en la Conferencia de Pekín y en otros foros, no es fácil ponerse de acuerdo sobre el modo de entenderlos. ¿A qué se deben tantas discrepancias?

– Desde la Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948, las naciones se han comprometido con la idea de que ciertos derechos son básicos y universales. Sin embargo, al hablar de derechos humanos no todos utilizamos un lenguaje común. El debate actual sobre derechos no se limita al reconocimiento de nuevos derechos. Trata principalmente sobre el significado de lo que es tener un derecho, sobre el significado de la libertad y, en concreto, sobre la relación entre libertad, responsabilidad y verdad. Y en última instancia apelan a nuestro concepto de lo que es ser hombre, de la naturaleza humana.

Palabras como «derechos» y «libertades» tienen significados muy distintos dentro de los dos tipos de discurso político: uno que podríamos definir como libertario y el otro que calificaríamos del lenguaje de la dignidad. Los dos discursos proceden, respectivamente, de la tradición anglo-americana y de la romano-germánica. La primera ha subrayado las libertades políticas y civiles en el marco de los «derechos negativos», es decir, como restricciones a la intervención del gobierno. Por otro lado, los países más influidos por la tradición romano-germánica han unido a estos derechos políticos y civiles ciertas obligaciones positivas que los Estados deben tomar respecto a sus ciudadanos, así como los ciudadanos entre sí.

Dos discursos sobre los derechos

– ¿Cuáles son las consecuencias jurídicas de estas dos posturas?

– El discurso de los derechos en la tradición anglo- americana da el mayor valor a las libertades individuales frente a las restricciones del gobierno. En estos sistemas los derechos se suelen formular sin mencionar sus límites o su relación con las responsabilidades o con otros derechos. Es significativa también la ausencia de formulación de los derechos (o deberes) sociales o económicos, tan frecuentes en las Constituciones europeas. Tampoco existe un concepto «programático» de derechos, concepto que hace posible establecer a un nivel constitucional objetivos tales como oportunidades de educación o empleo para todos, sin dar lugar a una oleada de reclamaciones ante los tribunales demandando su cumplimiento inmediato. La libertad en este contexto tiene un marco puramente procedimental, y carece de una estructura normativa explícita. Digo explícita porque muchas Constituciones se dejaron en el tintero muchas cosas. Muchos legisladores del siglo XVIII dieron por supuesto algunas cosas. Esto hace que las libertades sean muy vulnerables a la deformación cuando lo que se dejó sin decir -pero se tomaba como tácitamente aceptado- se olvida.

Por otro lado, el lenguaje de la dignidad que uno encuentra, por poner un ejemplo, en la Declaración de los Derechos Humanos de 1948 y en varias constituciones europeas posteriores a la II Guerra Mundial, está caracterizado por un tratamiento más matizado de la libertad y de la responsabilidad. Los derechos se consideran no sólo protegidos por procedimientos justos, sino basados en un marco normativo de respeto hacia la dignidad humana. Se formulan derechos específicos para poner en claro que se relacionan unos con otros, que tanto los individuos como los grupos tienen derechos y que las instituciones políticas así como los ciudadanos tienen también responsabilidades.

Antropologías antagónicas

– En definitiva, los dos discursos responden a antropologías antagónicas…

– Efectivamente. Bajo estos dos conceptos de derechos y libertades subyacen dos ideas diferentes de lo que es la persona. En la tradición libertaria, la persona es un ser autónomo que se autodetermina. Fíjese Vd. en la declaración de la Corte Suprema norteamericana que tan a menudo se cita: «el derecho más amplio y más valioso del hombre civilizado es el derecho a ser dejado solo»…

Por otro lado, el discurso de la dignidad de la persona, sin minimizar el valor que cada individuo tiene, reconoce que estamos hechos para relacionarnos con otros. En este sentido, el Tribunal Constitucional alemán ha repetido que «la imagen de la persona en las leyes fundamentales no es la de un individuo solo y soberano. Por el contrario, las leyes fundamentales resuelven la tensión entre el individuo y la sociedad a favor de la coordinación y la interdependencia con la comunidad sin tocar el valor intrínseco de la persona.»

Hay muchas consecuencias prácticas de estas dos antropologías antagónicas en los sistemas legales, especialmente en lo que se refiere al derecho de familia o a la libertad religiosa. Donde predomina el discurso individualista libertario se alimenta un clima legal que es inhóspito a las estructuras mediadoras que existen en la sociedad civil y que sistemáticamente coloca en situación de desventaja precisamente a aquellos que son «dependientes»: los niños, los ancianos, los pobres y otros muchos las mujeres- que se dedican durante parte de su vida al cuidado de los otros.

La democracia, amenazada por el egoísmo

– Sin embargo, en líneas generales, el discurso libertario es hoy el más extendido tanto a «derecha» como a «izquierda».

