La católica que nunca dejó de ser judía La mujer

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Edith Stein: filósofa, feminista, carmelita
La católica que nunca dejó de ser judíaEdith Stein (1891-1942), a la que Juan Pablo II canonizará el próximo 11 de octubre, fue una intelectual de vanguardia en su época, que luchó por que se reconociera la igualdad de la mujer. Discípula aventajada de Husserl, por medio de la fenomenología buscó ardientemente la verdad, que al fin encontró en el catolicismo. Su conversión, como su posterior ingreso en la orden carmelitana, no significó para ella renegar de su condición de judía. Como tal fue llevada al exterminio y murió en Auschwitz consciente de seguir el destino de su pueblo, por el que había ofrecido a Dios su vida.

Nacida en la ciudad prusiana de Breslau (hoy Wroclaw, en Polonia) en el seno de una familia judía, Edith Stein era la menor de seis hermanos. Su padre murió cuando ella tenía dos años. Desde pequeña destacó por su inteligencia. Pero dejó la escuela a los 14 años, en medio de una crisis de adolescencia. Su madre la envió a Hamburgo con su hermana Else, que acababa de casarse.

En su familia, Edith había sido educada en un judaísmo sincero y piadoso. En el mal momento que atravesaba a los 14 años abandonó la práctica religiosa. Se declaró atea durante diez años, aunque siempre mantuvo respeto y admiración hacia la religión judía.

Cautivada por la fenomenología

Durante su estancia en Hamburgo, la lectura de obras literarias avivó su inquietud intelectual y le animó a proseguir los estudios. De nuevo en Breslau, completó el bachillerato, y en 1911 ingresó en la universidad. Por aquel entonces, estaba decidida a ser maestra. Sentía pasión por la enseñanza y un vivo interés por la política y por la «cuestión de la mujer».

En la universidad se matriculó en germanística e historia, y por interés propio asistía a clases de psicología y de filosofía. El enfoque mecanicista de la psicología que se enseñaba en Breslau -como era común entonces- le decepcionó profundamente.

En esa situación cayó en sus manos un ejemplar de las Investigaciones lógicas, de Edmund Husserl, catedrático en Gotinga. La fenomenología, con su lema «volvamos a las cosas mismas», cautivó a Edith. La filosofía husserliana abría un camino para la busca de la verdad, superando los estrechos límites del idealismo. Edith decidió ir a Gotinga al inicio del semestre de verano de 1913 para estudiar con Husserl.

Discípula de Husserl

Edith se ganó en seguida el aprecio del maestro, que descubrió en ella una honda sintonía intelectual. Pronto llegó a ser un miembro más de la escuela fenomenológica de Gotinga, que reunía alrededor de Husserl a filósofos como Max Scheler, Adolf Reinach, Hans-Theodor Conrad y la que más tarde sería su mujer, Hedwig Martius, o el polaco Roman Ingarden.

Dos de ellos dejaron especial huella en su vida. Max Scheler, judío convertido al catolicismo, en sus conferencias sobre religión le abrió un panorama insospechado. Ella misma recordaba así el efecto que le produjo: «Las barreras de los prejuicios racionalistas en los que me había educado sin saberlo, cayeron, y el mundo de la fe estaba, de pronto, ante mí».

El también católico Adolf Reinach, el más íntimo colaborador de Husserl, era una persona cordial que suavizaba las relaciones de los discípulos con el maestro, hombre distante y difícil de tratar. De su encuentro con Reinach diría Edith años más tarde: «Tenía la impresión de no haber conocido jamás a un hombre con una bondad de corazón tan pura».

Reinach invitó a Edith a tomar parte en las reuniones de la Sociedad filosófica. Empezó entonces para Edith una dura vida de trabajo, sólo interrumpida por excursiones con sus amigos. Era una vida sacrificada que a veces le llevó al desánimo. Pero tenía que aprobar los exámenes y quería escribir cuanto antes la tesis doctoral.

Encuentro con la cruz

Al estallar la I Guerra Mundial, Edith se presentó voluntaria para hacer de enfermera, y se fue a un hospital de campaña en Märisch-Weisschirchen, Austria. En 1915 volvió a Breslau y reemprendió la redacción de la tesis doctoral. Al año siguiente, Husserl se trasladó de Gotinga a Friburgo y necesitaba un ayudante. No tenía a Reinach, que había sido movilizado, y eligió a Edith.

En Friburgo, Edith defendió su tesis («El problema de la intuición en su evolución histórica y desde el punto de vista fenomenológico»), que fue calificada con la máxima nota. Además, desarrolló un trabajo titánico como ayudante de Husserl. Gracias a Edith, que revisó y ordenó casi diez mil hojas manuscritas de Husserl, el maestro pudo publicar el segundo volumen de sus Ideas relativas a una fenomenología pura.