– Por desgracia, hoy asistimos a la extensión de la concepción libertaria por diversas razones. La primera porque es muy fácil hacer eslóganes con el discurso libertario; el de la dignidad resulta más complejo. Por otro lado, el individualismo exacerbado atrae precisamente a las mujeres y a los hombres que están «arriba», con dinero y poder, esas elites que predominan en las profesiones, los medios de comunicación, las universidades y las burocracias de las organizaciones internacionales tanto públicas como privadas.

El discurso libertario disfruta además de cierta coartada: la influencia del constitucionalismo americano manipulado. Como abogada, orgullosa de mi país, creo que las ideas que se difunden deprisa son a menudo me-ras simplificaciones sacadas del contexto político y social que ha servido para moderarlas en la práctica. Sin este contexto, la libertad de cualquier clase degenera en materialismo, autoindulgencia y en el más crudo de los poderes políticos.

– Frente a todo este panorama, Vd. habla de la importancia de la familia para la supervivencia de la democracia. ¿Por qué?

– Porque la democracia, junto a un marco legal y económico, requiere sobre todo un determinado tipo de ciudadano: un ciudadano con virtudes como la moderación y el autodominio, así como con aptitudes para la cooperación, el compromiso o la reflexión. Tocqueville ya advirtió que si las naciones democráticas no lograban «impartir a todos los ciudadanos esas ideas y sentimientos que los preparan para la libertad y que luego les permiten disfrutar de ella, no habría independencia para nadie, ni pobres ni ricos; sólo una tiranía igual para todos.» .Para el mismo Tocqueville, la familia era una de las pocas instituciones sociales que podría ser capaz de moderar los efectos de la codicia individual, del egoísmo y de la ambición desatada por los vientos de libertad e igualdad.

Hacia una nueva cultura del trabajo y de la familiaFamilia y trabajo son vistos por Mary Ann Glendon fuera de los tópicos y desde una perspectiva global que atiende, más que a planteamientos de «mujeres» u «hombres», a una nueva cultura.

– En Occidente resulta clara la disyuntiva trabajo-familia. Esto ha sido minimizado por cierto discurso feminista, no ha encontrado eco suficiente en la cultura empresarial o, en su caso, se desvía hacia políticas positivas más atentas al poder o a las elites que a la humanización.

– Una de las razones por las que estos «temas prácticos» no se han tratado es porque desafortunadamente algunas de las personas -mujeres y hombres- que llegan al poder, en la política o en la economía, han sacrificado su vida familiar o tienen una determinada posición económica que les hace resolver el problema sólo con dinero. Por otro lado, es cierto que existe un feminismo de élite que está más volcado en el poder -en estar en el poder-, sin atender a las demandas de muchos ciudadanos que son madres o padres.

Pero también hay que tener en cuenta que la contraposición trabajo-familia aparece como irresoluble porque es relativamente nueva. Hasta hace poco tiempo, la mayoría de los seres humanos vivían en entornos rurales y el lugar del trabajo era la propia familia. No nos hemos ajustado todavía a la separación del hogar y del lugar de trabajo, producto de la industrialización. La división entre hombre=sustentador y mujer=guardiana del hogar, que surgió cuando el hombre tuvo que salir de casa para ganar el sustento, dejó a la mujer y a los niños en una posición mucho más dependiente e inestable. El nuevo modelo de dos salarios ha restablecido una clase de interdependencia pero, por otro lado, plantea el problema del cuidado de los niños.

-En cierta manera, existen muchos tópicos sobre la dependencia e independencia en el matrimonio que lo reducen todo a una cuestión económica…

– Efectivamente. En la sociedad actual, una de las razones que, inconsciente o conscientemente, se tienen en cuenta para trabajar fuera de casa es lograr independencia económica ante el riesgo de ruptura matrimonial, que hoy es alto.

El mensaje es que dedicarse sólo a la familia puede ser peligroso, por lo que algunas mujeres plantean su estrategia vital en un doble frente: mantener un pie en el mercado laboral aunque sus hijos sean pequeños, y tener menos hijos.

Hay que tener en cuenta que, a pesar de esto, las mujeres siguen estando expuestas a cuatro factores que inciden enormemente en su vida: la desconsideración del trabajo doméstico; el divorcio; las desventajas en el trabajo para cualquiera que no sigue una carrera lineal y continua; y las privaciones en los hogares encabezados por una mujer.

Por otro lado, al menos en mi país, las tasas de divorcio no son mayores en aquellos matrimonios en los que los dos trabajan fuera de casa. Por el contrario, existen otras variables «sorprendentes»: si la pareja cohabitó antes de casarse tiene más riesgo de divorcio; si asisten habitualmente a servicios religiosos tienen menos riesgo; y, curiosamente, si viven cerca de los padres de él o de ella, el matrimonio será más estable (quizás están más vigilados y esto les ayuda a portarse «bien»).

– Otros defienden que la liberación sexual ha traído una mayor independencia, especialmente para las mujeres…

– Mire a su alrededor. Lejos de liberar, las llamadas «libertades sexuales» han expuesto a riesgos sin precedentes a las mujeres y a los propios niños. Riesgos de explotación, abandono, aborto y enfermedad. Con el aumento de divorcios y de nacimientos fuera del matrimonio, un número creciente de mujeres están educando solas a sus hijos.

– Vd. habla de una nueva cultura del trabajo, ¿qué entiende por esto?

– Me refiero a la recuperación del respeto a la dignidad de todo tipo de trabajo honrado. Requiere en primer lugar volver a tener presente la dimensión espiritual del trabajo: la manera en que tenemos de participar en el misterio de la Creación y también la que nos permite compartir la Cruz de Cristo. Requiere afirmar la prioridad de los valores humanos sobre los valores económicos y combatir las actitudes de desdén hacia las actividades de atención y servicio a los demás.

– Pero esto que Vd. plantea choca de frente con el economicismo reinante…

– Por eso digo que es radical. Porque necesitamos ir a las raíces del materialismo sobre el que se construyen tanto las sociedades capitalistas como las socialistas, tal y como hasta ahora han sido formuladas. Y, desde luego, implica un cambio profundo a nivel tanto social como personal. La filosofía del individualismo exasperado es tal que la familia está siendo impregnada de ella. Fíjese Vd. con qué facilidad nos planteamos a veces en nuestro propio entorno familiar qué hacen los demás por nosotros y qué hacemos nosotros por los demás, como si fuera un mercado. Por otro lado, en algunos documentos de la Organización de Naciones Unidas donde se consideraba que la familia es la célula básica de la sociedad se está añadiendo una frase muy curiosa: «pero cuando choca con los intereses del individuo deben prevalecer los de éste…»

Americana, católica y con sentido del humor

Madre de tres hijas, abuela de dos nietas y casada con un judío, Mary Ann Glendon tiene un gran sentido del humor. Cuando se le pregunta cómo la ven sus colegas de Harvard, responde: «Bueno, por un lado estoy sirviendo para que el decano me ponga de ejemplo de la ‘corrección política’ de Harvard, pues hasta cuentan conmigo entre sus profesores». En la Facultad de Derecho de Harvard el 50% del profesorado es judío y sólo 3 miembros del cuerpo académico (incluida ella) son católicos. Si está allí es por sus méritos científicos, sobre todo en Derecho Constitucional y Derecho de Familia. Entre sus obras destacan The Transformation of Family Law (University of Chicago Press, 1989) y Rights Talk: the Impoverishment of Political Discourse (Free Press, 1991).

Sobre las acusaciones de dirigismo del Santo Padre en la Conferencia de Pekín, replica: «La delegación vaticana no recibió ninguna instrucción concreta. Se confió en la fe y preparación de las diversas personas que la formaban. Y, por supuesto, en el Espíritu Santo. Yo estaba preocupada al respecto: ¿y si el Espíritu Santo está muy ocupado en Bosnia?».

Respecto a su matrimonio con un no cristiano, explica: «Él aceptó desde el principio que nuestros hijos iban a ser educados en la fe católica. De hecho, durante 15 años, mientras mis hijas eran pequeñas, fue todos los domingos a Misa con nosotros, lo cual no puede decirse de muchos padres que son católicos. Además, yo le digo en broma que él sabe que son el pueblo elegido, mientras que los católicos tenemos que trabajar duro al respecto».

También conoce las dificultades de un hogar donde ambos cónyuges deben compatibilizar familia y trabajo: «Yo ahora me he podido dedicar más a cuestiones como la Conferencia de Pekín, entre otras, porque mis hijas ya son mayores. Este año en cierto modo ha sido excepcional. Pero cuando mis hijas eran pequeñas, mi marido, que trabajaba en un despacho de abogados muy prestigioso y muchas veces tenía que dedicar muchas horas, hacía lo siguiente: se levantaba a las cuatro de la mañana y se iba a trabajar al despacho para poder estar a las cinco de la tarde en casa con la familia».

Tiene motivos para seguir creyendo en el «sueño americano»: «Los padres de mi marido, por ejemplo, llegaron a Norteamérica desde Rusia sin nada, ni siquiera tenían educación. Pero trabajaron muchísimo y estaban muy unidos: gracias a eso sus tres hijos pudieron tener estudios. El sueño americano es posible si la gente trabaja y la familia está unida. Si falla la segunda, no es posible el progreso».

Aurora Pimentel

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