A finales de 1917 llegó la noticia de que Reinach había caído en el frente. Edith fue designada para hacerse cargo del legado filosófico del colega muerto. Tenía que pedir los papeles de Reinach a su mujer, y temía encontrarse con una viuda deshecha en lágrimas. Edith no era creyente: ¿cómo la iba a consolar? Pero en la esposa de Reinach vio, además de dolor, una fe robusta que daba serenidad y fortaleza. Años después, Edith escribiría: «Aquel fue mi primer encuentro con la cruz y con la fuerza divina que ésta infunde a quienes la llevan». Entonces empezó a leer el Nuevo Testamento.

«¡Esta es la verdad!»

Edith quería dedicarse a la enseñanza en la universidad, así que en 1919 pidió plaza de profesora en Gotinga. Su solicitud fue rechazada simplemente porque era una mujer. Edith reclamó ante el Ministerio de Educación, que respondió con un decreto, en 1920, que instaba a abrir a las mujeres el acceso a las cátedras universitarias. Pero la orden no surtió ningún efecto práctico, y Edith renunció a nuevos intentos por el momento. Siguió con Husserl. Pero el maestro, más que tenerla como colaboradora, la utilizaba de sirvienta académica y no le ayudaba a abrirse camino. Finalmente, Edith se separó de él; comenzó a impartir cursos de filosofía en su propia casa y, más tarde, dio clases de ética en la escuela superior de Breslau.

Llegó el verano de 1921. Edith pasaba unos días en la casa de campo del matrimonio Conrad-Martius, sus amigos de la escuela de Gotinga. Una tarde se quedó allí sola y, para combatir el aburrimiento, fue en busca de algo interesante entre los libros de la estantería. Encontró la Vida de Teresa de Jesús; estuvo leyendo el resto del día y la noche entera, hasta terminar la obra. «Cuando cerré el libro -escribiría años después-, me dije: ¡Esta es la verdad!».

A la mañana siguiente se compró un catecismo y un misal, y se puso a estudiarlos detenidamente. Unos días más tarde fue a la iglesia y asistió a Misa. Al acabar, Edith se acercó a la sacristía y pidió al sacerdote que la bautizara. El cura, asombrado, replicó que hacía falta una larga preparación. Edith insistió, así que el sacerdote no tuvo más remedio que examinarla en la fe. Quedó tan impresionado por su firmeza y sus conocimientos que fijaron la fecha del bautizo: 1 de enero de 1922, fiesta de la circuncisión del judío Jesús. Su madrina fue su amiga protestante Hedwig Conrad-Martius.

Promoción de la mujer

La decisión de convertirse y la de ingresar en la orden carmelitana fueron en Edith casi simultáneas. Pero cuando comunicó a su madre que se iba a bautizar, la vio derrumbarse. Edith pensó que su entrada en el Carmelo supondría para su madre un segundo golpe demasiado duro, así que optó por esperar. Además, entre sus consejeros espirituales, algunos opinaban que ella sería más útil a la Iglesia si seguía su labor de intelectual que si entraba en el convento. Pero Edith no quería reanudar la vida universitaria en Friburgo, de la que estaba desencantada.

El obispo de Espira encontró una solución. Sabía que las dominicas de la ciudad necesitaban una profesora de alemán para su colegio de chicas y su escuela de magisterio, y propuso a Edith que ocupara la plaza. Ella aceptó, y en 1922 comenzó su nuevo trabajo, que realizó durante diez años. En 1930-31 volvió a intentar la habilitación para la docencia universitaria en Friburgo y en Breslau. No la logró, y decidió aceptar el puesto que le ofrecía el Instituto alemán de pedagogía científica, que las asociaciones de maestros y de maestras católicas tenían en Münster. Allí impartió clases sobre la formación de la mujer durante un año (1932-33), hasta que el régimen nazi prohibió a los judíos ejercer la docencia.

Durante los años en Espira y en Münster, Edith desarrolló una intensa actividad en defensa de la igualdad de la mujer, como conferenciante y en la Liga de maestras católicas. A la vez, siguió publicando estudios filosóficos en la revista de la escuela fenomenológica. De la misma época es su traducción y comentario de las Quaestiones disputatae de veritate, de Santo Tomás. Este trabajo le descubrió un modo de conciliar sus inquietudes intelectuales y su deseo de llevar una vida de religiosa contemplativa.

En el Carmelo

En 1933, cuando le fue vedada la docencia, vio llegado el momento de cumplir su deseo aplazado. Se presentó en el Carmelo de Colonia, donde fue admitida en octubre de ese año, con 42 años recién cumplidos. Seis meses después tomó el hábito y el nombre religioso de Teresa Benedicta de la Cruz. En el convento mantuvo frecuente correspondencia con numerosas personas, incluidos sus familiares y sus amigos de los años universitarios. También dedicó tiempo a trabajos filosóficos o teológicos. Entre ellos se encuentran su obra filosófica principal, Ser finito y eterno, y La ciencia de la Cruz, un estudio sobre San Juan de la Cruz que no pudo concluir.

Pasó momentos duros, como los provocados por las relaciones con su madre, que murió en 1936 sin comprender la conversión y la profesión religiosa de su hija. A la vez, observaba con inquietud la creciente persecución antisemita por parte del régimen nazi. Intuyó el trágico destino que se cernía sobre los judíos, y que ella había de participar de él. Consciente de la cruz que se avecinaba, ofreció a Dios su vida por su pueblo.

Mártir de Cristo y de su pueblo

Al estallar la II Guerra Mundial, la superiora comprendió que Edith corría grave peligro en Alemania. Decidió enviarla al convento de Echt, ciudad holandesa situada a 150 kilómetros de Colonia. Con Edith fue su hermana Rose, que también se había convertido al catolicismo y estaba en el Carmelo de Colonia como postulante. Edith se esforzó por aprender holandés, su sexta lengua.

En 1940 los nazis ocuparon Holanda, donde también pusieron en práctica su programa antisemita. Al principio respetaron a los judíos bautizados. Pero en julio de 1942, los obispos católicos holandeses publicaron una enérgica declaración en que condenaban la persecución de judíos, y los nazis se vengaron ordenando la deportación de los hebreos conversos. El 2 de agosto, dos oficiales de las SS se presentaron en el convento de Echt para llevarse a las hermanas Stein. Edith tomó a Rose de la mano mientras le decía: «Ven, hagámoslo por nuestro pueblo». En los siguientes días, pasaron por dos campos de concentración. La reconstrucción histórica posterior ha permitido establecer que Edith y Rose murieron en la cámara de gas, en Auschwitz, el 9 de agosto.

Juan Pablo II, en la beatificación de Edith Stein (Colonia, 1-V-87), destacó el doble significado que presenta su martirio: «En el campo de exterminio murió como hija de Israel ‘para gloria del Nombre Santísimo’ y, al mismo tiempo, como hermana Teresa Benedicta de la Cruz, es decir, bendecida por la cruz».

Ante el público asistente a la ceremonia, entre el que se encontraban familiares de Edith y otros judíos, el Papa señaló: «La recepción del bautismo no significó para Edith Stein de ningún modo la ruptura con su pueblo judío. Todo lo contrario: ella misma afirma: ‘Yo había dejado de practicar mi religión judía cuando era una jovencita de 14 años y sólo después de mi vuelta a Dios volví a sentirme judía'». Y añadió: «Su propia vida y su cruz están íntimamente unidas al destino del pueblo judío. En una oración, confiesa al Señor que ella sabe que ‘es su cruz (la cruz de Jesús) la que ha sido cargada ahora sobre los hombros del pueblo judío'».

Pablo BlancoPara saber másAdemás de la obra reseñada en este servicio (La mujer), hay otras de Edith Stein disponibles en español:

Estrellas amarillas. Su autobiografía, centrada en la infancia y en la juventud. (Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1992; 424 págs., 3.000 ptas.)

Cómo llegué al Carmelo. En este escrito de 1938, Edith Stein refiere su trayectoria desde la conversión hasta el ingreso en la orden carmelita. Está anotado por la M. María Amata Neyer, que además completa el volumen con un relato de la vida de Edith en los Carmelos de Colonia y de Echt hasta su muerte. (Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1998; 144 págs., 2.000 ptas.)

Autorretrato epistolar. Más de 300 cartas escritas entre 1916 y 1942 permiten conocer la evolución de su mundo interior. (Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1988; 400 págs., 3.000 ptas.)

Obras selectas. (Monte Carmelo, Burgos, 1997; 611 págs.)

Las páginas más bellas de Edith Stein. (Monte Carmelo, Burgos, 1998; 133 págs.)

Escritos espirituales. Contiene dieciséis ensayos distribuidos en tres partes: Espiritualidad mística, Meditaciones y En torno al Carmelo. (Edición de Francisco Javier Sancho, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1998; 292 págs., 2.100 ptas.)

Existen también algunas biografías o estudios sobre Edith Stein:

Christian Feldmann, Edith Stein: Judía, filósofa y carmelita. Biografía sencilla y breve, que presta también atención a la trayectoria intelectual de Edith Stein. (Herder, Barcelona, 1992; 152 págs., 1.200 ptas.)

Félix Ochayta, Edith Stein, nuestra hermana. Biografía popular. (Edición del autor, Sigüenza, 1991; 96 págs.)

Ezequiel García Rojo, Edith Stein, existencia y pensamiento. Biografía intelectual, que estudia el pensamiento de Edith Stein después de trazar los rasgos principales de su vida. (Editorial de Espiritualidad, Madrid, 1998; 192 págs., 2.000 ptas.)

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